MADRID
En las filas de los mal llamados patriotas, de los defensores más acérrimos de la invasión, se empieza a hablar abiertamente de algo que era un secreto a voces cuando a finales de febrero quedó claro que no sería una guerra relámpago.
Que un señor, ex diputado, absolutamente integrado en el establishment político ruso insinúe, en prime time, en una tertulia que suele ser totalmente inocua, que el presidente ruso podía haber tomado la decisión de iniciar su operación especial en Ucrania convencido por gente que básicamente le mintió o le dio información errónea, pues es llamativo y es sintomático y es hasta cruel con todo ese público que consumió esos programas y programas idénticos (porque no es que haya mucho dónde elegir) a lo largo de todos estos meses. Gente a la que se convenció o a la que se intentó convencer que este era el único camino, inevitable y además, el correcto.
Cuando te han estado contando, desde canales de televisión, páginas web, canales de Telegram (que son especialmente relevantes en Rusia), y desde el ministerio de Defensa que las tropas avanzan, que el éxito es inevitable, que los objetivos se van a cumplir y que la operación "transcurre según lo planeado pues imagínate lo 'preparado' entre comillas que estará el público para escuchar ahora que las tropas se retiran de los territorios en los que hace una semana salían voceros de todo tipo a proclamar que "Rusia está aquí para quedarse".
En las primeras horas, tras el inicio de esa retirada, los principales voceros han estado, literalmente, callados. Te enterabas de lo que sucedía a través de un puñado de canales de Telegram, mientras el ministerio de Defensa ruso se mantenía mudo. Finalmente, tras horas de silencio, informaron de que las tropas "se están reagrupando en Jarkov para reforzar sus posiciones en Donetsk".
Todo esto coincidió con las celebraciones del aniversario de la fundación de Moscú, con fuegos artificiales, conciertos y demás: mientras las tropas rusas se 'reagrupaban', mientras se redactaba ese comunicado conciliador en el ministerio de Defensa, el presidente ruso estaba inaugurando el palacio de sambo y boxeo en Moscú y el "tíovivo más grande de Europa".
Pese a esos intentos de mantener la calma, pese al 'aquí no ha pasado nada', la cantidad de preguntas y el malestar en las filas de llamémoslos 'patriotas', se multiplicaban.
Ha sido una especie de punto de inflexión en el debate interno ruso, cuando la burbuja que parecía impenetrable, inflada por la propaganda de guerra estatal, en la que solo cabían noticias a lo "venceremos", explotó y los afiliados a la letra Z chocaron con la realidad.
El término "operación especial militar" los mantenía en una fantasía que ha ido mutando a lo largo de meses: arrancó con los intentos de convencerse a sí mismos y convencer a la gente de que, como es una operación especial militar, no afecta a la población civil, ni infraestructura civil, es una operación liberadora, "desnazificadora", buena. Y además, la operación especial la controlamos nosotros y tenemos ventaja, no hay posibilidad alguna de que perdamos la iniciativa. Bueno, pues ahora, un balde de agua fría: no solo no hubo avances importantes en las últimas semanas, cuando nos decían que "sigue según lo planeado", sino que hay retirada, derrota, en fin, como en una guerra de verdad, que puede ser devastadora para ti, que puede prolongarse y a la que hasta pueden llamar a tu hijo.
Mientras a la operación especial militar iban muchachos de pueblos montañosos de Daguestán o unos de Siberia, pues no pasaba nada. Ahora, cuando cabe la posibilidad de que la cosa se prolongue y hasta le pueda afectar a uno de los míos, pues ya no estoy tan conforme con lo que está pasando. Eso es material de reflexión para toda aquella gente que se alinea con el oficialismo ruso sin rechistar desde su garaje en Albacete, como dijo alguna vez nuestro compañero Miquel Ramos. Cuando toca a los tuyos, ya no eres tan valiente y tan beligerante. Las élites consideran esa operación necesaria o inevitable solo mientras sea la clase trabajadora la que se aliste al ejército.
¿A qué viene todo esto? A que dentro de Rusia ahora mismo, después de este fin de semana y esa 'reagrupación de tropas', se da una curiosa paradoja: por un lado, están los que apoyan todo, pero llaman a no agitar el avispero, no criticar, apoyar al ejército y entenderlo todo como parte de un cuadro mucho mayor en el que, pues si hay derrotas, habrá victorias también. Esos mismos en las primeras horas estaban empeñados en buscar traidores en las filas del ejército, en su ya tradicional ejercicio de caza de brujas que practican desde el 24 de febrero.
Luego está el otro grupo, dentro de esa paradoja. Los que también apoyan la invasión, pero no quieren seguir más con la ficción de la 'operación especial militar', sino que piden que esto se reconozca como lo que es y se actúe de acuerdo a los tiempos de guerra: que se declare la guerra, que se movilice a la población, que la economía funcione solo para la guerra, etc.
Y muy a la derecha de esos halcones está una parte residual de personajes que ya empiezan a presumir del potencial nuclear ruso. Este es el debate interno, la pelea entre los que están de acuerdo en el fondo, pero no en las formas.
Por supuesto, también hay gente que está en contra de la guerra sin más. Parte de ellos se fueron de Rusia, por algo estoy aquí, otra parte tiene casos administrativos y penales abiertos, algunos detenidos, mucha gente callada y unos pocos valientes que aún hablan, pero que no son muchos, así que las voces de los belicistas se oyen mejor.
Lo paradójico es ese malestar entre los agitadores de guerra precisamente. A Putin le han salido críticos donde no se les esperaba tanto: de las filas ultranacionalistas que aplaudieron la invasión, pero que consideran, desde hace un tiempo ya, que no se hace lo que se tiene que hacer para la victoria definitiva (sea lo que sea la victoria para ellos), que es la movilización general. Y claro, ahora se atribuyen, con amargura, haber tenido toda la razón.
Lo llamativo es que muchos militares desde el frente advierten que esa decisión podría ser catastrófica, puesto que no alcanza solo con mandar a miles de hombres a la primera línea, sino que tienen que estar entrenados, equipados adecuadamente, etc. Cosa que no le falta, al parecer, a los ucranianos: han sido entrenados por la OTAN a lo largo de los últimos 8 años, han participado en los ejercicios militares conjuntos con ellos, reciben armamento occidental, datos de inteligencia, etc.
Pero hay algo más que tienen los ucranianos, más allá del armamento y el entrenamiento: ellos saben que participan en una guerra, saben por qué lo están haciendo y tienen sus objetivos clarísimos. Los ucranianos saben que es una guerra. Toda la vida de ellos ahora mismo se reduce a esa lucha contra el invasor, mientras en Rusia se sigue pretendiendo mantener las apariencias, no agitar el avispero y seguir como si nada estuviera pasando. "Ya criticaremos cuando ganemos", dicen algunos comunicadores oficialistas mientras preparan un enésimo informe sobre las desgracias que le esperan a Europa este invierno… que puede incluso no ser erróneo, pero a lo mejor lo que habría que mirar desde Moscú es la realidad y el futuro de Rusia.
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