Este artículo se publicó hace 3 años.
La historia desconocida del tren republicano que salvó la vida a más de 1.000 soldados
Rafael Pulido Cuchí estuvo al frente del tren quirúrgico del que más información se tiene gracias a los documentos que escondió durante toda su vida y recuperados por su hija. Tras prestar sus servicios en diferentes frentes, el doctor superó un proceso de depuración y se vio obligado a trabajar en la sanidad privada.
Madrid--Actualizado a
El golpe de Estado había fracasado en Catalunya. Superados los primeros días desde aquel 18 de julio insurreccional, la guerra se tornaba una realidad a tenor de lo sucedido en otras regiones del país. En la capital catalana, al igual que en Madrid, la sublevación fracasó, y partidos políticos y sindicatos se prestaron raudos a organizar la defensa de la legítima República. El primer objetivo de las columnas milicianas que partieron de Barcelona fueron las tres capitales de provincia aragonesas, donde los combates se recrudecen al principio de la contienda. Centenares de combatientes caen heridos a kilómetros de los hospitales en los que les pueden tratar: ahí comienza la historia del tren medicalizado número 20, el único preparado quirúrgicamente y que llegó a salvar la vida de un millar de combatientes.
Los trenes hospital no se diferenciaban demasiado de uno de viajeros en su estética: "Lo que hicieron fue modificar los vagones, que en lugar de asientos tenían literas, aunque sí dejaron algunas zonas para aquellos heridos en las extremidades o en la cabeza que podían viajar sentados", relata Carles Hervas, el historiador que ha glosado la hazaña en diferentes publicaciones académicas. Al poco tiempo de constituirse estos trenes hospital, la idea original metamorfoseó buscando una nueva utilidad para los convoyes. Así aparecieron los trenes que no solo trasladaban a los heridos desde el frente de batalla a los hospitales de la retaguardia sino que les trataban quirúrgicamente.
El nombre propio de esta historia es Rafael Pulido Cuchí, un médico barcelonés nacido en 1911 y que prestaba sus servicios en el Hospital Clínico de Barcelona hasta que fue llamado a filas. Pulido, al frente del tren del que más se sabe gracias a sus documentos guardados en un cajón, ha sido clave en la historiografía para documentar esta realidad de la Guerra Civil.
"Él guardaba absolutamente todo, con unos informes médicos de cada uno de sus pacientes extremadamente exhaustivos", relata Hervas. De esta forma, sabemos que en el tren quirófano se instaló una mesa de operaciones, una autoclave de esterilización, una lámpara, armarios para guardar el instrumental. Todo ello "conseguía reproducir con absoluta fidelidad un quirófano de un centro sanitario fijo", apunta el historiador, quien reproduce los primeros viajes del tren: "Los primeros meses viajó hacia Aragón, pero después, con la evolución del conflicto, se trasladó a Belchite, en el verano de 1937".
Salvando vidas a lo largo de los frentes
El doctor Pulido, un cirujano militarizado a consecuencia de la guerra, se convirtió en el director del tren y del equipo quirúrgico, engrosando así las filas de la sanidad militar. Con él, varios médicos, practicantes y soldados enfermeros. "Desde Belchite fueron a la batalla de Teruel, y de ahí volvieron a la ofensiva que rompe el frente de Aragón y es el inicio de los primeros ataques contra regiones catalanas por parte del bando sublevado durante la primavera de 1938", agrega el historiador catalán. Más tarde, el periplo continúa y se sitúa, a finales de julio de ese mismo año, en la zona del Ebro.
La zona de esta última parada tenía una particularidad, pues en ella desembocaba el túnel L'Argentera, de unos cinco kilómetros, que durante muchos años fue el más largo de la red ferroviaria española. "Esto permitió que el tren quirófano se instalara en una de las vías, aparcado y resguardado de los ataques aéreos, mientras que por la otra podían circular tanto los trenes que traían heridos del frente como aquellos que les evacuaban hacia Barcelona una vez que habían sido atendidos en el tren quirófano", desarrolla el investigador. La siguiente parada fue Manresa, hasta enero de 1939, cuando el tren retrocede hasta la capital catalana, donde Pulido vive la caída de la región a manos de las fuerzas sublevadas.
Depuración en la inmediata posguerra
"Como todos los médicos que sirvieron en el ejército republicano, Pulido fue sometido a un proceso de depuración. Según los avales que podías presentar a tu favor, y a veces dependiendo de la suerte del tribunal, podías recibir un mayor o menor castigo", explica Hervas. En este caso, el practicante veinteañero que estuvo al frente del tren republicano perdió su plaza ganada por concurso en el Hospital Clínico, cuya desposesión le obligó a dedicarse a la medicina privada.
A lo largo de sus trayectos, el tren quirúrgico nunca sufrió ningún ataque del enemigo, a diferencia de lo que ocurrió con algunos otros trenes medicalizados que fueron bombardeados en la retaguardia. "No servía de nada llevar una gran cruz blanca pintada en el techo para que se viera que se trataba de un transporte de heridos y enfermos. Los que bombardeaban no tenían mucho esto en cuenta y sí que sucedieron algunas masacres", profundiza el propio historiador. Él es quien con mayor minuciosidad ha documentado todos los escritos, informes e información que el doctor Pulido legó a su hijo: "También guardaba las órdenes de desplazamiento y los nombramientos, el inventario de todo el material del que disponía el tren, y por eso podemos conocer casi todo lo que ocurrió", afirma.
La carpeta que atesora el pasado
Ya había terminado la Guerra Civil cuando Pulido decidió meter todo eso en un cajón. Pasaron décadas y décadas hasta que entregó la carpeta con toda la documentación a su hijo, antes de fallecer en 2002. Al tiempo, dichos papeles llegaron a Victoria Pulido: "Yo no sabía absolutamente nada de todo esto, pero cuando vi la importancia que tenía pensé que debía estudiarlo el departamento de Historia del Colegio de Medicina de Barcelona", afirma a Público la hija del protagonista, también médica como él. A ella, en casa, siempre le habían dicho que no se metiera en política, que no fuera a manifestaciones en un tiempo en que su facultad estuvo cerrada varios meses debido a las protestas por aquel primaveral mayo del 68. No podía imaginarse quién había sido ni qué había hecho su padre.
En esa carpeta antigua de oficinista de color marrón encontraron decenas de hojas mecanografiadas en las que se describían a todos los pacientes atendidos en el tren hospital número 20: "Estamos hablando casi de un chaval con menos de 30 años que, minuciosamente, registraba el nombre del herido, apellidos, categoría dentro del Ejército y si pertenecía a las Brigadas Internacionales, al Ejército republicano o al franquista, porque él atendía a cualquiera que cayera en sus manos", relata la misma Victoria.
En esas hojas, además, añadió el lugar del enterramiento de aquellos que no conseguían sobrevivir. "Yo no sé cómo lo pudo hacer porque realizaba hasta 20 intervenciones en un día", apuntilla la hija, quien recalca que ella no tuvo noticias de tamaña empresa durante tanto tiempo porque "se consiguió que los jóvenes nacidos a partir de los años 50 fueran apolíticos en su mayoría y no se interesaran por estas cuestiones".
El proceso de depuración al que se enfrentó el doctor Pulido tampoco era conocido por su familia, pero gracias a los papeles guardados en aquel momento por el propio afectado, Victoria ha sabido que un aval que ayudó a su padre durante el proceso judicial fue el de la portera del edificio en el que vivían. Esto es lo que dijo aquella señora el preguntarle las autoridades por el, en ese momento, investigado: "El doctor Pulido es una buena persona porque escucha Radio Nacional".
El motivo del silencio
La propia Victoria aporta algo más de información de los últimos momentos de su padre el frente del tren quirófano: "Cuando terminaba la guerra recibió órdenes de llevar el tren a Francia, pero él desobedeció y lo trasladó a Barcelona. Se lo devolvió a los mandos franquistas que estaban ya allí y se marchó a casa de su padre, mi abuelo". Poco después, la radio exhortaba a todos aquellos oficiales que habían luchado en el bando republicano a que se presentaran en las comisarías correspondientes. Él, capitán médico por aquel entonces, hizo caso al consejo de su padre y no se presentó. Además, quemaron su uniforme para dejar el menor rastro posible, aunque nada fue suficiente para que no se enfrentara al tribunal militar que lo juzgó.
Aquel fuego que destruyó sus simbólicos galones recorrió el tiempo, ahora por unas vías de silencio y pretendido olvido. ¿Por qué nunca habló de su pasado? "Esa es la pregunta que todos nos hacemos y no encontramos respuesta, porque lo podía haber hecho una vez terminada la dictadura", responde Hervas. De todos modos, desde su punto de vista sí se pueden encontrar ciertas explicaciones a la cuestión. Una de ellas es que aunque salió más o menos bien parado de su proceso de depuración, no quisiera hacer propaganda de ello. Otra, tan posible como la anterior, es que quiso evitar que sus documentos fueran una especie de delación para con los combatientes que había tratado durante esos tres años, "pues dar a conocer la lista de los soldados heridos equivalía a poner nombres y apellidos a aquellas personas susceptibles de ser represaliadas por el hecho de haber combatido contra los franquistas", finaliza el investigador.
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