Madrid
En nuestro país la vejez no gusta, casi nos avergüenza. Por eso la escondemos en un armario cerrado con doble llave para que no se vea. Un encubrimiento que solo se destapa y abochorna cuando saltan a los medios noticias como los fallecimientos de quienes mueren sin nadie y que estos días no paran de sucederse. Es, como describe Claudia Luna Palencia, en su novela El club de la naftalina, "una dejadez, como quien está a punto de lanzarse sin paracaídas al vacío, al no retorno". Ese vacío lo conoce muy bien, y muy a su pesar, el magistrado Joaquím Bosch. "Es una realidad incómoda que hasta ahora no hemos querido mirar de frente. Y solo se ve aquello que se mira", confiesa a Público.
Y es que el coautor de El secuestro de la justicia ve una media de cuatro o cinco casos al mes en sus actuaciones como juez de guardia. La normalización de la muerte en soledad ha pasado a ser una parte más de su trabajo. "Nos encontramos con cadáveres en avanzado estado de descomposición de personas que llevan mucho tiempo fallecidas y que vivían solas. Al final la situación es advertida por algún familiar o, más frecuentemente, es el olor lo que alarma al vecindario", remarca.
Un mapa triste
En España, el número de personas que viven solas aumenta cada año hasta el punto de suponer un 25,4% de todos los hogares. En números precisos significa que un millón novecientas mil personas mayores de 65 años pasan su existencia solas y que de esas cifras siete de cada diez son mujeres. Sí, la desigualdad también pasa factura a las féminas frente a lo que viven los hombres. Según el estudio Vivir solos, la mayoría de los varones viven en pareja o con más personas y solo un 14,7% en soledad. En el caso de las mujeres, el 29,3% vive en soledad.
Mientras estas cifras nos saltan a los ojos, Bosch avisa de lo que significan. "Somos un país con indudable sensibilidad hacia la gente mayor, como regla general. Sin embargo, nos está pasando bastante desapercibido el creciente fenómeno de las personas ancianas que mueren en soledad. Somos un país sin conciencia de un momento al que todos vamos a llegar".
La realidad de envejecer es doblemente cruel con las mujeres ¿de qué manera les afecta la exclusión social?
La mayor longevidad de las mujeres las expone más a este tipo de situaciones. Y, especialmente, su mayor precariedad económica las lleva a situaciones de riesgo. Las mujeres siguen trabajando más a tiempo parcial, sufren en mayor medida de los efectos del desempleo, son víctimas de la brecha salarial y su dedicación a los cuidados familiares reduce sus periodos de cotización. Una de las consecuencias finales es que sus pensiones son más reducidas, con todos los efectos negativos inherentes.
¿Qué cree les resulta más duro: saber que van a morir solas o saberse solas en vida?
Ambas situaciones están muy relacionadas. En las diligencias judiciales advertimos que la soledad puede estar causada por motivos diversos. A veces es voluntaria. En otras ocasiones resulta forzada, por ausencia de parientes, por conflictos familiares o por simple indiferencia de sus seres más cercanos. Lo cierto es que, con independencia de la causa de esa soledad, nuestras instituciones no deberían dejar en situación de desamparo a personas que por su edad requieren necesariamente de ayuda. Los médicos forenses me indican que las muertes son fulminantes en algunos casos, pero en muchos otros se deben a caídas, a ataques agudos o a enfermedades no controladas. En esos últimos supuestos el fallecimiento se habría evitado con una atención social adecuada.
Teniendo en cuenta que cada vez las familias son más reducidas y que por lo general las mujeres de la llamada "generación sándwich" cuidan no solo de sus hijos sino también a los mayores, ¿qué consecuencias va a tener todo esto?
Si no se toman medidas institucionales, cada vez morirán más ancianos absolutamente solos. La progresión resulta bastante clara. Cuando vienen los familiares al juzgado a hacerse cargo del cadáver para el entierro, detecto a menudo un sentimiento de culpa por no haber dedicado más atención, incluso en situaciones que no son realmente de abandono, sino de falta de vigilancia muy leve. Lo cierto es que vivimos en una sociedad con crecientes obligaciones de todo tipo, con cada vez menos tiempo real disponible y con un ritmo de vida a veces insufrible. Las mujeres suelen practicar una doble y a veces triple jornada laboral, en el puesto de trabajo, en su casa y a menudo en el domicilio de un familiar. Me parece evidente que en bastantes ocasiones los parientes de las personas ancianas no pueden llegar a todo y el reproche puede ser muy injusto. Es la colectividad la que debe adoptar medidas a través de unas políticas públicas adecuadas, como ocurre en otros países.
¿Vivir en una gran ciudad siendo mayor nos da las mismas papeletas que en sitios más pequeños a padecer esta soledad?
Las grandes ciudades están bastante más despersonalizadas. Hay personas cuya existencia puede pasar completamente desapercibida en un edificio de ciertas dimensiones de un barrio populoso. En los pueblos más pequeños el vecindario todavía funciona como un elemento de cohesión social, que genera lazos informales de apoyo a quienes viven solos.
¿Qué redes se han de tejer para proteger a una población tan necesitada de apoyo, recursos económicos y compañía?
El ejemplo de otras partes de Europa nos puede orientar. En los países nórdicos hay más gente aún que vive sola, pero cuenta con un Estado Social muy estructurado que le presta protección institucional a diario. En nuestro país ni siquiera está analizado o diagnosticado el problema. Esos datos preocupantes solo los estamos constatando en los juzgados de guardia, pero el expediente siempre acaba en el sótano del archivo judicial, sin dejar más rastro, una vez descartamos la concurrencia de delito. Ni los ayuntamientos, ni las comunidades autónomas, ni la administración central han pensado en estrategias para dar respuesta a estas situaciones. Resultan necesarias medidas de detección de las personas ancianas que viven en soledad y una asistencia social proporcionada a esas necesidades.
¿Cómo hemos llegado a esta situación?
El problema de España estriba en que tradicionalmente esas situaciones eran resueltas por el apoyo familiar, al igual que en otras sociedades mediterráneas. Sin embargo, nuestra estructura social se está resquebrajando y, al mismo tiempo, ese debilitamiento de los vínculos familiares no se ha sustituido por una actuación de los organismos públicos. Las personas ancianas afectadas se han escondido en su soledad, jamás reclaman nada y tampoco disponen de instrumentos para reivindicar soluciones. La ciudadanía, las fuerzas políticas y los organismos públicos deben concienciarse ante una situación que probablemente afecta en España a decenas de miles de personas ancianas, aunque tendría que diagnosticarse correctamente.
¿El maltrato a nuestros y nuestras mayores es reflejo de la sociedad machista y educada en la violencia?
Es una muestra de indiferencia colectiva hacia los valores del cuidado, muy poco prestigiados en una sociedad que todavía es bastante machista, en la que hay sectores que banalizan, minimizan o incluso ensalzan la violencia. Además, también es el resultado de concepciones económicas que, llevadas hasta sus últimas consecuencias, dejan en situación de indefensión a la gente mayor que vive en situación de desamparo. La lógica del mercado lleva a la muerte de personas ancianas en soledad. No son productivas si no cuentan con recursos y ninguna empresa puede tener interés económico en atender sus necesidades. Precisamente por eso son las instituciones las que deben corregir esas carencias estructurales y actuar al servicio de las personas. No obstante, seguimos escuchando discursos políticos que exigen más recortes sociales y que seguramente se escandalizarían ante una inversión institucional para afrontar mejor estos problemas.
¿Hasta dónde se le cae el alma con todos los casos con los que se encuentra de muertes de mayores solos?
Las situaciones pueden ser bastante desoladoras. Las pésimas condiciones de vida de algunas personas ancianas pueden ser tan dramáticas como su vida solitaria. Hay un evidente componente de clase social en estas muertes, pues rara vez se producen cuando la gente mayor tiene mucho dinero y reside en viviendas lujosas. En esos casos resulta sencillo destinar recursos a su cuidado o hay parientes que los atienden, a veces con la expectativa de una herencia de cierta entidad. La pobreza es la mejor aliada de la muerte en soledad.
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