Este artículo se publicó hace 5 años.
Curso de programaciónAlgoritmos contra la exclusión social
Un curso de programación ha cambiado la vida de un grupo de jóvenes que había tirado la toalla. Vivían en familias que se encontraban por debajo del umbral de la pobreza. Hasta hace seis meses no tenían empleo ni perspectivas de tenerlo. Ahora además de trabajo, por primera vez sienten que tienen futuro.
Agnese Marra
Madrid-
Son jóvenes y son la cara de la exclusión social. Jóvenes que por no tener no tuvieron ni esa edad del pavo que marca la adolescencia. Sin tiempo para caprichos, ni para quejas. Silencio y arrimar el hombro. La madurez a golpes que se suele decir.
Son jóvenes que lo intentaron todo para salir adelante y por muchas linternas que usaran la luz no llegaba a encenderse. El camino se ponía cada vez más oscuro y como nos cuenta Karla Cristina Cáceres Rengifo, de 21 años, en más de un momento sintió que tocaba fondo: “Yo creo que me llegué a deprimir”. Sigfrid Santamera (29 años) no usa esa palabra, es más tímido, pero sí que nos habla de estrés, de preocupación, de peleas en casa.
Ambos pertenecen a familias que se encuentran por debajo del umbral de la pobreza, es decir que pertenecen a esas 10.059.000 personas que viven en hogares que apenas alcanzan el 60% de la renta mediana española. Lo que muchas veces significa entrar en una espiral de miseria en la que parece que uno no encuentra salida: “Sentí que no tenía futuro, que no había manera”. En eso coinciden estos dos protagonistas de una historia que acaba bien. Porque los finales felices también son necesarios.
Los algoritmos, el lenguaje de programación, y la lógica les sacaron de ese pozo emocional y económico. Un programa de informática les cambió la vida. Un curso de Javascript organizado y subvencionado por Cruz Roja, la Fundación Secretariado Gitano y la consultora internacional Accenture, les devolvió la confianza en sí mismos.
Pero volvamos al antes para poder entender la alegría del ahora. Sigfrid estudió Humanidades —“ya sabes, no tiene muchas salidas”, nos dice— pero al terminar no se podía permitir “el lujo” de hacer unas prácticas: “No podía aceptar un trabajo en el que prácticamente no me pagaran o que simplemente trabajara gratis, que es lo que suele suceder cuando empiezas en un área como cultura”, nos explica. Entonces pensó en irse a Londres, creyó que al menos allí podría ganarse un dinero, pero no. Trabajó seis meses en una ONG que apenas le daba para mantenerse.
Karla terminó el bachillerato y consiguió una beca para estudiar Ingeniería Telemática. El primer año todo iba bien, estaba encantada con la carrera, pero cuando pasó a segundo, las becas se acabaron: “Fue la época en la que cortaron todas las ayudas y ni mi familia ni yo podíamos pagar la matrícula, así que dejé de estudiar”. Como las desgracias nunca vienen solas, la madre de Karla, una mujer ya discapacitada, se fracturó el pie: “Todo lo malo que te puedas imaginar nos pasó. Fue una época muy dura”.
Karla empezó “como loca” a buscar trabajo. A levantarse a las seis de la mañana para dejar los curriculum en mano y a acostarse tarde retocando sus estudios para entregar una versión más ajustada en función de los empleos
Sigfrid y su frustración volvieron de Londres para regresar a casa de sus padres en San Cristóbal, Villaverde, Madrid. Una boca más en una casa que desde hace años nadie trabaja, como 1.053.400 hogares españoles, según datos de la Encuesta de Población Activa (EPA). Sigfrid más tres hermanos, uno de ellos discapacitado psíquico. Un padre de 55 años que lleva más de tres sin empleo. Una madre que lleva toda la vida como ama de casa y cuidadora. Y una hermana de 13 años que al final tuvo que dejar su hogar para entrar en un centro de acogida: “No había dinero para alimentar a todo el mundo entonces servicios sociales decidieron que fuera a un centro con escuela de lunes a viernes y los fines de semana los pasara con nosotros”. Luego está la otra hermana a la que de vez en cuando le sale un trabajo pero “siempre muy mal pagado” y “siempre en negro”, nos aclara Sigfrid.
Karla empezó “como loca” a buscar trabajo. A levantarse a las seis de la mañana para dejar los curriculum en mano y a acostarse tarde retocando sus estudios para entregar una versión más ajustada en función de los empleos: “No mentía pero me iba quitando formación porque me decían que para camarera no hacían falta tantos estudios pero sí práctica”. Pero esta chica de Vallecas, con todos los esfuerzos del mundo, hasta el momento sólo se había dedicado a estudiar: “Eso no me servía de nada, te juro que mandé miles de curriculum y nada. Busqué todo tipo de trabajos, y no me salía nada. Entonces fue cuando me empecé a deprimir, a pensar que nunca podría salir adelante”.
500.000 vacantes para programación
Ambas familias recibían ayuda alimentaria de Cruz Roja y un día Karla, y otro día Sigfrid se acercaron a la sede que les quedaba más cerca de casa y uno de los voluntarios les ofreció la varita mágica con la que por ahora han cumplido sus deseos.
Desde hace años esta organización ofrece cursos de inserción laboral dentro del Plan Empleo de Cruz Roja, pero el año pasado por primera vez ofrecieron uno centrado en el mundo de la programación: "Plantearnos trabajar en favor de la formación y el empleo de las personas más vulnerables en el ámbito de la tecnología, ha supuesto derribar nuestras propias barreras acerca de que los perfiles en este sector tienen que ser de alta formación. Nos hemos dado cuenta de que si se ponen las condiciones, las personas con menor cualificación pueden hacer casi de todo, porque tienen capacidad y motivación. Saben aprovechar las oportunidades y esta iniciativa lo ha demostrado", explica Maika Sánchez, subdirectora del Plan de Empleo de Cruz Roja.
Sigfrid dice que su formación de letras no ha sido ningún inconveniente: “Como siempre me gustó la filosofía, la lógica que se aplica en estos programas también tiene que ver. Y el mundo de la informática siempre me ha interesado”. Reconoce que durante los cuatro meses de formación tuvo que estudiar bastante pero por fin ha visto que su esfuerzo ha dado resultados. Después del tiempo de prácticas que incluía el curso, Accenture le ofreció un contrato indefinido en la empresa y un salario un poco más alto de los 1250 euros. Sigfrid consiguió el primer contrato de su familia en cinco años, y con ello vino el dejar de racionalizar la comida y “empezar a tener una dieta más variada”. Aligerar los estados de ánimo de la familia: “No te digo que ya no haya estrés en casa pero mi contribución nos ha dejado respirar y el ambiente está un poco más relajado”.
Cuando Karla habla de este curso casi, casi se le saltan las lágrimas. Puro entusiasmo que traduce en un discurso lleno de este tipo de frases: “Me lo ha dado todo”. “He aprendido muchísimo porque me ha abierto el mundo”. “Mi vida ha dado un giro de 180 grados, ahora puedo proyectar un futuro”.
El curso de Javascript le quitó la espinita de no haber podido terminar su carrera de Ingeniería Telemática. Y ahora cuenta orgullosa que en el equipo de Accenture hay universitarios que le preguntan a ella: “Me preguntan a mí, a la que no tiene carrera. Mi madre está tan contenta”.
De los 21 participantes que asistieron al curso que se dio en Madrid, 16 hicieron las prácticas en Accenture y ocho han conseguido empleo gracias a esta formación
De los 21 participantes que asistieron al curso que se dio en Madrid, 16 hicieron las prácticas en Accenture y ocho han conseguido empleo gracias a esta formación. El proyecto “Juntos por el empleo de los más vulnerables” lanzado por esta consultora junto con la participación de otras 1.000 organizaciones sociales, 77 empresas y fundaciones empresariales, y 17 administraciones públicas, apuestan por el sector tecnológico porque desde la Comisión europea estiman que en 2020 habrá 500.000 vacantes por cubrir relacionadas con programación. “Se trata de un sector que goza generalmente de buenas condiciones laborales y que puede suponer un seguro frente al desempleo durante décadas”, aseguran desde la Fundación Secretariado Gitano (FSG).
El proyecto #EmpleandoDigital se desarrolla actualmente en nueve Comunidades Autónomas y cuenta con 23 equipos (10 de la FSG y 13 de Cruz Roja) y más de 200 personas participantes. Está cofinanciado por el Fondo Social Europeo a través del Ministerio de Trabajo, Migraciones y Seguridad Social y la Fundación Accenture, y tiene como ejes principales la aplicación de soluciones tecnológicas a la intermediación laboral, el entrenamiento de las competencias digitales en las personas participantes y las soluciones formativas adaptadas al mercado laboral digitalizado y en ocupaciones del sector tecnológico.
Para Sigfrid y Karla ha sido esa varita mágica. Él, además de ayudar en casa, consigue ahorrar un poco para sus clases de Oratoria: “Siempre quise hacerlas porque creo que me pueden ayudar y no hay dinero mejor invertido que en formación, así que estoy muy contento”. Karla nos dice que por fin ha conseguido independizarse y que claro que también ayuda económicamente a su madre: “Tiene cinco hijos que nunca la vamos a dejar de ayudar”. Ella también sueña con seguir formándose porque después de este curso se ha dado cuenta de que puede hacer cualquier cosa que se proponga: “Además de programación y algoritmos este curso me ha dado autoestima, confianza en mí misma. Estoy muy pero que muy agradecida”. Puro entusiasmo, ya lo decíamos.
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