De lo humanitario a la humanidad: cómo las mujeres británicas salvaron miles de vidas en la Guerra Civil
Repartidas por gran parte de la geografía española, estas voluntarias encararon la contienda desde la retaguardia, ofreciendo todos los víveres y huidas seguras que pudieron. Su trabajo en La Desbandá fue esencial, al igual que el desempeño de Norman Bethune, el cirujano que promovió la donación de sangre en territorio republicano.
Madrid-
Evacuar niños y niñas desde el País Vasco, crear y equiparar hospitales para los más desfavorecidos, conseguir recursos económicos en sus países de origen y destinarlos a las zonas más golpeadas por la Guerra Civil, y comandar servicios de ambulancias que salvaron la vida a miles de personas. Estas son solo algunas de las acciones que llevaron a cabo decenas de voluntarias británicas que desde 1936 decidieron poner en peligro su vida para salvar la de otros: la de aquellas personas que huían del terror y la barbarie que el bando sublevado imponía en los lugares que conquistaba.
Linda Palfreeman, profesora de la Universidad CEU Cardenal Herrera en Elche, retrotrae la acción de las mujeres británicas en iniciativas humanitarias durante la Guerra Civil a la política de no intervención que siguieron su país, junto a Francia y Estados Unidos. "Mujeres británicas de todos los sectores sociales y profesionales se movilizaron en apoyo de la República, muchas asumiendo roles de liderazgo en los miles de comités de Ayuda a España creados en pueblos y ciudades por todo el Reino Unido", introduce esta experta.
Entre ellas, se contaban representantes de todo tipo de partidos, como la duquesa de Atholl, diputada conservadora; representantes laboristas como Leah Manning y Ellen Wilkinson; y activistas comunistas como Isabel Brown, que dirigió el Comité Británico para Ayuda a las Víctimas del Fascismo. Gracias a su tesón, organizaron todo tipo de eventos para la recaudación de fondos: mercadillos, charlas, fiestas y eventos de todo tipo, recaudando, en total, unos dos millones de libras. Y contrataron barcos para transportar a España las toneladas de alimentos y otros bienes, explica la propia Palfreeman.
Todas contra el fascismo
"Eran mujeres con antecedentes sociopolíticos muy diferentes. Algunos ya estaban políticamente motivadas, como las enfermeras Thora Silverthorne, y Annie Murray, miembros del Partido Comunista Británica, así como Winifred Bates, secretaria y publicista, y Nan Green, administrativa. Vieron la lucha en España como una oportunidad vital para detener la ola de fascismo que recorría Europa", añade la docente universitaria. Asimismo, en algunas de ellas incluso se atisbaba una suerte de feminismo social, pues las enfermeras Patience Darton y Penny Phelps declararon que su apoyo a la República estaba inspirado en las iniciativas para mejorar la situación de las mujeres y de sanar el miserable nivel de vida de las clases más pobres.
Otras declararon motivos puramente humanitarios, como atestiguan todas aquellas mujeres británicas que sirvieron como enfermeras o administradoras en la unidad de ambulancia del Spanish Medical Aid Committee (SMAC). En Madrid, sin ir más lejos, se encontraba la Unidad de Ambulancia Escocesa, bajo el liderazgo de Fernanda Jacobsen, la única mujer en el equipo de veinte. Desde esa Unidad socorrían a las tropas heridas y a la población civil sufrida de la capital sitiada.
Las mujeres también fueron las encargadas de la evacuación de 4.000 niños vascos a Gran Bretaña, durante el bombardeo de Bilbao. "Leah Manning del SMAC y Edith Pye de la Society of Friends (Cuáqueros) ayudaron a organizar la expedición", determina Palfreeman.
Esenciales en Málaga y Almería
En La Desbandá malagueña también estuvieron presentes mujeres británicas, mientras se sucedían los ataques por aire, mar y tierra que tenían como objetivo asesinar a los civiles que huían hacia zonas todavía en manos republicanas. "Miles de ciudadanos huyeron, llevando las pobres posesiones que pudieron, con poca comida y escasa protección contra el frío del invierno. Los más afortunados tenían algún tipo de transporte, tal vez en forma de un burro, pero la inmensa mayoría tuvo que hacer la caminata de 200 kilómetros a pie por los montañosos senderos costeros desde Málaga hacia Almería", se explaya la experta.
Este éxodo forzoso les obligó a dormir durante el día y caminar de noche, comiendo plantas y hierbas que encontraban por el camino para calmar el hambre. Tal y como relata la propia Palfreeman, "a pesar de la indescriptible adversidad sufrida, más de 80.000 personas lograron llegar a Almería; unos 20.000 volvieron a Málaga, y más de 5.000 fueron fusilados, ahogados o murieron por dificultades y hambre en el camino".
De esta forma, la necesidad de asistencia médica y humanitaria externa se tornaba imprescindible. La Unidad de Ambulancia de las Universidades Inglesas partió para el sur de España, comandada por Violetta Thurstan. Ella hablaba español, árabe, francés y alemán con fluidez y algo de italiano, ruso y griego, lo que suponía un punto a su favor. El equipo médico estaba compuesto casi exclusivamente por mujeres, incluyendo a las enfermeras Elizabeth Burchill, y Dorothy Morris y contando con la colaboración de otras mujeres como Mary Elmes.
Control de las epidemias
Estas mujeres, inmediatamente después de la llegada de los refugiados a Almería, establecieron una cantina para los refugiados en la estación de tren de Almería. En ella proporcionaban leche para los niños y enfermos por la mañana, y sopa a todos por la tarde. "A medida que la ambulancia ganaba renombre entre la comunidad local, las admisiones aumentaron, tanto que este hospital se hizo pequeño. Una casa cercana, mucho más grande, se convirtió en el Hospital Elena. El personal doméstico se reclutó de entre los refugiados, y las enfermeras británicas instruían a chicas locales en las tareas de enfermería", concretiza la profesora de la CEU.
Sus cuidados no tardaron en materializarse, es decir, en salvar vidas. La tasa de mortalidad de los bebés desatendidos durante tanto tiempo era elevada al principio, pero con la atención experta de estas enfermeras descendió, y las epidemias se controlaron. Francesca Wilson, representante cuáquera, viajó al sur desde Barcelona. "Miseria humana amontonada" es como describió lo que vio a su llegada a Murcia, donde creó un hospital para niños, al ver a las personas que también habían salido de Almería. Gracias a sus peticiones, "la sociedad de Amigos británica y otras agencias enviaron toneladas de alimentos y otras provisiones gracias a las que se puedo alimentar a entre 2.000 y 3.000 personas todos los días", en palabras de Palfreeman.
Trabajo digno contra el frío
Wilson tuvo que retornar a su trabajo como maestra de escuela en su país natal, por lo que la administración del hospital fue asumida por Esther Farquhar, representante del American Service Council (los cuáqueros americanos). Antes de su regreso, Wilson tuvo tiempo de enfrentar un doble objetivo ante la necesidad de proporcionar a los refugiados una ocupación digna y ayudar a satisfacer la falta urgente de ropa, por lo que abrió talleres de costura para mujeres y niñas en Elche, Alicante y estableció una colonia agrícola para niños, en la sierra de Crevillente.
El trabajo desempeñado por estas mujeres en apoyo a la Segunda República no se limitó a sus actuaciones en España. "Frida Stewart, por ejemplo, seguía trabajando para el National Joint Committee. Montó espectáculos musicales en los que los propios niños bailaban y cantaban en el estilo vasco tradicional, y así recaudaban fondos para su manutención y cuidado en Inglaterra", apunta la experta.
La derrota frente al bando sublevado tampoco las paró. Stewart y Wilson y otras tantas voluntarias viajaron al sur de Francia para ayudar en los campos de concentración donde miles de refugiados republicanos estaban retenidos en condiciones espantosas, parafraseando a la docente universitaria.
La sangre que revivió a la República
Otro de los nombres reconocidos en la asistencia humanitaria de La Desbandá es Norman Bethune, comunista comprometido que estuvo en España desde noviembre de 1936 hasta finales de mayo de 1937. Es recordado por su contribución al Servicio de Transfusión de Sangre de la República cuando dirigía la unidad médica enviada a Madrid por la Comisión Canadiense de Ayuda a la Democracia Española (CASD). Después de renunciar a sus cargos y redactar su testamento, llegó a la capital española, tal y como relata la propia Freeman.
La falta de sangre golpeaba a las tropas republicanas, pues muchos soldados morían desangrados o en el hospital al llegar tan debilitados y no soportar la cirugía. Tras recibir el respaldo del doctor Erwin Kisch, jefe médico de las Brigadas Internacionales y de los jefes del Socorro Rojo Internacional, se puso manos a la obra. Primero viajó a París a comprar equipamiento, y en Londres compró una camioneta Ford que convertiría en ambulancia. Bethune fue nombrado comandante del nuevo Instituto Canadiense de Transfusión de Sangre, y coronel del Ejército Republicano.
Todo estaba listo, así que cuando el Instituto había sido equipado, algunos frigoríficos fueron distribuidos a los hospitales de campaña a lo largo de los frentes activos. El Socorro Rojo lanzó una campaña en la prensa y en la radio, llamando al pueblo de Madrid a dar su sangre para salvar la vida de aquellos hombres que luchaban en la defensa de la ciudad. Al día siguiente, más de 2.000 personas se acercaron al lugar a donar su sangre.
Los donantes fueron elegidos de ambos sexos, con edades entre los 18 y 50 años. Después de su donación, a cada uno de ellos se le dio una taza de café o copa de coñac, junto a algo de comida, como un paquete de arroz y una lata de carne o de leche condensada. Al principio el servicio suministraba sangre por todos los 56 hospitales de Madrid, pero pronto se amplió a incluir a 100 instalaciones sanitarias a lo largo de la totalidad de los 1.000 kilómetros de frente.
El cirujano canadiense llega a La Desbandá
Nada frenaba a Bethune, por lo que una vez consciente de lo que estaba sucediendo en Málaga y sabedor del peligro que corrían, él y dos compañeros se apresuraron a socorrer a las miles de personas que huían hacia Almería. En ese trayecto se encontró con la hilera de 30 kilómetros formada por todos los refugiados sin refugio que buscaban un lugar seguro ante el avance de las tropas sublevadas.
Llegó un momento que él y su equipo no pudieron más, por lo que decidieron abandonar la sangre y rescatar a cuantos niños, ancianos y enfermos pudieran para llevarles hacia la relativa seguridad de Almería. Mientras tanto, en el Instituto las cosas estaban algo descontroladas. Algunos testimonios del momento lo achacan a que Bethune no había dejado una cadena de autoridad clara. Además, era notable su consumo excesivo de alcohol. Finalmente, este cirujano volvió a Canadá, su país natal, para emprender una gira propagandística.
Comentarios de nuestros suscriptores/as
¿Quieres comentar?Para ver los comentarios de nuestros suscriptores y suscriptoras, primero tienes que iniciar sesión o registrarte.