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El castañar de El Tiemblo, una reserva natural en peligro gestionada "como un merendero"
Vecinos del pueblo abulense y científicos reclaman elevar la protección del bosque milenario, sometido a una alta presión turística. La plataforma ecologista Salvemos El Castañar calcula que, en temporada alta, pueden acudir cerca de mil personas al día.
Alejandro Tena / Vídeo: Núria Martínez y Jaime García-Morato
El Tiemblo (Ávila)-Actualizado a
Las raíces están quedando descubiertas. Es difícil sortearlas, se cruzan por las veredas generando trazos curvos en el suelo que invitan a pensar que algo no está yendo bien. El Castañar de El Tiemblo (Ávila) es un paraje peculiar, un ecosistema propio que ha resistido al paso del tiempo, pero que se ve amenazado por la sobreexplotación turística del entorno. En la entrada, un parking en mitad del Valle de Iruelas, hay un par de mesas de mármol que simbolizan en qué se ha convertido el lugar. "Están gestionando una reserva natural como si fuera un merendero", dice Ana Reviejo, portavoz de la Plataforma Salvemos El Castañar. Los cálculos de esta organización vecinal, sacados de los datos del Ayuntamiento, señalan que en temporada alta pueden subir hasta 600 coches diarios, lo que equivale a cerca de un millar de turistas en busca de una foto otoñal.
La presión humana, principalmente causada por el turismo y el pastoreo de la zona, está erosionando la tierra hasta tal punto que, lo que hace unas décadas eran veredas estrechas por donde sólo podía caminar una persona, hoy son caminos amplios por donde amplios grupos de personas pueden pasear sin problemas. Antonio Hernández lleva viviendo más de sesenta años en El Tiemblo y explica a Público cómo ha cambiado el entorno. "Por donde vamos andando ahora mismo, antes estaba todo cubierto de vegetación y helechos", cuenta mientras señala el camino. Este vecino, también integrante de la plataforma, pone el foco en la administración y la mala gestión de un entorno único en la Sierra de Gredos. "No hay controles, si acaso en la entrada, y al final la gente viene y camina por donde quiere. Se salen de las sendas para hacerse fotos con los árboles y eso termina afectando gravemente al estado del suelo", narra, mientras otra vecina que escucha interrumpe para mencionar que han llegado a ver carreras de bicicletas y motos publicadas en las redes sociales.
La turbera que había en el seno del castañar ya ha desaparecido, según el CSIC
José Antonio López Sáez, científico titular del Instituto de Historia del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), explica a Público que se trata de un ecosistema propio, "un bosque reléctico que lleva allí por lo menos tres mil años". El experto, que recientemente envió una carta a las autoridades autonómicas para pedir que se eleve la protección del entorno, indica que la presión turística y las prácticas ganaderas descontroladas ya ha dejado unas consecuencias irreversibles: la turbera que había en el seno del castañar, un ecosistema subterráneo protegido por la Red Natura 2000, ya ha desaparecido.
"Cuando masificas el turismo de esta forma se corren riesgos. Este castañar tiene más de tres milenios y cuenta con una flora muy peculiar que se está perdiendo porque la gente se sale de las sendas. Piensa que son cientos de miles de visitantes caminando cada año, arrancando narcisos y pisando vegetación. Todo esto influye de manera determinante y provoca que la tierra se erosione y se colmaten arroyos y, por supuesto, la turbera", expone el investigador del CSIC. "El castañar es un ecosistema propio, pero está dejando de serlo para convertirse en un parque de recreo. Se está gestionando como si fuera El Retiro", apostilla.
El mejor símbolo del castañar es el Abuelo, un ejemplar centenario ubicado en el corazón del bosque. Sus cortezas, quebradas por el paso del tiempo, se han abierto y han dejado un hueco con forma de cueva en el interior de su tronco. Las autoridades tuvieron que vallar su perímetro para impedir que los visitantes degradaran más el árbol, pero la gente sigue acercándose para fotografiarse y palpar sus ramas viejas. "El otro día había un chico haciendo ejercicio en las ramas, colgado de unas cuerdas", dice Nuria Ruiz, miembro de la plataforma vecinal. "Se le ve vivo, pero está cada vez más deteriorado, no sabemos cuánto le queda".
"La gente viene y saca cajas llenas de castañas"
No es el único árbol tocado. Paseando por las sendas se pueden ver ramas caídas y gigantescos troncos secos que han sido alterados, seguramente por niños, para cumplir la función de cabaña de juegos. Se ven también los resquicios de Instagram, pequeñas veredas que salen del camino principal cuyo rastro compuesto por una ristra de helechos tronchados suele conducir hacia los castaños más grandes del valle. "Prohibido recoger castañas", dice un cartel anclado con bridas a un tronco fino. "Da igual, la gente viene y saca cajas llenas, incluso delante de los guardias forestales, pero aquí nadie dice nada", lamenta Reviejo.
"No se escucha ni un pájaro", agrega la mujer. En su recuerdo de niñez, el castañar era un lugar lleno de vida, una isla verde en mitad del verano donde el sol no llegaba nunca a tocar un suelo que permanecía húmedo todo el año. Ahora no se escucha el piar de las aves ni el graznido de las urracas y el suelo es de una tierra seca que a cada paso empolva las botas. "Para un visitante ocasional, éste es un lugar precioso, es una maravilla, y puede parecer que no le pase nada, pero los que conocemos el castañar de toda la vida sabemos todo lo que ha cambiado".
Un modelo de gestión alternativo
Los vecinos del pueblo que se preocupan por esta joya del patrimonio natural no criminalizan a los visitantes y ponen el foco sobre la administración y el modelo de gestión que han instaurado. Vicky, otra vecina del pueblo, reconoce a Público que hay cierta "división" en el municipio y advierte de que hay quien considera que elevar la protección del lugar podría tener consecuencias económicas negativas. "Mucha gente se piensa que se quiere prohibir subir aquí y que, entonces, ya no vendría nadie de fuera al pueblo, pero lo que se pide es que haya un control", plantea.
"No estamos reclamando que se cierre todo y no pueda subir nadie al monte, simplemente proponemos otro modelo: que la gente no pueda subir cuando quiera, sino que haya que acudir con una cita previa para poder visitarlo y que siempre haya un guía para controlar y explicar el valor que tiene el castañar", argumenta Ruiz, que señala que la presión humana, junto a la degradación que ya está generando el cambio climático, es un riesgo que no debe pasar desapercibido para la administración.
López Sáez, que mantiene contacto directo con la plataforma vecinal, incide en la necesidad de restringir las visitas. "Es algo que yo he pedido a la Administración sin obtener respuesta. Se necesita una gestión semejante a la que se está teniendo con el Hayedo de Montejo de la Sierra, en Madrid. Allí sólo se puede acudir pidiendo cita con antelación y siempre hay un número limitado de personas al día", indica el investigador del CSIC.
Este medio ha preguntado a los gestores de la Reserva Natural del Valle de Iruelas sobre la necesidad de limitar el número de visitas, pero en el momento en el que se cierra el artículo no ha recibido ninguna respuesta. Público también se ha puesto en contacto con la Junta de Castilla y León para saber si tiene intención de escuchar las propuestas de la plataforma y de los expertos del CSIC, pero tampoco ha obtenido respuesta.
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