Este artículo se publicó hace 5 años.
análisisEl combate de la izquierda contra el desencanto y la abstención y otras claves de la repetición electoral del 10-N
España afronta el próximo 10 de noviembre las cuartas elecciones generales en cuatro años y las segundas del año 2019. La inestabilidad política de estos años es el síntoma evidente de una crisis institucional de importancia
Sevilla-
España afronta el próximo 10 de noviembre las cuartas elecciones generales en cuatro años y las segundas del año 2019. La inestabilidad política de estos años es el síntoma evidente de una crisis institucional de importancia, la mayor desde la transición.
El Gobierno en funciones, presidido por el socialista Pedro Sánchez, trabaja con las cuentas prorrogadas. Se trata de las últimas que logró aprobar en 2018 el entonces ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro (PP).
Ese fue el mismo año en que Sánchez llegó al Ejecutivo tras ganar, contra pronóstico, una moción de censura que sacó a Mariano Rajoy del Ejecutivo, acosado por los casos de corrupción de su partido, el PP.
Luego, el presidente, después de que sus aliados catalanes le tumbasen su intento de aprobar unos presupuestos, se vio forzado a convocar elecciones, que ganó, junto con una mayoría de izquierdas, además de sumar también con Ciudadanos. Sin embargo, la negativa de Albert Rivera, ubicado ya claramente como un dirigente de derechas, de participar en la gobernabilidad del país con el PSOE y la incapacidad de la izquierda para poner en marcha un proyecto de mínimos, pero sólido y duradero de justicia social, ha llevado a la repetición electoral.
A la crisis de gobernabilidad en Madrid, se le añade la crisis catalana. Las elecciones llegan poco después de una sentencia del Tribunal Supremo sobre el llamado procés, puesto en marcha por el soberanismo catalán, que ha condenado a 13 años de prisión al líder de ERC, Oriol Junqueras, el partido que ganó las elecciones generales en Catalunya el pasado 28 de abril.
La situación económica general es, en la superficie, aparentemente razonable: el PIB del país crece. Sin embargo, en cuanto se profundiza emerge una inestabilidad grave: los salarios no terminan de recuperarse, el mercado laboral sigue regido por una reforma que rompió los equilibrios entre empresa y trabajador a favor de la primera y, como consecuencia, en España hay hoy lo que se ha dado en llamar trabajadores pobres, aquellos a quienes tener un empleo no les basta para llegar a fin de mes.
Los socialistas han tratado de animar a la izquierda tras el fracaso de la investidura y el golpe de la sentencia en Catalunya, que ha exacerbado las pasiones españolistas en la derecha, con otro asunto de cierta profundidad -al que los sociólogos le atribuyen un efecto electoral-: la exhumación del cadáver del dictador Francisco Franco y el comienzo de la resignificación del Valle de los Caídos, un monumento de exaltación de la dictadura.
Todos estos factores están en la coctelera ante unas elecciones en las que las múltiples encuestas dibujan un escenario abierto –las horquillas atribuidas a los actores basculan mucho–. Estas son algunas de las claves que definirán el resultado de los próximos comicios y el futuro inmediato y, tal vez, el medio plazo, del país
La abstención
El gran combate de los partidos de la izquierda en esta campaña electoral no se librará contra las políticas de la derecha, que también, sino que se dará contra el desencanto y su consecuencia política más relevante: la abstención.
La derecha –PP y Ciudadanos– está movilizada con la inestimable ayuda de la ultraderecha, a la que, en un país que viene de una dictadura anclada en profundas raíces nacionalcatólicas, que duró cuatro interminables décadas, se tiene en cuenta por gracia y obra de PP y Ciudadanos como si fuera un actor más, homologable en su pedigrí democrático a cualquier otro del arco parlamentario.
Fue la abstención la que tumbó al PSOE y a Adelante Andalucía en las elecciones del 2 de diciembre pasado en Andalucía y la que permitió el surgimiento como una tromba de agua de Vox. Aunque aquello fue, según coinciden todos los analistas, también un revulsivo para que la izquierda lograra después la victoria en las elecciones del 28 de abril pasado, el fracaso de la mayoría de izquierdas en las negociaciones para una investidura de Pedro Sánchez trajo incomprensión, estupefacción y, también, cierta melancolía, entre los votantes.
El PSOE y Unidas Podemos, según las fuentes consultadas, son muy conscientes de que este es el principal asunto, el que puede marcar la diferencia de manera decisiva. Si la izquierda se moviliza, no habrá dudas de quién se va a llevar el gato al agua. Si no, todo puede suceder. El propio CIS pronostica una caída en la participación respecto a abril de ocho puntos.
También es muy consciente Íñigo Errejón de que esta es la gran batalla. La aparición de Más País en la escena nacional apunta directamente a combatir ese factor. El mensaje de Errejón es –aunque no único, pero sí preponderante– por resumirlo en palabras llanas: antes de quedarte en casa, dame una oportunidad.
La presencia de Errejón configura en el campo de la izquierda un espacio a tres, igual que el que existe en la derecha después del lavado de cara efectuado en estos meses por Ciudadanos a Vox, lo cual, según algunos analistas, lleva al riesgo contrario al de la abstención: la penalización por la división del voto.
El sistema electoral –la ley D´Hont– favorece ciertamente la agrupación del voto, como bien sabe la derecha, que lo sufrió en los comicios de abril.
La apuesta del presidente
Estas elecciones decidirán si existen escenarios gobernables, aunque sean complejos de completar, como se comprobó tras el 28 de abril pasado. PSOE y Unidas Podemos hubieran podido sacar adelante una investidura, habida cuenta de que los demás actores necesarios estaban por la labor, entre los que estaban el PNV y ERC.
Según a quien se pregunte, las razones del fracaso y la responsabilidad del mismo son de uno de otro, o de Pedro Sánchez, el presidente que busca una mayoría más amplia y al que se le atribuye una apuesta en este sentido que hizo imposible cualquier entendimiento, o de Pablo Iglesias, a quien se le coloca el sambenito de ambicioso y de poner por delante la entrada en el Gobierno antes que las políticas a llevar a cabo.
En cualquier caso, el hecho es que las elecciones se han repetido, que la derecha se frota las manos, sobre todo el PP, ante la perspectiva de mejorar un resultado muy malo –la suma de Vox, PP y Ciudadanos se quedó en 147, mientras que la de PSOE y Unidas Podemos llegó a los 165–, y que Pedro Sánchez ha apostado fuerte por obtener un resultado que mejore los 123 diputados de abril, y que le sitúe, por utilizar una expresión coloquial, como el rey del mambo.
El PSOE, desde luego, ha secundado la apuesta del presidente sin rechistar. Los socialistas, hoy, están unidos bajo el liderazgo de Sánchez. Sin embargo, la horquilla de diputados y los porcentajes de voto que le dan las diferentes encuestas es tan amplia que es aventurado hacer pronósticos sobre el resultado final del órdago presidencial. Desde luego, en el PSOE, como bien saben todos los que son, la guerra y la paz dependen sobre todo, de los resultados electorales.
La campaña del PSOE se basa, entre otros temas, en uno nuclear: la captación del voto útil para salir del atasco institucional y gubernamental en el que anda el país.
La gobernabilidad
Las elecciones del 10-N emergen como un partido entre dos bloques, el de la izquierda y el de la derecha, en el que en cada bando se alinean tres partidos. Si gana el de la derecha, algo que no pronostica hoy ninguna encuesta –pero tampoco lo hizo ninguna en Andalucía– sucederá como en los casos de Madrid y de Andalucía. El acuerdo entre Vox, PP y Ciudadanos es seguro.
Si gana el bloque de la izquierda, dependerá, visto lo visto y tras el fiasco de estos meses, del comportamiento posterior de todos los actores para que existan unas mínimas garantías de gobernabilidad.
Además de las últimas cuentas de Montoro, en España rigen hoy también la reforma laboral de Mariano Rajoy, la llamada ley mordaza de Mariano Rajoy, la reforma educativa de Mariano Rajoy, la reforma de la Justicia de Mariano Rajoy…
Todo ello después de más de un año de un presidente socialista, que no ha podido poner en marcha realmente aún un proyecto, primero porque el soberanismo catalán le tumbó los presupuestos el pasado enero, lo que desembocó en los comicios de abril, y, segundo, por el fracaso de su investidura en estos meses pasados.
Los resultados del pasado mes de abril alumbraron además de una investidura a la izquierda, contando con el PNV y con ERC, la posibilidad de un gobierno PSOE-PP –rechazado hasta ahora por ambos actores– y de otro PSOE-Ciudadanos. Sin embargo, Albert Rivera se negó en rotundo. No quiso ni ir a La Moncloa hasta en tres ocasiones. Tal vez por ello, tampoco Sánchez exploró realmente la posibilidad de sumar una investidura y cuatro presupuestos con Ciudadanos.
Esa es otra incógnita de estas elecciones: ¿Darán los resultados de nuevo una salida de corte transversal, por llamarla de algún modo, o solo arrojarán soluciones al sudoku de la gobernabilidad dentro de los bloques?
En España, ya se ensayó un tipo de entendimiento desconfiado, difuso y confuso entre socialistas y PP, después de que el PSOE se abstuviera en la última investidura de Mariano Rajoy en el año 2016. En aquel momento, el PSOE, dirigido por una gestora tras la defenestración de Sánchez –quien luego recuperó el control en unas primarias– y abierto en canal a cuenta de la abstención, aunque no quiso saber nada de aprobar unos presupuestos al PP, sí apoyó algunas singulares decisiones gubernamentales, como la subida del salario mínimo.
Catalunya y el papel de ERC
Una parte sustancial de la crisis institucional española tiene que ver con la crisis catalana. Los comicios llegan menos de un mes después de una sentencia del Tribunal Supremo que inflamó la sociedad catalana y que colapsó la tarde-noche barcelonesa durante varios días consecutivos.
El líder de ERC, Oriol Junqueras, fue condenado a 13 años de cárcel por sedición y malversación. ERC ganó las pasadas elecciones generales en Catalunya con una amplia diferencia sobre el siguiente, el PSC. Y las encuestas dicen que el resultado será similar esta vez.
Los últimos comicios le han dado a ERC una posición relevante a la hora de acometer un Gobierno de izquierdas. Sus votos han sido necesarios para tomar cualquier decisión de cierto calado, desde aprobar reformas en una ley orgánica pasando por sacar adelante los presupuestos, hasta poner a Sánchez de presidente.
De presupuestos, nada ha querido saber ERC, pero sí de presidentes. Ya participó en la moción de censura que sacó a Rajoy y puso a Sánchez en el Gobierno. Y tras los comicios de abril, ERC también apostó por investir a Sánchez. Fue la falta de acuerdo entre este e Iglesias el que ha desembocado en el 10 de noviembre.
La decisión que tome ERC tras las elecciones, con su líder en prisión, va a ser decisiva no solo para los intereses particulares de los republicanos, sino también para el mismo devenir de Catalunya y su relación con el resto del país.
¿Irá por la senda del conflicto con el Estado o transitará un camino más sosegado? ERC, aunque en esta ocasión los votos –está por ver el efecto de que las CUP se presenten a las generales– le reserven un papel secundario a la hora de decidir cosas importantes, ocupará la próxima legislatura, si esta dura, un espacio central y relevante en la política catalana y española.
El liderazgo en la derecha
Si los comicios de abril dejaron en el aire el liderazgo en la derecha después del impresionante descalabro del PP, el transcurso de los meses y el giro de Albert Rivera, que se ha echado en manos de Vox, han aclarado el panorama. Si las encuestas aciertan, Pablo Casado será, sin duda, quien liderará el bloque de la derecha, después de haber despejado el riesgo del sorpasso –que, en Andalucía, por ejemplo, se dio, no en las autonómicas, pero sí en las generales– por parte de Ciudadanos.
Casado, a la vista de la segunda oportunidad que le ha dado la falta de entendimiento de la izquierda, está trabajando en estas elecciones como nunca. El PP se ha puesto manos a la obra para recuperar el terreno perdido. Asentados en Galicia, Madrid y ahora también en Andalucía controlan una buena parte de los resortes de poder autonómicos que, en unos tiempos de cierto caos en Madrid emergen como administraciones estables y capaces de llevar la propaganda conservadora hasta numerosos lugares que de otro modo serían inalcanzables.
Así, el PP compite esta vez a lomos de sus dirigentes provinciales y con un discurso mucho más centrado y ecuménico que el del pasado abril, cuando el temor a Vox y la propia querencia derechista de Casado, más apegado a la herencia de José María Aznar, provocaron algunos dislates dialécticos que le costaron al PP dejarse pelos en la gatera electoral en favor de la ultraderecha.
Estos meses le han servido a Casado, además de para dejarse crecer la barba, para consolidar contactos, alianzas, y para afinar su contacto con la realidad del país a través del trabajo que se hace en el PP, a quien nadie niega sus virtudes como una máquina electoral a tener muy en cuenta cuando está engrasada.
¿Una salida para Rivera?
Todos los sondeos pronostican un hundimiento, más o menos acentuado, según el que se elija, de Rivera en noviembre. La fuga de votos va, sobre todo, hacia el PP, pero también hacia Vox, y algunos, muchos menos, hacia el PSOE.
Cuánto caiga Ciudadanos es una clave muy importante en estos comicios, porque podrían definir el principio del fin de un proyecto que llegó a ser primera fuerza en Catalunya en medio de la crisis y que por los pelos no logró tumbar en la lona a una fuerza que parecía indestructible: el PP.
Sin embargo, el CIS, muy criticado con poderosas razones desde que lo dirige el socialista José Felix Tezanos, pero que sigue siendo la encuesta de muestra más amplia que existe en España, ofrece un escenario que podría darle al partido de Rivera una segunda oportunidad después de su mímesis con el PP y de casarse con Vox. El CIS le da al PSOE la posibilidad de hacer una mayoría con Ciudadanos.
Es decir, que si se produce un nuevo desencuentro en la izquierda, Rivera podría aún tener una salida, si se da el escenario CIS, para no caer en la más absoluta de las irrelevancias, a la sombra de Casado y, según algunas encuestas, también de Vox: hacer a Sánchez presidente.
La confirmación de la ultraderecha
44 años después de muerto el dictador, la ultraderecha irrumpió de nuevo en España. Lo hizo en Andalucía primero en invierno y luego confirmó su presencia en las municipales, europeas y generales de la primavera.
En estos meses desde su regreso a las instituciones, las aritméticas, las necesidades de un PP sin complejos –su presidente de honor es un exministro franquista, Manuel Fraga, luego reconvertido en demócrata y en presidente gallego– y, sobre todo, la claudicación de Ciudadanos frente a Vox, han permitido que el partido que dirige Santiago Abascal se presente a estas elecciones como un partido más.
¿Las elecciones del 10-N supondrán la reválida o señalarán una caída de la ultraderecha? Es una incógnita. Hay encuestas que señalan un escenario y otras que apuntan al otro. Vox obtuvo el 28 de abril pasado 24 escaños y el 10,26% de los votos. Según el CIS, el 8,4% de los ciudadanos se ubica a sí mismo entre el 8 y el 10 –tomando diez como la extrema derecha– en la escala ideológica. Dando por bueno este dato, una mejora del resultado de Vox, podría llevar a concluir que su discurso ha comenzado a calar en otras geografías mentales, más allá de las suyas naturales, donde hoy se ubica.
El partido de Abascal, desde luego, hace trabajo en los barrios para lograrlo. Al Frente Nacional en Francia le costó años, pero hoy es un partido consolidado y con apoyos de consideración en zonas obreras.
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