Este artículo se publicó hace 8 años.
El maestro republicano que secuestró un transatlántico para hundir el franquismo
Pepe Velo, dirigente del DRIL en el exilio, fue el ideólogo de un utópico plan para socavar las dictaduras de España y Portugal en 1961. Al frente de 24 guerrilleros, asaltó un barco en el Caribe para sublevar las colonias africanas y propagar la revolución a la península Ibérica. Se llamaba Santa María, pero pronto fue rebautizado como Santa Liberdade.
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El gallego no protesta, emigra. Pepe Velo, sin embargo, protestó y por eso se vio forzado a la emigración, que en realidad era destierro. Allí, fondeado en el desarraigo, había un exilio de ultramar convencido de que le correspondía a ellos, como expatriados forzosos, liberar a España. Él también lo creía así, por lo que ideó un utópico plan para quitarle el yugo a los súbditos de Franco y Salazar: secuestraría un trasatlántico en el Caribe, tomaría rumbo a África, sublevaría Guinea Ecuatorial y Angola, y propagaría la revolución de las colonias a la península Ibérica. El barco elegido tenía capacidad para 1.500 personas y se llamaba Santa María, aunque los insurrectos pronto lo rebautizaron como Santa Liberdade.
Xosé Velo Mosquera (Celanova, 1916) se quedó con apenas diez años huérfano de padre, Lino Velo, que había sido el alcalde de su pueblo. Allí fundó, junto a Celso Emilio Ferreiro, las Mocedades Galeguistas, de las que llegó a ser secretario general. “En nosotros predominaba ese caudal de entusiasmo que nos llevaba a no renunciar de ninguna manera a la lucha por la recuperación del país”, afirma el economista Xaime Illa Couto en el documental Pepe Velo, verbas como lóstregos, dirigido por Xan Leira. El Partido Galeguista, paraguas de aquellas Mocedades, cobijaba un espectro de políticos nacionalistas que iban desde una derecha wagneriana hasta una izquierda independentista. Tras la sublevación de 1936, fueron pasados por las armas o buscaron refugio en el extranjero, donde crearon organizaciones afines. Quienes resistieron en su tierra, exploraron la vía cultural, que contrastaba con la estrategia de algunos exiliados.
Con el paso de los años, Velo, que había estudiado Filosofía y Letras y dos cursos de Medicina, consideró que sus paisanos en Suramérica se habían anquilosado. Frente a un antifranquismo adormilado, propugnaba la acción directa desde Caracas, adonde había llegado en 1948. Su huida de España parece un ensayo de lo que sería su gran odisea: el ourensano es detenido y encarcelado tres días después del golpe de Estado; lucha obligado en las filas rebeldes de la División Acorazada Brunete; es condenado por desertar a un batallón de castigo en Guinea Ecuatorial; al término de la guerra civil abre una academia de enseñanza en Celanova y luego, otra en Vigo; vuelve a ser detenido por ejercer de enlace con el antifranquismo en el exterior; ingresa de nuevo en prisión y es torturado; se fuga aprovechando la libertad condicional; permanece oculto más de un año en la aldea de Moreira, cerca de su pueblo; y atraviesa la frontera, donde lo arresta la temida policía política portuguesa (PIDE).
Corre entonces el riesgo de ser expulsado, pero su causa se internacionaliza gracias a la ayuda de Humanitarian Service, una organización mormona que presta socorro a los refugiados, sostiene José Ramón Campos Álvarez en la tesis La emigración gallega a Venezuela (Complutense). Rómulo Gallegos, presidente venezolano y simpatizante republicano, se interesa por su caso y, gracias a él, logra hacerse con un pasaporte de emergencia expedido por el Consulado de Venezuela en Lisboa. Válido para un sólo viaje, finalmente embarca rumbo a Caracas.
En el documento figura que "no es venezolano", que está casado (había contraído matrimonio a los diecinueve años con Jovita Pérez González, con quien tuvo tres hijos: Lino, Manuela y Víctor), que ejerce de profesor, que profesa la religión católica, que mide 1,76 metros, que su cabello y sus ojos son negros, y que su filiación política es "republicana galleguista". La mejor definición de su ideología, si bien la prensa franquista se encargaría de tachar a los secuestradores de comunistas. “Era un tipo libre e indomable. Aunque no era anarquista, su espíritu era libertario”, asegura a Público el editor Paco Macías, que tiene previsto publicar ¡Morra España!, ¡Viva Hespaña!, su testamento ideológico. Ahí se ve reflejado no sólo que era una persona de izquierdas, siglas al margen, sino también un iberista.
Una vez en la capital venezolana, siguió ejerciendo de profesor en el Orto, un colegio progre con predicación entre los republicanos, y en la Escuela de Administración del Ejército. También presidió el Lar Gallego, fundado por veintiocho exiliados antifranquistas, en su mayoría progresistas, sin relación alguna con la legación diplomática española. Ésta la consideraba una asociación “peligrosa dominada por los comunistas”, como recoge el libro El asociacionismo en la emigración española a América (Uned), de Juan Andrés Blanco Rodríguez. Eran unos apestados para la Embajada, que no toleraba que la sede estuviese presidida por una bandera gallega y otra republicana, que le hubiesen prohibido la entrada al embajador y que la peña de ajedrez se llamase Alexandre Bóveda, el motor del Partido Galeguista, fusilado en 1936.
Además de prestar servicios médicos y odontológicos a los emigrantes gallegos que vivían en precario, organizaban conferencias y actividades culturales. El ajedrecista argentino Miguel Najdorf, por ejemplo, visitó sus salones. Era un fenómeno que batía los récords que él mismo iba estableciendo: llegó a jugar 250 partidas simultáneas y 45 simultáneas a ciegas, o sea, sin ver el tablero y memorizando los movimientos. Los rivales, exhaustos, tenían que ser relevados, hasta casi duplicar su número al final del desafío. Su memoria era prodigiosa: en una ocasión, una persona le comentó que había jugado contra él en una exhibición, pero el gran maestro internacional era incapaz de recordarlo. Cuando le dijo cuál era el tablero, Najdorf no sólo evocó el juego sino el momento exacto del jaque mate. Otro visitante ilustre del Lar fue un bisoño Bobby Fischer, campeón mundial de ajedrez entre 1972 y 1975. El escritor y galleguista conservador Ramón Otero Pedrayo, sin embargo, rechazó la invitación durante una visita a la ciudad, pues temía ser represaliado cuando volviese a España. Una negativa que decepcionó a Velo, mosqueado con Camilo José Cela, quien tampoco se dignó a intervenir en el hogar gallego.
El futuro premio Nobel había publicado La Catira por encargo del dictador Marcos Pérez Jiménez, detractor del Lar. La novela satirizaba la novela Doña Bárbara, escrita por Rómulo Gallegos, quien apenas ejerció unos meses el cargo de presidente de Venezuela debido al golpe de 1948. Gallegos había inaugurado las instalaciones. En su discurso, recordaba sus días de autoexilio durante la Segunda República en Bueu, adonde había llegado por recomendación de su amigo Mezquita, pareja de la pintora Maruja Mallo. Velo, que había conocido en Galicia al presidente, no dudó en poner a caldo La familia de Pascual Duarte durante la emisión de un programa radiofónico, lo que enfureció a Cela, que se mofó de su pronunciada nariz. También destacaba en la fisonomía del maestro de Celanova un fino bigote, una calva contenida y una delgadez extrema digna del osario mejor surtido.
No temía a los dictadores propios ni ajenos. En Pepe Velo (Xerais), Antonio Piñeiro rememora el discurso que pronunció en 1956 para conmemorar el Estatuto de Autonomía de Galicia, que no llegó a entrar en vigor debido al estallido de la guerra civil: “La libertad sólo es posible en la democracia, y es por eso que nosotros somos partidarios decididos de la democracia. Pero en España, además, la democracia sólo es viable dentro del sistema republicano, y es por eso que nosotros somos partidarios incondicionales de la República”. Otros socios, en cambio, sucumbieron ante las presiones de la dictadura española, que azuzaba a su vez al Gobierno venezolano. Cuando sus entonces mil miembros fueron advertidos de que podrían tener problemas si viajaban a España, casi dos tercios decidieron darse de baja.
Velo intentó un acercamiento con el Centro Gallego, que sí llegó a visitar Otero Pedrayo. Para ello, formó parte de la “comisión por la unidad gallega”, que perseguía la fusión de ambas entidades. “Tú y yo, hermano gallego, somos ante todo gallegos, y no hay ningún motivo para que no nos entendamos”, escribió en un boletín del Lar. El proyecto conjunto sufriría una escisión, la Casa de Galicia, y no sería hasta la caída de la dictadura de Pérez Jiménez cuando se lograría la fusión de los tres centros bajo el nombre de la Hermandad Gallega de Venezuela. Sin un dictador al frente del país, las presiones de Franco no surtían tanto efecto. “Antes de nada, mi padre fue un galleguista”, explica a Público Víctor Velo, hijo de Pepe y uno de los secuestradores del Santa María. “Él habló siempre gallego, mientras que otros paisanos sentían vergüenza, porque su idioma estaba considerado de quinta categoría”.
Cuando lo hacía en público, epataba al respetable. Francisco Comesaña, militante del PCE y exiliado en México, alude en Verbas como lóstregos a su gran capacidad oratoria, que plasmó durante el Primer Congreso de la Emigración Gallega de Buenos Aires en 1956, al que asistieron delegados de las colectividades galaicas esparcidas por América, de Chile a Estados Unidos, pasando por Uruguay, Brasil, Venezuela, Cuba y México. Velo, que abrazó con fuerza a Comesaña y le dio las gracias por haberle dejado “calentita” la celda de la cárcel de Vigo, dejó boquiabiertos a los asistentes con su palabra “rica y florida”. Así la define en el citado documental Xoán Martínez Castro, representante de Uruguay, quien no se olvida de que “hablaba un gallego que llegaba a lo más recóndito de nuestro pecho, sin guion y con una naturalidad que nos dejaba pasmados”. Velo citaba a Rosalía, estimulaba el lagrimeo, abarrotaba los mítines. “Impactó a todos en aquel congreso”, afirma el escritor Xosé Neira Vilas, entonces secretario general de las Mocedades Galeguistas en la capital argentina. “Era un hombre de una ideología de izquierdas, pero planteaba las cosas de manera que eran incuestionables e incontrastables”, sostiene el autor de Memorias dun neno labrego.
Celso Emilio, en su libro A taberna do galo, clava a Velo: “Alto, flaco, de larga nariz, fue un orador nato de la escuela de Basilio Álvarez. Hablaba con voz tronante poniendo los brazos abiertos coma un Cristo campesino. Sus palabras, que le brotaban de un manantial profundo, era convincentes, llenas de sentido popular. Era un gran poeta, si de escasa obra, de abundantes desventuranzas”. Su primera poesía, Alciprés, la había publicado en la revista Nós a los diecinueve años, uno antes de fundar Cartafol de poesía junto al autor de Longa noite de pedra. Elixio Rodríguez, su “hermano” en las Mocedades Galeguistas y compañero de mítines en las ferias de la comarca que lo vio nacer, lo recuerda como un “nacionalista a ultranza, activo e inteligente”. No obstante, como recoge Lois Pérez Leira en el libro Protagonistas de una epopeya colectiva, sobre todo era un “extraordinario orador” con un “encanto carismático que cautivaba a quienes lo escuchaban”.
Con la palabra, pretendía mantener unidos a sus compatriotas y les recordaba que no podían olvidar el motivo que les había llevado a ser expulsados de su tierra. Velo consideraba que la actividad de los partidos e instituciones en el exilio era insuficiente. “Creía que no se podía pactar con Franco, sino que era necesario tumbarlo”, afirma Macías, responsable de Edicións Positivas. De alguna manera, los opositores se habían burocratizado, por lo que estimó que era necesaria la acción directa frente al quietismo imperante. Lo intentó con el aviador republicano Alberto Bayo, si bien las relaciones no prosperaron. Exiliado en Cuba, ejercía como instructor de la guerrilla castrista e, influido por el Che Guevara, pensaba que una insurrección popular podía derrotar a un ejército. Para ello, fundó en La Habana la Unión de Combatientes Españoles (UCE) en julio de 1959, pidiendo a todos los opositores “unidad y acción”, pero su llamada apenas tuvo eco.
La Unión de Combatientes Españoles Antifranquistas Nacionalistas Gallegos (Ceanga), fundada por Velo e integrada en la UCE, sería el germen del Directorio Revolucionario Ibérico de Liberación (DRIL), un pacto antifascista sellado ese mismo año contra las dictaduras de Franco y Salazar que también contó entre sus impulsores con los militares portugueses Humberto Delgado y Henrique Galvao. Ambos habían sido salazaristas, aunque terminaron pasándose a la oposición. Delgado, el General sin miedo, llegó a presentarse a las elecciones y, tras ser derrotado, denunció un pucherazo y fue amenazado de muerte. Tras huir del país, se autoproclamó presidente del Portugal en el exilio. Galvao era un convencido colonialista que, cuando consideró que Salazar no premiaba sus servicios en Angola, se cambió de bando y denunció la explotación de la población local. Como Delgado, fue expulsado del Ejército, dirigió su campaña presidencial y, tras el fraude electoral, se refugió en Argentina y luego en Venezuela.
“Galvao era un señor mayor, más salazarista que antifascista”, explica a Público el investigador Xurxo Martiz Crespo. “Fue un luchador que se había escapado de la cárcel, mas también un dandi que iba dando tumbos por ahí. Galvao prometía, pero no arrancaba”, asegura Martiz, que sacó a la luz 24 homens e mais nada. A captura do Santa María (Abrente), escrito por el gallego José Fernández Vázquez, el tercer cerebro del secuestro del barco. Exmilitante del PCE y comandante de la Marina republicana durante la guerra, su apodo era Sotomayor, mientras que Velo recibió el alias de Junqueira de Ambía. Éste y Delgado ejercían de secretarios generales del DRIL y Fernández, de jefe del aparato militar. En 1960 comenzaron a explotar bombas en España, reivindicadas en rueda de prensa por el capitán portugués, aunque el secuestro que los capultaría a las portadas de la prensa internacional todavía se estaba gestando.
El asalto al cuartel Moncada, como preludio del derrocamiento del dictador Batista y la ascensión al poder de Fidel Castro en Cuba, animó al Directorio Revolucionario a trazar una acción propagandística de envergadura. “Todo sucede en un año clave, cuando el PCE ha renunciado a la lucha armada y los libertarios la han ido marginando progresivamente; los viejos maquis se han quedado aislados; los sindicatos se han anquilosado en el exilio; y el anarquista Quicó Sabaté, un referente para los más jóvenes, hace un año que ha muerto”, explica a Público Xavier Montanyà, autor del libro Santa Maria. Pirates de la llibertat. “Los hijos del exilio, ya universitarios, perciben que el mundo está cambiando y que África camina hacia la independencia, de ahí que vean con buenos ojos el resurgir de la acción antifranquista”.
El propósito, pues, es atraer la atención de los países democráticos sobre las dictaduras de España y Portugal, por lo que Velo plantea el secuestro de un trasatlántico que cubra la ruta entre Suramérica y la península Ibérica. “Sotomayor baraja que sea un navío de guerra, si bien mi padre le advierte de que eso es absolutamente inviable”, explica Víctor Velo. En España hay pena de muerte, pero en el país vecino no, por lo que se decide que en el barco ondee la bandera lusa.
Es lo que sostiene Sotomayor en su libro Yo robé el Santa María, mientras que algunos historiadores aluden a las características del transatlántico elegido para justificar su elección. Un paquebote de la Companhia Colonial de Navegaçao construido en los astilleros belgas John Cockerill con un desplazamiento de 20.000 toneladas, una potencia de 20.000 caballos y una velocidad de veinte nudos. Valorado en dieciséis millones de dólares, era uno de los buques más veloces, más lujosos y mejor equipados que realizaban esa travesía. Y, lo más importante, tenía una autonomía de veinte días, con un consumo diario de 140 toneladas de fuel y 200 de agua. Suficiente para arribar a las colonias africanas e iniciar la revolución.
La nave cubría la ruta Vigo-Lisboa-Madeira-Tenerife-La Guaira-Curazao-San Juan de Puerto Rico-Miami, por lo que el plan inicial pasaba por embarcar el 20 de enero de 1961 durante la escala en el puerto venezolano de La Guaira. Si bien los secuestradores tenían un grave problema: no había dinero para armas ni para los pasajes, pues no contaban con la bendición de los partidos comunistas ni, por extensión, de Moscú. Tuvieron que hacer un fondo común, aunque buena parte del presupuesto procedió de los ahorros de Sotomayor, según Federico Fernández Ackerman, su hijo y también miembro del comando, compuesto por veinticuatro hombres. Aun así, ocho o diez tendrían que acceder de forma clandestina. “Galvao se movió bien poco, al contrario que Velo y Sotomayor”, asegura Martiz. El capitán portugués, además, no podía ser visto en Venezuela para no levantar sospechas, porque era muy conocido, por lo que tuvo que embarcar en la isla de Curaçao un día después de que la mayoría lo hubiese hecho en La Guaira, no sin inconvenientes.
Velo, por ejemplo, no tenía pasaporte y tuvo que subir al barco de incógnito. Martiz cree que lo hizo con un salvoconducto de visita para despedirse de su hijo mayor, Lino, que había embarcado con billete. Una vez dentro de la nave, Lino descendió y él se quedó con su pasaporte, al que le había pegado su foto. La otra posibilidad es que simplemente embarcase para acompañar en los últimos minutos a su hijo pequeño, Víctor, y luego se escondiese en el camarote de un miembro del DRIL. Además de la falta de billetes, que costaban una fortuna, tampoco habían reunido armas suficientes, algunas de las cuales habían sido un regalo. Esperaban encontrarlas en el armero del navío, mas esa posibilidad hizo aguas. “Dos miembros portugueses que habían viajado previamente en el Santa María le dijeron a Galvao que dentro había armas automáticas, pero las escopetas eran de aire comprimido”, explica Víctor Velo desde Sao Paulo, donde vive actualmente.
Si no había sido fácil establecer el inicio de la Operación Dulcinea, que Velo quiso llamar Operación Compostela, según Piñeiro, las discusiones sobre la fecha de la toma del puente se sucedían, hasta el punto de que cuando embarcaron el gallego y el luso ya no se dirigían la palabra. “Sotomayor ejercía de intermediario”, explica Martiz, quien razona que la falta de entendimiento estaba relacionada con el carácter de ambos: “Pepe Velo era un iluminado y Henrique Galvao, un pasota”. Horas después de subir el capitán portugués, aprovecharon la caída de noche para comenzar la toma de la sala de máquinas, la estación de radio y el puente de mando, mientras que cuatro guerrilleros sin armas se dedicaban a tareas de vigilancia.
Todo transcurrió sin problemas, excepto en el puente de mando. Víctor Velo recuerda que entraron por babor y estribor. Uno de los comandos pegó un tiro y a un miembro del grupo que estaba enfrente le bailó un dedo y se le escaparon varios disparos, relata el hijo de Junqueira de Ambía, que tenía sólo dieciséis años. “Yo, que había subido con Sotomayor, Porriño y Basilio Losada, llegué a ser acusado por los compañeros portugueses de ser el autor del disparo. Creían que al ser menor de edad podría acarrear menos problemas”, rememora Víctor. Sabe quién disparó, sin embargo guarda el secreto de su nombre. Las luces, hasta entonces apagadas, se encendieron. La acción había sido planificada para que fuese incruenta, pues el objetivo no era causar bajas, pero en el suelo, sobre un charco de sangre, había tendidos tres hombres. Uno estaba muerto.
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