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"Para los funcionarios franquistas que allí quedaban, los autores de Atocha eran casi héroes"
Emilio González era funcionario en la cárcel de Carabanchel donde fueron trasladados los autores materiales de la matanza de los abogados de Atocha. En el 40 aniversario del atentado, Público rescata este negro episodio de la Transición que aceleraría la posterior legalización del PCE en nuestro país.
María Serrano
-Actualizado a
Madrid. 24 de enero de 1977. En un despacho de abogados se registran cinco muertos y cuatro heridos muy graves. Son las diez y media de la noche en la calle Atocha número 55. Ha ocurrido un atentado contra uno de los primeros bufetes de abogados laboralistas de la Transición. Los autores, un comando de extrema derecha. Los fallecidos son Luis Javier Benavides, Francisco Javier Sauquillo y Enrique Valdecira, el estudiante Serafín Holgado y el administrativo Ángel Rodríguez Leal. Los heridos, todos graves y con importantes secuelas posteriores, Miguel Sarabia, Alejandro Ruiz, Luis Ramos y Dolores González.
Emilio González describe a Público la cara de ira de aquellos asesinos, capturados en marzo de 1977. Los autores materiales, José Fernández Cerrá, Carlos García Juliá, Leocadio Jiménez Caravaca, Francisco Albadalejo Corredera, secretario del Sindicato Vertical del Transporte Privado de Madrid y Fernando Lerdo de Tejada. González no superaba los treinta y cinco años cuando trabajaba como funcionario de prisiones en la cárcel de Carabanchel. Allí vivió episodios históricos. Algunos terribles como la matanza del preso anarquista Agustín Rueda por parte de funcionarios fascistas. Otros anecdóticos, como la elaboración de la ficha de ingreso a los autores materiales de la matanza de Atocha, de la que se cumplen cuarenta años. “Los asesinos de Atocha llegaron a Carabanchel con las caras idas. Todos dijeron que eran de Falange Española y que tenían estudios medios. Eran unos hijos de papá”, detalla en la entrevista.
González narra a Público las múltiples “subidas de tono” en plena prisión por parte de sus compañeros. Incluso llegó a redactar una carta al Director General de la cárcel por el tratamiento abusivo de aquellos funcionarios. “Esta Dirección ha dado muestras públicas de confraternización con los implicados de extrema derecha; ha negado cambios de guardias a un funcionario que manifestó su disconformidad con que un preso cantara el cara al sol, acompañado de otros funcionarios; ha permitido que tuvieran cargos de confianza algunos de los implicados en la matanza de Atocha (…)”. La carta, con fecha del 14 de marzo de 1978, reflejaba el ambiente de aquellas cárceles de la Transición. González pertenecía a la Unión de Funcionarios Demócratas que, en aquella etapa, parecían estar mal vistos.
Los cinco detenidos de Atocha fueron otro de los retratos que Emilio nunca olvidará cuando fueron trasladados a celdas de aislamiento. González recuerda la prepotencia de aquellos presos que se enfrentarían a largos años de cárcel. “Ellos creían que estaban salvando España y parecían no sentirse culpables”, aclara el exfuncionario. En un módulo prácticamente abandonado, los autores materiales de Atocha se encontraban arropados por el sector “más franquista” de Carabanchel. “Les llevaban revistas, mantas, libros. Todo parecía poco para hacerlos sentir arropados en medio de aquel infierno. Para los funcionarios franquistas que allí quedaban, los autores de Atocha eran casi héroes”.
Isabel Martínez Reverte hace una radiografía de los asesinos en la investigación La Matanza de Atocha (La esfera de los libros, 2016), junto al autor Jorge M. Reverte. “Eran hijos de militares, de familias de ultraderecha, nostálgicos del franquismo y admiradores de Blas Piñar, líder de Fuerza Nueva”. Isabel no deja atrás un detalle. La mariscada anual con la que los asesinos celebraban el atentado de Atocha cada año. “Fue tal el convencimiento de aquellas acciones que durante años los autores de la matanza estuvieron comiendo mariscada para celebrar aquel fatídico 24 de enero”.
¿Pero que se conocía, en aquel entonces, de aquellos asesinos? Martínez Reverte señala que los jóvenes exaltados se reunían en la cafetería Denver o el Nilo. “Típica de los años setenta con mesas de formica y sillas de escay”, describe Isabel. Los futuros asesinos escuchan a diario análisis patrióticos de lo que estaba sucediendo en España. “Hablaban del futuro esperado por un gobierno débil y traidor de Adolfo Suárez”, destaca la investigadora. El otro espacio de encuentros era la Hermandad de los Marineros Voluntarios, presidida por el militar Milans del Bosch. Isabel recuerda en el libro que “allí escuchan decir que vuelven los perdedores de la Guerra Civil, los asesinos. Dicen que van a legalizar incluso al Partido Comunista. Llegará el caos, hay que luchar por salvar España”.
Este ingente caldo de cultivo provocaría el múltiple asesinato de los abogados de Atocha y secuelas irreparables para los supervivientes. Isabel rememora también aquellos días en primera persona. “Yo trabajaba en un colegio y me acuerdo de la manifestación multitudinaria, del silencio sepulcral, de la valentía del Partido Comunista para demostrar que era un partido serio que podía legalizarse”. Así ocurriría el 9 de abril de 1977. El escenario de miedo quedaría interiorizado para todos los militantes y los abogados que no pudieron salvar a los suyos. “Toda la gente del edificio les decían que corrieran aquella noche. Podía haber ocurrido una verdadera noche de cuchillos largos. Había muchísimo temor”, aclara Isabel.
La sentencia para los culpables de la matanza no llegaría hasta el 29 de febrero de 1980, tras larguísimos meses de instrucción. La actual Fundación Abogados de Atocha recuerda que la herencia del viejo régimen franquista seguía estando aún en activo. “El juez instructor Gómez Chaparro, que provenía del Tribunal de Orden Público, concedió un permiso a uno de los implicados, Lerdo de Tejada, circunstancia que éste aprovechó para huir. Tras esta fuga, el asunto pasa al juez Barcala, titular del Juzgado Central número 3 y las cosas se suceden con mayor normalidad y rapidez”. Las voces de exaltados entristecían aún más el ambiente. Gritaban “cerdos” a los abogados asesinados.
La pena máxima de cárcel se aplica a José Fernández Cerrá y a Carlos García Juliá. Treinta años de reclusión mayor por cada uno de los cinco asesinatos consumados. Veinte años de reclusión menor por cada uno de los asesinatos frustrados. Nueve años de prisión mayor por tenencia ilícita de armas.
Francisco Albaladejo Corredera es condenado a doce años de cárcel por tenencia ilícita de armas e inductor del crimen. Leocadio Jiménez Caravaca es condenado a doce años por aprovisionamiento de armas y a veinte de prisión menor por la complicidad en cinco delitos de asesinato y cuatro delitos de asesinato en grado de frustración.
Un de los supervivientes, el abogado Alejandro Ruiz Huerta, narra en su libro La memoria incómoda que nunca pidieron la pena de muerte para aquellos asesinos. “Si la pena de muerte no se hubiera abolido, tampoco la habríamos pedido porque somos contrarios a ese castigo atroz”. Así quedaría reflejado por todos los abogados en las conclusión del juicio. “Los muertos, eran contrarios a un derecho penal regresivo y retrógrado”.
Isabel Reverte señala el grave “shock emocional” que tuvieron para siempre los supervivientes de la matanza de Atocha. Nunca superaron la dura muerte de sus amigos íntimos, de sus parejas, de sus compañeros.
Alejandro tenía 30 años aquel 24 de enero. Es el único superviviente. En el fatídico atentado fue herido de una pierna. Hoy es profesor de la Cátedra de Derecho Constitucional en Córdoba y presidente de honor de la Fundación Abogados de Atocha.
Dolores González Ruiz falleció en enero de 2015. Tenía 31 años el día de los atentados en el despacho donde le arrebataron la vida a su marido Francisco Javier Sauquillo. Una bala le atravesaría la mandíbula durante el atentado. Se sometería a numerosas intervenciones a lo largo de toda su vida.
Luis Ramos Pardo tenía 37 años el 24 de enero de 1977. Fue uno de los primeros en salir para pedir ayuda. Isabel M. Reverte afirma que “Luis estuvo novecientos días recuperándose de las heridas en el abdomen y de la hepatitis que padeció como consecuencia de las transfusiones recibidas”. Participaría cada año en los homenajes a sus compañeros. Murió en el año 2005.
Miguel Sarabia era el mayor de todos los supervivientes. Tenia 49 años cuando ocurrió el atentado y su memoria nítida recordaba cada uno de los episodios de aquella noche. Sus compañeros lo recuerdan como una persona muy comprometida con su trabajo. Muy apreciado en el colegio de los Escolapios, donde daba clase. Murió en el año 2007.
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