madrid
La energía solar y eólica, en la actualidad más barata que los combustibles fósiles en cada vez más regiones del planeta, está en condiciones de reemplazar a las energías contaminantes y sólo este tránsito hacia el abandono de estas pautas industriales en el mix de la generación eléctrica, traería consigo la supresión de la mitad de las emisiones actuales que provocan el calentamiento global en una fecha ya próxima: 2030.
Un grupo de científicos y expertos en cambio climático acaban de publicar un estudio, Exponential Roadmap, que ofrece un espacio al optimismo en la batalla contra la catástrofe del clima, en el que convienen en asegurar que, con la aplicación, de forma urgente, de un reducido número de los avances tecnológicos conocidos y en curso, junto a la adecuada implantación, en paralelo, de estrategias bien hilvanadas para combatir la mayor crisis a la que se enfrenta la humanidad en este siglo, la tendencia actual hacia el catastrofismo se revertiría de manera contundente.
Eso sí, también coinciden en proclamar que, sin la presión de los movimientos sociales o las protestas civiles como la que lidera la joven activista sueca de 16 años, Greta Thunberg, que abanderó la reciente marcha estudiantil en Nueva York dentro de la Semana Mundial de Acción por el Clima e intervino, con un conmovedor discurso en la cumbre de la ONU sobre Acción Climática –provocando la mofa irónica de Donald Trump en uno de sus tweets– estas hojas de ruta pueden acabar en papel mojado. Las huelgas y reivindicaciones son, también, una fórmula indispensable para que esta travesía global acabe en buen puerto. Una de las recetas que juzgan prioritarias es la sustitución del actual parque de vehículos con motores de combustión fósil por automóviles eléctricos que, en ciertas naciones, no sólo es una solución factible y sostenible, sino que estarían en disposición de lograr que el 90% de su tráfico rodado dejen de emitir gases contaminantes en 2030 en uno de los segmentos de actividad, el del transporte, que más responsabilidad tiene en esta emergencia planetaria.
La acción social resulta determinante en este aspecto para acabar con el sobreconsumo de carne
También apelan a una más adecuada gestión de los terrenos de producción agrícola, que evite la deforestación en un claro mensaje a la política del presidente brasileño Jair Bolsonaro en la cuenca del Amazonas, que podría reducir en 9.000 millones de toneladas las emisiones de CO2 a la atmósfera. En 2030. Para lo que se requiere una mejora substancial de los deficitarios planes administrativos que hay en marcha en no pocos países y acabar con los cuantiosos intereses personales y empresariales y las contradictorias decisiones sobre subsidios que proliferan por todas las latitudes. La acción social resulta determinante en este aspecto para acabar con el sobreconsumo de carne a través de iniciativas de presión a gobiernos y compañías. La alineación de la conciencia cívica y el poder económico es esencial.
En declaraciones a The Guardian, una antigua funcionaria de la ONU con poder ejecutivo en materia de cambio climático, Christiana Figueres, ve “evidencias reales” de una incipiente conciliación entre los objetivos sociales y económicos en esta urgencia mundial. Hasta el punto de llegar a decir que, en estos momentos, “podemos decir que, a lo largo de la próxima década, dispondremos de un potencial inigualable para acometer la transformación de la economía más fulgurante de la historia”.
La involucración de la comunidad empresarial
Quizás las palabras de Figueres pequen de optimismo. Pero son la clave del éxito. Es la opinión de Johan Rockström, director del Instituto Postdam para la Investigación del Impacto Climático, que también cita el diario británico. “Es una carrera contra el reloj en la que tanto las empresas como sectores industriales al completo tendrán que acometer transiciones muy significativas en los próximos diez años”, porque “mientras la asunción de este nuevo paradigma productivo es urgente, la velocidad con la que se acomete dista mucho de ser la recomendable”.
En línea con la tesis argumental de Owen Gaffney, uno de los autores de Exponential Roadmap, en cuyo texto se identifica hasta 36 planes estratégicos para reducir la polución, además de las energías limpias y la automoción eléctrica. Entre otras, el rediseño de las ciudades o del transporte marítimo. A su juicio, los gobiernos deberían cooperar en esta cruzada y “poner en marcha política idóneas de impulso a la innovación” en esta dirección. Gaffney, director del Stockholm Resilience Centre, apela a la involucración de plataformas digitales como Google, Amazon o Facebook, abandonen su exclusivo tacticismo consumista y adopten objetivos de contenido social como, por ejemplo, dejando de promocionar actividades mercantiles de altas emisiones de carbono. Países como Reino Unido, Francia, Suecia, Noruega y, más recientemente Alemania, que acaba de formalizar un ambicioso plan de 40.000 millones de euros para la transición hacia la economía verde. Una notable movilización de recursos que la canciller, Angela Merkel, pretende expandir a la UE para lograr la neutralidad energética en 2050; es decir, emisiones cero de carbono.
La comunidad científica considera que este reto es el indicado para reducir los efectos directos sobre el clima
Los beneficios económicos asociados a este desafío son cuantiosos. Otro diagnóstico, prospectivo, que evalúa este impacto en términos monetarios, titulado New Climate Economy, estima que el pastel del negocio verde sería de 26 billones de dólares en 2030, cifra similar a la que la Comisión Global sobre la Economía y el Clima (GCEC, en sus siglas en inglés) augura como incremento del PIB global si se acomete convenientemente esta transición energética, en esa fecha. Y la suma del PIB de EEUU y Japón. Frente a los costes asociados de no actuar. Porque la factura mundial por el exceso de emisiones de CO2 de una economía como la de EEUU, cuya administración ha sacado al país de los Acuerdos de París, alcanza el billón de dólares. Reino Unido, a través de su Comité sobre el Cambio Climático, ofrece un desembolso asumible para alcanzar las emisiones cero en el ecuador de este siglo: entre uno y dos puntos del PIB. La comunidad científica considera que este reto es el indicado para reducir los efectos directos sobre el clima y evitar que la temperatura del planeta supere, en 1,5 grados centígrados, los niveles previos a la revolución industrial del Siglo XIX. Meta que exige implicar a los grandes mercados emergentes, con cotas todavía demasiado elevadas de emisiones de efecto invernadero.
Escalada de inversiones verdes
La drástica reducción de los gases que provocan el calentamiento global pactada en 2015, en la cumbre de París, a la conclusión de este siglo requerirá un aumento de las actuales partidas de inversión en energías limpias, de forma sostenible, de un billón de dólares anuales hasta 2050, según los últimos cálculos del panel de expertos de Naciones Unidas. Desde Boston Consulting Group (BCG) se han cuestionado cómo persuadir a las empresas y los fondos de capital riesgo, que apenas aportan en la actualidad una financiación de 10.000 millones de dólares, para espolear la puesta en marcha de proyectos verdes. A partir de trece casos de estudio en cuatro áreas críticas para propiciar y certificar su éxito: combustibles alternativos, transporte limpio, fuentes reutilizables y energías renovables.
Alexander Meyer, el director de este diagnóstico, matiza que este escenario precisa la unidad de acción en varios frentes crediticios para que logren obtener el punto de madurez. Desde líneas de financiación interna de las empresas, hasta un elenco de garantías y subsidios estatales, pasando por la estabilización de los flujos crediticios bancarios y de otros agentes prestamistas. Y, para ello, reclama ventajas fiscales a la inversión privada durante un cierto periodo de tiempo, con objeto de favorecer “la afluencia de capital” hacia los planes verdes, bajo el principio de que revertirán los beneficios obtenidos a la sociedad. También la proliferación de yieldcos –estructura corporativa enfocada a generar dividendos asentados en los activos de las compañías que adquiere la forma de fondos que cotizan en bolsa y que reciben ventajas tributarias– vinculados a los parqués bursátiles. De forma que den a los inversores una información fidedigna de su involucración en el respeto medioambiental. Hay yieldcos -dice el estudio- que manejan activos de granjas eólicas que han propiciado estabilidad en la generación eléctrica y posibilitado el retorno de dividendos a los inversores. El fomento de los Modelos de Rotación de Activos (ASM, según sus siglas en inglés) que orientan carteras de capital, como las de los fondos de pensiones o los soberanos, a rentabilidades futuras a largo plazo y que otorgan, así, fidelidad a las inversiones.
En paralelo, proponen otras dos sugerencias. Una, encaminada al reforzamiento de las garantías crediticias; una especie de póliza o cobertura de riesgo que, en opinión de los expertos de BCG “añadiría atractivo a los inversores” y que facilitaría, además, la compra de generación eléctrica a productores independientes. Y otra, la unificación de criterios monetarios de los bonos verdes, que pierden atractivo si están denominados en divisas locales con riesgos de devaluación, como los masala, en India.
Toma de conciencia del sector privado
"Hay una tragedia en el horizonte que pone en serio peligro las perspectivas de empresarios, políticos y tecnócratas"
A las empresas les encomienda la tarea de fortalecer sus estrategias en favor de las inversiones verdes. Apostar estratégicamente por estas actuaciones, a pesar de que puedan prolongarse los retornos de rentabilidades y crear departamentos de negocio fuertes para asegurar que salgan adelante. En otras palabras -explica el equipo de esta firma consultora- “evaluar los proyectos verdes y dotarles de una estrategia de negocios perseverante” que sea capaz de persuadir a sus inversores de que sus desembolsos se dirigen a iniciativas específicas y punteras en tecnología, modernización industrial y que éstas disponen de un “alto potencial” de creación de beneficios. “Deben pensar creativa y estratégicamente” y trasladar la idea de la necesidad imperiosa de que se consolide “un gran mercado verde global”. Para lo cual -admite- se precisa de una atmósfera de bajos tipos de interés. De hecho, varios bancos centrales, como el británico o el Bundesbank, ya admiten la amenaza que el cambio climático está provocando sobre el dinamismo económico y la estabilidad financiera e impulsan iniciativas crediticias en favor del clima. Las pérdidas por fenómenos climatológicos y otras catástrofes como incendios y terremotos, superaron en 2018 los 160.000 millones de dólares.
Mark Carney, gobernador del Banco de Inglaterra, lo describía así en una reciente conferencia: “Hay una tragedia en el horizonte que pone en serio peligro las perspectivas de empresarios, políticos y tecnócratas”, por lo que “las autoridades de los organismos de supervisión financiera, debemos iniciar una interlocución con los expertos e instituciones medioambientales para hallar soluciones inmediatas”. Para Carney, “cada causa necesita sus líderes”, por lo que los bancos centrales “tenemos que hacer esfuerzos por entender el meollo del problema y eludir cualquier discusión superficial que no contribuya a dar sostenibilidad a las acciones” contra la emergencia climática.
En la firma BCG hacen hincapié en las labores de convencimiento que los ejecutivos y directivos de empresas deben realizar en los mercados emergentes donde tengan intereses mercantiles, porque “lograr que estos países se apunten a los ambiciosos objetivos de neutralidad energética también serán cruciales. El precio de no actuar, explica en otro informe, más actual, los analistas de BCG, es demasiado alto. El PIB per cápita mundial retrocedería un 30%. Frente al repunte de un punto porcentual al año, hasta 2015. En el que aseguran que el coste de avanzar hacia este nuevo paradigma “está altamente sobrevalorado”.
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