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Un rey escopeta en mano. Un elefante muerto. Un país escandalizado por la peor imagen de su Jefe de Estado. Un plan monárquico de lavado de cara, sucesión incluida, activado de una vez por todas. El 14 de abril de 2012, mientras en España volvían a retumbar las voces de quienes homenajeaban a la República, el país recibía un comunicado insólito de la Casa Real: la madrugada anterior, el rey Juan Carlos I había sido operado de urgencia en España tras romperse la cadera en Botsuana, mientras mataba elefantes.
En diez años pueden pasar muchas cosas. Hoy Juan Carlos I no es el rey de todos los españoles ni duerme en el Palacio Real. Sus días y noches transcurren en Abu Dabi, paraíso emiratí gobernado por una de sus dictaduras árabes preferidas. No en vano, al que fuera rey de España le gusta codearse con jefes de monarquías absolutistas que reprimen a los suyos y bombardean a los yemeníes. Léase Arabia Saudí, léase Emiratos Árabes Unidos.
A Juan Carlos I también le gusta matar elefantes. O al menos le gustaba hasta aquel 14 de abril de 2012 en el que, maldiciones del destino, una caída en pleno safari se convirtió en un escándalo ya imposible de ocultar: "Lo siento mucho. Me he equivocado. No volverá a ocurrir", dijo en un mensaje ante la cámara.
El monarca había ido a divertirse a Botsuana junto a su amiga íntima, la aristócrata Corinna Larsen. "El episodio tenía todos los ingredientes para el descrédito del entonces rey: distancia y dejación de funciones, inclinación al lujo, infidelidad familiar y depredación ambiental", destaca el historiador y escritor Juan Andrade, quien ve en aquella escena "un gesto alarmante de inconsciencia, de insensibilidad, de inmunidad o de regodeo".
Para la politóloga Cristina Monge, ese hecho significó "un antes y un después". "Marcó un punto de inflexión, sobre todo en la información que se daba sobre la Casa Real –señala–. También un punto de inflexión en la opinión pública: fue la constatación de que la Familia Real no representaba la situación idílica que se nos había vendido durante mucho tiempo".
"La caída de Juan Carlos I en Botsuana hace ahora diez años supuso un fogonazo de realismo que alumbró todas las zonas oscuras de la trayectoria del monarca que se ocultaban", señala Andrade. ¿Tuvo ese fogonazo la fuerza suficiente para echar luz sobre el monarca o hubo extintores que controlaron el incendio?
Según coinciden en señalar distintos analistas, lo cierto es que la imagen pública del monarca cayó entonces en picado. Entre otras cosas, obligó al Gobierno de Mariano Rajoy a ensayar algún tipo de explicación sobre lo ocurrido. En sendas respuestas escritas enviadas al Congreso a raíz de las preguntas formuladas por distintos grupos parlamentarios, La Moncloa no tuvo más remedio que admitir que estaba al tanto del viaje del rey a Botsuana, pese a no tratarse de una actividad oficial.
Según consta en una de esas respuestas remitidas a la Cámara de Representantes, el Ministerio de Asuntos Exteriores, a través de su red de embajadas, "realizó las gestiones habituales ante las autoridades locales", en alusión al Gobierno de Botsuana.
El Ejecutivo dirigido por Rajoy calificó entonces el episodio como un "desgraciado accidente", al tiempo que defendió que no había generado "ningún coste para el erario público".
Llamada a Hillary Clinton
El escándalo cruzó el Océano y se plantó en la pantalla del ordenador de Hillary Clinton, entonces secretaria del Departamento de Estado en el Gobierno de EEUU. Según consta en documentos desclasificados de la administración estadounidense, el 22 de julio de 2012 Juan Carlos I llamó a la oficina de Clinton para tratar de concertar una audiencia telefónica con la representante del Gobierno de Barack Obama.
"El rey Juan Carlos ha llamado y ha pedido hablar con usted. Está disponible hasta las 5 de la tarde hoy, pero podemos encontrar horarios para mañana", dice el mensaje de correo electrónico enviado ese día a Clinton por su asistente, Monica Hanley.
En su correo, la funcionaria copió y pegó una noticia que, al parecer, explicaba las razones de la llamada del rey español: un día antes, la asamblea de socios de la organización ecologista WWF había decidido "suprimir la figura de Presidente de Honor, hasta ahora ostentada por el Rey Juan Carlos I".
La cacería de elefantes en Botsuana había provocado un amplio malestar entre los adherentes a WWF, "tanto dentro como fuera de España". "Aunque ese tipo de caza es legal y está regulada, ha sido considerada incompatible, por muchos de sus socios, con la Presidencia de Honor de una organización internacional como WWF de defensa de la naturaleza y el medio ambiente y una de la que más esfuerzos y recursos dedica a la conservación de especies en peligro de extinción", afirmó entonces la entidad conservacionista en un comunicado.
Transparencia, deuda pendiente
Del mismo modo, la caída en Botsuana volvía a poner sobre la mesa un debate pendiente en Madrid: el inmenso secretismo oficial que presidía todas y cada una de las actividades de la monarquía española en general y del Jefe del Estado en particular. Sobre ese punto, el Gobierno del PP señaló entonces a los grupos parlamentarios que muy pronto remitiría al Congreso su proyecto de Ley de Transparencia, que aparecía entonces como un supuesto avance en torno a la opacidad de la Casa Real.
La respuesta tenía trampa. La citada ley fue publicada por el Boletín Oficial del Estado (BOE) en diciembre de 2013, exactamente 20 meses después de la caída del monarca en Botsuana. Sin embargo, la normativa sobre Transparencia con mayúsculas deja fuera cualquier aclaración sobre las actividades de Juan Carlos I: según ha podido verificar Público en la base de datos del Consejo de Transparencia, distintas consultas ciudadanas formuladas desde entonces en relación a la monarquía no han sido respondidas por la administración.
La promesa de claridad y renovación también formó parte de la gran operación de lavado de imagen que supuso la abdicación de Juan Carlos I y la asunción de su hijo como nuevo rey de España en junio de 2014. Con los incipientes escándalos de su padre de fondo, el joven monarca prometió una institución transparente. Sin embargo, en estos años de reinado han quedado claros cuáles son los límites de Felipe VI: el hermetismo en torno a las actividades de Juan Carlos I sigue vigente.
"Hubo un error de partida enorme al mantener el monarca como emérito vitalicio, porque la institución de la monarquía siguió vinculada a la persona de Juan Carlos", señala Pablo Sánchez León, historiador e investigador en la Universidad del País Vasco (UPV).
A su juicio, la trayectoria personal del rey, con un "deseo desaforado" por el dinero, ha estado marcada por" una impunidad absoluta, con la intocabilidad como gran marco de su actuación personal". "Con el tiempo se ha hecho ingobernable, y eso es un peligro público, sobre todo para la Casa Real", remarcó Sánchez León.
Ruta por recorrer
El Gobierno de Pedro Sánchez también se ha sumado a las promesas de transparencia con una anunciada "hoja de ruta" que llevaría hacia una renovación de la monarquía. Sin embargo, aquí también la noticia es que no hay noticia: de momento nadie sabe cuál es la hoja ni hacia dónde va la ruta.
"En Transparencia les queda mucho por recorrer. Se lleva tiempo hablando de una Ley de la Corona que no acaba de llegar, mientras que los mecanismos de transparencia de la Casa Real son francamente mejorables", sostiene Monge.
Coincidiendo con el décimo aniversario de la caída en Botsuana, la politóloga destaca que "una institución como la monarquía, a día de hoy, necesita muchísima más transparencia para ganar legitimidad social".
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