Este artículo se publicó hace 8 años.
El cambio climático altera la vegetación de alta montaña en el Pirineo
La colonización de zonas situadas a más de 2.000 metros por especies vegetales que nunca habían superado esa altitud amenaza el equilibrio de los ecosistemas y supone, junto con la mengua de los glaciares, uno de los dos indicadores efectivos del calentamiento global en la cordillera.
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ZARAGOZA .- “Las plantas más termófilas están subiendo de manera gradual, y eso hace que aumente la biodiversidad en las zonas alpinas del Pirineo”, explica Matilde Cabrera, jefa del Servicio de Cambio Climático del Gobierno de Aragón y responsable del Proyecto Gloria en la comunidad, que alerta de que ese efecto del calentamiento global amenaza, en realidad, el equilibrio del mundo vegetal en la alta montaña. “Existe el riesgo de perder la composición florística –señala-. Se trata de un cambio, no de un beneficio; y puede que esas nuevas especies eliminen a las que pueblan esas zonas”.
Ese fenómeno de migraciones vegetales, conocido como termofilización, y la mengua de los glaciares, reducidos a 106 hectáreas tras perder el 90% de la superficie que tenían a mediados del siglo XIX -un tercio de ella, en apenas tres décadas-, son, según Cabrera, los dos principales indicadores del cambio climático que se registran en el Pirineo. Ambos se producen en zonas de alta montaña, donde no intervienen otros factores.
“La anomalía de la temperatura es un hecho, aunque las personas no lo percibimos, no son tan frías como eran”, explica Cabrera, que señala ese factor como uno de los que favorecen la termofilización.
Varios puntos de la comunidad superan las 30 noches tropicales –más de 20 grados- al año cuando a mediados del siglo pasado no superaban la decena, pasar de 40 de día en verano es cada vez más habitual mientras las jornadas con heladas descienden, según los Indicadores Climáticos para Aragón, que van en la misma línea que el último informe del panel intergubernamental IPPC y a los que se añaden otros datos como la elevación de la isoterma de los cero grados hasta los 3.000 metros en la cordillera, documentada por el Instituto Pirenaico de Ecología. Esas modificaciones del patrón climático que algunos tipos de plantas –hierbas de prado, básicamente- vayan situándose progresivamente en áreas más elevadas y comiencen a disputar el espacio a la vegetación característica de esos lugares.
El Gobierno de Aragón lleva desde mediados de la década pasada trabajando, con financiación del programa europeo Feder y con la colaboración del Instituto Pirenaico de Ecología y de expertos en botánica como Luis Villar y José Luis Benito, en el proyecto Gloria, coordinado por la Universidad de Viena y que incluye el seguimiento de la vegetación de las áreas alpinas –zonas de pasto a más de 2.000 metros de altura- de doce cumbres con vertientes a los cuatro puntos cardinales en Ordesa y en el valle de Tena, en el Pirineo, y en el Moncayo, en el sistema Ibérico. Los inventarios florísticos realizados en esas zonas han permitido constatar cómo especies de plantas que nunca antes habían sido localizadas a esa altitud han comenzado a colonizar zonas por encima de esa barrera.
El último inventario, realizado el año pasado en Ordesa, incluye análisis de los suelos para estudiar el comportamiento de invertebrados como los colémbolos, considerados uno de los principales indicadores de esos cambios. “Tenemos un punto de partida”, señala Cabrera, que anota que la Universidad de Viena ha reducido de diez a siete años la periodicidad de los inventarios tras percatarse sus expertos de que “los cambios van más rápido de lo que pensábamos”.
“Hay que introducir la variable del cambio climático en los cálculos agrarios”, destaca Cabrera, que señala algunas consecuencias de la elevación de las temperaturas: aumenta la evapotranspiración de las plantas, lo que incrementa su necesidad de agua; al frío diezma en menos medida las larvas de los insectos a invertebrados de plaga, lo que hace que tanto su presencia como su actividad sean mayores, y favorece la aclimatación de especies invasoras de origen tropical; la nieve cuaja menos, se sublima en mayor medida y se deshiela con más rapidez, lo que altera el régimen de los ríos y obliga a replantear los modelos de explotación de los embalses; los fenómenos meteorológicos extremos, como las olas de calor, las lluvias torrenciales y los periodos de sequía, son cada vez más frecuentes.
En este sentido, el consejero de Desarrollo Rural, Joaquín Olona, llamaba recientemente la atención sobre la “mayor vulnerabilidad a los impactos del cambio climático en zonas rurales por la dependencia de la agricultura y recursos naturales”. De hecho, sectores como el vinícola comienzan a verse afectados por la aceleración del proceso de maduración de la uva, lo que les obliga a cambiar sus modelos de producción.
El panel del IPPC pronostica para finales de este siglo en el área mediterránea aumentos de la temperatura de hasta tres grados en invierno y seis en verano, junto con una reducción de las precipitaciones de hasta el 12% en los meses fríos y el 24% en los cálidos, fenómenos que serán más acusados en la península ibérica.
“El tiempo que hace cada día no es significativo del cambio climático, que es un fenómeno a largo plazo”, señala Matilde Cabrera, que apunta que “el único parámetro que ha cambiado es el aumento de la temperatura global, y eso se relaciona con las emisiones de CO2”.
Sin embargo, los gobiernos no acaban de tomarse en serio esta problemática: ni la cumbre del clima de París adoptó medidas decididas para atajar el proceso de calentamiento global ni ejecutivos como el español, al que la Alianza por el Clima reclama que se active con urgencia en este ámbito, adoptan iniciativas esperanzadoras pese a los evidentes indicios de deterioro del equilibrio ambiental, como el deshielo del Ártico, y a investigaciones que alertan del deterioro del mundo vegetal, que está perdiendo capacidad para absorber el CO2.
Por último, Cabrera desvincula del cambio climático, o cuando menos pone en duda que se trate de su causa directa, procesos como la aparición de matorrales en zonas cercanas a las alpinas. “Eso, que es algo muy distinto de la termofilización, puede deberse –apunta- a cambios del uso del suelo y a la ausencia del ganado extensivo”, tanto por el abandono de tierras de cultivo como por el hecho de que la presencia de rebaños transhumantes en áreas de alta montaña ha descendido en las últimas décadas.
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