"¡Qué difícil es estar aquí, dios mío!": el padre de Samuel da una lección de dignidad en el juicio por su muerte
Maxsoud Luiz defiende la memoria de su hijo y cuenta en la vista oral los valores morales en los que le educó hasta el día en que lo asesinaron.
A Coruña--Actualizado a
El testimonio de Maxsoud Luiz está siendo tan desgarrador que la sala ha enmudecido varias veces. El dolor que sufre se transmite en silencio, como una nube hecha de espanto que llena el aire y que se atora en la garganta y en los lagrimales al recordar a Samuel. Se puede ver en los rostros de los jurados, de los abogados, en los del público y hasta en los de la jueza que preside la vista, incluso en los de los policías que custodian a los acusados. Algunos parecen de la misma edad de Maxsoud, y quién sabe si también tienen hijos. Sus rostros se encogen al ritmo en el que él desgrana su relato.
El padre de Samuel acaba de subir al estrado hace apenas unos minutos intentando contener los sollozos. Poco antes ha atravesado en silencio la barrera de fotógrafos y cámaras que le esperaban a la entrada de la Audiencia Provincial de A Coruña. Es el primero en declarar este lunes en el juicio por la muerte de su hijo y no puede resistir el llanto: "¡Qué difícil es estar aquí, dios mío!", se le escucha decir en una de las ocasiones en las que parece que no podrá continuar hablando. Pero se recompone y sigue adelante.
Maxsoud dio ayer una lección de dignidad y de fortaleza moral explicando quién era y qué valores portaba su hijo, el chico linchado a palos al grito de "¡maricón de mierda!" en la madrugada del 3 de julio de 2021 en el paseo marítimo de Riazor, por una horda de matones que lo persiguió a palos por la calle hasta que lo dejaron agonizando en el suelo. Lo hizo a menos de dos metros del banquillo donde se sientan los presuntos autores del crimen, a quienes no dirigió siquiera una mirada, ni un gesto, menos aún de reproche.
Un joven pacífico y bueno
Al contrario que los acusados, a quienes en los procedimientos criminales se les permite mentir en sus declaraciones, el padre de Samuel compareció como testigo y estaba obligado a decir la verdad. Y si a ellos debe respetárseles la presunción de inocencia, más aún se le debe presumir a él plena veracidad cuando narra que Samuel era un joven pacífico y bueno, con un trabajo de auxiliar de enfermería a turnos en una residencia de mayores que compaginaba con sus estudios en la universidad, que jamás se había metido en una pelea, que rechazaba y huía de la violencia y que prefería convivir con y cuidar de sus padres, a quienes acompañaba con frecuencia a la iglesia, antes que establecerse sólo en otro piso propiedad de la familia.
"Era mi mejor amigo, un amigo fiel", describió su padre, que cuenta cómo su muerte los ha destrozado a él y a su esposa. Por el mero hecho de haberlo perdido, sí, pero también por la crueldad con la que se lo arrebataron y el sufrimiento al que le expusieron. "Ni siquiera a un perro se le deja así, tirado en una cuneta. Fue odio", dice Maxsoud.
A dos de los cinco acusados, para quienes las acusaciones piden penas de entre 22 y 27 años de cárcel por asesinato con alevosía y ensañamiento, se les imputa la agravante de discriminación por orientación sexual, una cuestión que movió a la abogada de su familia a preguntarle a Maxsoud si él sabía de la de Samuel.
"Un padre conoce a su hijo, pero también debe respetarlo", afirma. "Una vez le pregunté por su condición, en el coche, una mañana cuando lo llevaba a trabajar. Me dijo: 'Papá, no es el momento'".
La forma en que se reconoce a una persona homosexual
A lo largo de lo que va de juicio, a las defensas les ha parecido relevante en varias ocasiones interrogar a los testigos por la forma en que se reconoce a una persona homosexual, al objeto de sembrar dudas sobre la posibilidad de que sus clientes actuaran contra Samuel por el hecho serlo, ya que, en su versión, ni siquiera podrían haberle identificado como tal. ¿Por su voz, acaso? ¿Sus gestos? ¿Su manera de vestir? ¿Por poseer un cuerpo enjuto y frágil? ¿Por una sonrisa, una mueca, un ademán?
Durante dos semanas se han repetido todos esos lugares comunes como elementos posibles para intuir la condición sexual de Samuel. Y la pregunta que uno se hace escuchando a Maxsoud es si eso realmente importa, o si, por contra, lo único relevante es la naturaleza moral de los agresores. Con respecto a la de Samuel, solamente él era dueño del derecho a expresarla, con quien quisiera, como quisiera y en el momento en que considerara oportuno.
"No murió por ser gay", le habría escrito el testigo en su chat. "A lo mejor, sí", le contestó el hoy acusado.
Varios de los principales testigos que han pasado por la vista oral en las dos últimas semanas han asegurado que escucharon insultos homófobos durante las varias palizas que le propinaron. Y uno de los tres que comparecieron ayer tras el testimonio de su padre aseguró que Kaio Amaral Silva, uno de los inculpados, insinuó pocos días después de su muerte en una conversación por Instagram que el crimen había tenido carácter homófobo.
– No murió por ser gay–, le habría escrito el testigo en su chat.
– A lo mejor, sí–, le contestó el hoy acusado, quien le habría pedido previamente que difundiera en sus redes sociales un texto que le exculpaba de los hechos.
El debate sobre la condición sexual de Samuel
El debate sobre la condición sexual de Samuel, que en vida él había negado incluso a su propio padre, fue alimento de esas redes en las semanas posteriores a su muerte. Este lunes, otra de las testigos narró que Kaio Amaral había contactado esos días con ella, amiga de su familia, intentando que contribuyera también a expandir la versión de que él no había tenido nada que ver en los hechos y atribuyéndoselos a Diego Montaña, el principal acusado; a su entonces novia, Catherine Silva, quien habría empujado a la amiga de Samuel que intentaba ayudarlo, y a Alejandro Freire, Yumba, quien también habría participado en la paliza. Nada sobre Alejandro Míguez, el quinto procesado.
Los testigos, sin embargo, también han identificado a este último como integrante ocasional de una pandilla a la que, según dijo, se la conocía por su comportamiento violento y agresivo, que ya había protagonizado otras reyertas y que se caracterizaba por actuar siempre en grupo, aunque fuera contra una sola persona, uniéndose cada uno de sus miembros a las peleas en las que el resto se implicaba, sin importarles la causa o la supuesta ofensa recibida. Como sucedió con Samuel.
Esa forma de actuar, según narra bajo juramento Maxsoud, está en las antípodas de la educación que él dio a su hijo, basada en principios cuyo origen explicó desnudando su propia vida en media docena de frases:
"[De niño] mi familia se autodestruyó por la bebida y la violencia de género, me crie en un ambiente de violencia, pero elegí otro camino y eduqué a Samuel con otros valores. Lo hice hasta el día en que me lo quitaron. Y él fue un ejemplo para otros muchos. No estoy aquí para juzgar a nadie, ni para acusar a nadie. Me han ofrecido muchas cosas para contar su vida, pero jamás lo haré. No quiero salir en la televisión, no quiero que nadie me busque y me ofrezca ese tipo de cosas. Sólo queremos vivir tranquilos".
Solo
Al término de la sesión, los acusados que están en prisión provisional –Diego, Kaio y Yumba– abandonan la sala acompañados de la policía. Los que están en libertad –Catherine y Alejandro Míguez– lo hacen en compañía de sus abogados . El público y la prensa, entre corrillos improvisados. Cuando concluye su declaración, Maxsoud se marcha solo, por la puerta principal, pasando en silencio entre las cámaras y los micrófonos. Antes de la vista, la jueza le ha ofrecido entrar y salir por otra puerta, pero él lo ha rechazado. ¿De qué tendría que esconderse?
Porque Maxsoud pudo haber evitado su comparecencia, que fue a petición de su abogada, pero entonces nadie habría podido contar al jurado quién era Samuel, qué valores portaba y qué ejemplar educación había recibido, tan distinta a la que mostraron sus asesinos. Hasta podría haberse ahorrado parte del doloroso trance, ya que durante su declaración la jueza alertó a la fiscal de que el testigo se estaba rompiendo, que lo está pasando verdaderamente mal y que tal vez debería ir concluyendo su interrogatorio. Él lo oye, se recompone y recupera la voz:
– No, no. Que haga su trabajo, por favor –. Y luego sigue adelante, atendiendo a las preguntas de la fiscal, luchando contra el dolor, conteniendo el llanto y llenando el aire de nubes hechas no de espanto, sino de dignidad, de la misma materia que forma la memoria de Samuel y que Maxsoud construye frase a frase, golpe a golpe sobre la conciencia de quienes le quitaron la vida.
Comentarios de nuestros suscriptores/as
¿Quieres comentar?Para ver los comentarios de nuestros suscriptores y suscriptoras, primero tienes que iniciar sesión o registrarte.