TORRELAVEGA (CANTABRIA)
Dicen que acabó la guerra, dicen que la guerra acabó. Del todo, para algunos, en abril del 39. Paulatinamente, antes y después, para los más. Aquí, en Cantabria, la primera parte ocurre por verano del 37. Intervención relámpago, casi. Previo a eso hubo cosas, claro. Y más tarde llegan muchas. Pero, sobre todo, verano del 37.
A partir de ese momento hay dos mundos en el mundo. El de quienes ganaron, el de los que han perdido. No busquen misericordias, no busquen perdones. Muchas, muchas personas marcharon hasta Francia, huyendo de lo que podría ser, huyendo de lo que ya sabían iba a ser. Entre 350.000 y medio millón, depende de a quién leas. Olvidados, incómodos, seres que el Gobierno francés acoge sin sonrisas, como un problema menor entre océanos de problemas grandes. A campos de refugio, a vivir como sombras los que de las sombras vienen.
Benito era fontanero. Allí, en Torrelavega, donde nació. Benito, Álvaro Benito Cayón, jugaba al fútbol. Boulevard F. C. de Torrelavega, un club que ya no existe. Tenía, también, ideas políticas, como (casi) todos en su tiempo. Prófugo del servicio militar en 1933, milicias voluntarias del 5º Regimiento republicano durante la guerra, huido a Francia más tarde.
Allí Benito se abrió paso gracias a su habilidad con las manos, a su experiencia en herramientas y latones. Wärme Aparatebau, dependiente del Ministerio de Armamento Nazi, porque Benito, como todos, saltó de un conflicto al de más allá. Era demasiado. No vine aquí para construir fusiles boches. Así que para 1942 (o 1943), Benito entra en contacto con la Resistencia.
Octubre de ese año, lo detienen, lo mandan a la cárcel, después a Compiègne, a lo que llamaban un espacio de tránsito. Más tarde, destino definitivo. El 16 de julio de 1944 a Álvaro Benito Cayón le cambian el nombre por el de prisionero número 37.204. Campo de concentración de Neuengamme. Murió en menos de doce meses, y fue incinerado allí mismo. Tenía 32 años. Porque la guerra arriba, como una tormenta que ves venir a lo lejos. No hay donde guarecerse, no hay refugio.
Año 1940. El mundo se vuelve a acabar para quienes llegaron de donde el mundo acabó. Al principio, los franceses no permitieron la formación de unidades propiamente españolas alistándose en el Ejército regular, así que las opciones para defenderse contra los nazis eran la Legión Extranjera o los Regimientos de Marcha de Voluntarios Extranjeros. Y aquí empiezan a aparecer cántabros.
Hubo, hubo muchos. Algunos realmente importantes, otros nombres al pie de la historia que, por un día, fueron trascendentes para las vidas de muchos, para las vidas de tantos. Hoy permanecen casi en el olvido. No para José Manuel Puente Fernández, que es especialista en arrancar biografías desde las garras de Leto. Ha escrito sobre cántabros en los campos de concentración, en la División Azul, sobre los bombardeos franquistas que hubo por la ciudad de Santander.
Ahora publica en la Editorial Librucos El exilio resistente. Cántabros en la Resistencia y la Francia libre (1940-1945), un compendio de biografías y hechos que estremecen. Uno de esos libros que no sabes si deseas recordar al detalle o descuidar para siempre.
A Luis le decían Pierre Martínez en aquella otra vida, la última, aunque él se apellidaba Ortiz de la Torre. Nació en El Astillero, un ojo a la Bahía, otro para Peña Cabarga. Familia liberal, favorable a la República, aunque con raíces en el carlismo aragonés. Combate con el bando leal, llega a ser teniente de milicias del 104º Batallón, Ejército del Norte. Cantabria, luego Asturias, hasta Catalunya más tarde. Después, exiliado. Leñador, luchador.
Resistencia desde el principio, cuentan que si hasta usó la sillita de su hijo, apenas bebé, para esconder armas y explosivos. Con aquello saltó por los aires el viaducto de Cacor, en plena Gironda. La Gestapo lo arresta en 1944, pero logra evadirse cuando ya estaba subido a uno de esos "trenes fantasma" (sin horarios, sin existencia, heraldos de olvido y muerte) que llevan a tantos hasta sitios de los de no volver.
Siguió en la lucha, siguió organizando sabotajes, asaltando cuarteles. Los galos le concedieron una Cruz de Guerra con estrella en bronce. Después volvió a su país, a continuar vivo, a organizar maquis. En Puertollano lo encontró la Policía, de Puertollano nunca regresa. Era el año 1947, el no había cumplido treinta y tres.
Los primeros ya estaban allí. Los primeros. Emigrados por el hambre y la miseria, tipos que un día dejaron atrás todo para buscar futuros distintos. Hablaban el idioma, habían encontrado un nuevo hogar, una nueva vida. Duele imaginar cómo recibirían a todos aquellos compatriotas, qué no reconocerían en sus ojos cansados, qué clase de sueños puedes conciliar por las noches después de ver esos mirares.
Los primeros ya estaban allí, digo. En 1940, cuando el discurso de De Gaulle, y la Cruz de Lorena, y todo eso. Cuando Francia eran dos Francias que en realidad era solo una Francia. Las llamadas fuerzas de la Francia Libre. Algunos llegan desde la Legión Extranjera. Juan Alcántara, por ejemplo, que luchó en Túnez, que fue herido en Argelia, que retornó vía el Port Vieux marsellés para entrar en la 1º División de la Francia Libre. Otros hacían labores de zapa. Pasar documentos, firmar exenciones, poner las tuercas mal en esta factoría donde todos lucen, ahora, esvástica.
Lucas Allende ya conocía la guerra. Este joven, natural de Maliaño, había solicitado ingreso en la 4º Compañía del 101º Batallón, Ejército del Norte. Cantabria, luego Gijón, Ribadesella, retrocediendo cada vez más ante el enemigo implacable. Primer salto a Francia, una pequeña embarcación, puerto de La Rochelle.
No descansa... tren hasta la frontera con Catalunya, entrar otra vez al conflicto, Frente del Ebro, derrotas, sinsabores. Cruza Le Perthus los primeros meses de 1939. Campos de refugiados en Francia, destino amargo. Él, que venía de combatir al fascismo, ve cómo son todos entregados a otro fascismo igual.
El Régimen de Pétain manda a muchos republicanos españoles hasta Brest, para que construyan submarinos que llevan cruz gamada en los flancos. Pasa que Lucas Allende era, a otros ratitos, solamente Lucas. Su alias con las Fuerzas Francesas del Interior.
Folletos, publicaciones clandestinas, recogida de fondos, también algún sabotaje en la propia fábrica, que allí son muy fáciles de fingir los accidentes. A Lucas lo detiene la policía secreta en 1944. Prisión de Pointaniou, Brest. Torturas de la Gestapo. La acusación es gorda: "Formar parte de un grupo de terroristas españoles".
Luego prisión de Rennes, Compiègne, más tarde Dachau. Prisionero número 74.133. Sobrevivió hasta la liberación por los estadounidenses, en abril de 1945. Pasó el resto de su vida en Francia. Hasta 1995, nada menos. Al fallecer podía llevar colgadas en su pecho once distinciones de la República Francesa. Era Caballero de la Legión de Honor, tenía la Cruz de Guerra, la Medalla Militar, la Cruz de Combatiente Voluntario por la Resistencia...Luego están los mitos.
Aquellos que aun se recuerdan en Francia, que son objeto de homenajes, que tienen sus plaquitas, sus afiches. La Nueve, por ejemplo. La Nueve era la Novena Compañía del Tercer Batallón, formada por el Cuerpo del Regimiento de Marcha del Chad. Una gran mayoría de españoles. Exiliados. Entre ellos, cántabros, por supuesto. Experiencia de combate en África, personajes curtidos, sin miedo. Instrucción en Marruecos, luego más en Gales, finalmente desembarco por Normandía. Y la Nueve que avanza. Liberación de Alençon, combates en Falaise, en Ecouché, en el bosque de Écouves. Y, finalmente, París.
A París entra la Nueve en vanguardia. Avanzan doscientos kilómetros en un solo día, reciben noticias de que la ciudad bulle con insurrección interna. El 24 de agosto empiezan a incursionar por el sur. Limours, Arparons, Puerta de Orléans. Al mando de Amado Granell, ese mismo día alcanzaron la plaza del Ayuntamiento. Dos jornadas más tarde acompañan a De Gaulle en el desfile victorioso.
No es el final, claro. Descansaron una semanita en París, luego parten hacia tierras de Alsacia. Pasan por el Marne, por el Mosela. Antes de llegar a Estrasburgo, en los combates alrededor de Lunneville o Azerailles, cae el cántabro Emiliano García Rodríguez, natural de Cabuérniga. Otra vez son avanzada entrando en la villa, otra vez continúan hacia el este.
Llegarán hasta el Nido del Águila. Allí donde dormía Hitler cuando quería respirar aire puro. A Faustino le llamaban Canica, o, a veces, Montañés. Faustino, Faustino Solana San Emeterio, tenía la frente despejada, la nariz grande, labios finos, tristes los ojos. Había nacido en Santander, y nació varias veces más durante la guerra. Durante las guerras. Primero, España; luego, Francia, a donde llegó cruzando montes fragosos allá por Andorra. Legión Extranjera, norte de África, tierras de polvo y sed para quien viene de entre nieblas. Luego se incorpora a las Fuerzas Francesas Libres de De Gaulle, integrándose en la 2º División Blindada. Leclerc al mando, ahí es nada.
Adiestramiento en Inglaterra, desembarco por tierras normandas, agosto de 1944. Montañés o Canica, avanza hasta liberar París, luego avanza hasta liberar Alsacia, más tarde continúa, y acaba llegando al Nido del Águila, en Berchtesgaden. Solo una casita, pero cuánto simbolismo. Quedó en Francia cuando llegó la paz. Trabajando de peluquero.
Muchos de los grupos de resistencia interna estaban vigilados e infiltrados por la Gestapo. Y surgen aquí nombres, nombres de estremecer. El comisario Poinsot, por ejemplo, que detuvo a docenas de personas por la zona de Burdeos. Primero interrogatorio. Tortura. Después, prisión. Un tren más tarde. Luego otro. Al final terminan en un campo de concentración nazi. Y así tantos.
Estaba otro asunto. El de actuar o no actuar. Los comunistas siempre fueron más activos. Sabotajes, destrozar vías férreas, cepillarnos a algunos nazis si nos los cruzamos de noche. Solo que esa visión no era mayoritaria, en contra de lo que pudiésemos pensar. Por cada soldado alemán muerto, respondían con represalias. Por cada raíl fuera de sitio había que trabajar horas adicionales.
Los aliados pensaban que la resistencia interna era útil, pero solo de forma "no drástica". Había cierto peligro de romper consensos en torno a lo importante. Pero, como decían los viejos revolucionarios, "la idea era coincidir frente a aquello que menos coincidíamos".
También espías, agentes secretos. Marina de la Vega, con su vida alucinante. O Matías Movellán, santanderino que estuvo en Berlín y, quizá, pasó información a los aliados desde la mismísima capital del Reich. O José Torres Martín, que formó parte de la red Vélite-Thermopyles, y cayó asesinado tras toparse con la sangrienta Brigada Jesser...
Gregorio Pérez Collado ya estaba en Francia. Cuando empezó todo, digo. Gregorio Pérez Collado, que nació en Santillana del Mar allá por 1881, fue emigrante al norte. En plena Gran Guerra, lo que son las casualidades. Burdeos, un obrador, sin lujos pero da para vivir. Hasta que llegan los otros. Los otros.
Mayo de 1940 y Gregorio se compromete con la Organización Especial del Partido comunista Francés. Un año más tarde entra en la estructura militar de los Franc-Tireurs et Partisans Français. Su suerte está echada. En 1942 lo detienen en su domicilio. A él, a su esposa, a los dos vástagos. Prisión de Fort-du-Há, interrogatorios, actividad clandestina, dinos todo lo que sepas.
Compiègne, más tarde, ya en manos alemanas. El 20 de enero de 1943 lo suben a un tren. Sachsenhausen como destino. Al bajar ya no le dicen Pérez Collado, sino prisionero 58.938. Tenía cincuenta y dos años, era condena segura. Once meses más tarde fallece allí. Será reconocido después como Mort pour la France.
Y los maquis. Que empezaron allí a llamarse de esa forma, que les dijeron "los del monte" acá. Huidos, fugados de la guerra, de la posguerra (con ese "pos" en minúscula muy chica), que pasaban frío y miedo entre las alimañas en noches que no tenían fin. Noches de ruido, que nadie sabe la cantidad de sonidos que hay por los cagigales hasta que escucha el silencio en ellos. Pues, en Francia, igual.
Los primeros fueron objetores al trabajo obligatorio, ese eufemismo nazi para "esclavitud". A plantas metalúrgicas, como José Girón Seisdedos, que nació en Suances. A bases de la Marina, como el santanderino Eduardo Casabona. Abandonaban la injusticia, buscaban refugio en sombras, cabañas abandonadas, en cuartos que no aparecen sobre los planos.
Golpes pequeños, casi anecdóticos en el gran teatro de la guerra. Golpes trascendentales. La sensación de que todo podía pasar en cualquier momento. Donde había soberbia, control, no existe ya. Peligro cierto para los nazis, que actuaron con dureza. A Girón lo pillaron por Saboya, año 1944. Destino Mauthausen. Logró sobrevivir hasta la liberación, y fue repatriado a Francia.
Manuel Hefler Rivero tenía un apellido galo y otro montañés, pero había nacido en Santoña, allá por 1884. Para la segunda mitad del siglo XX ya estaba en Francia, por el antiguo Languedoc. Funcionario francés (director de Policía en Madagascar, por ejemplo), estaba ya retirado cuando se produjo la invasión nazi.
Qué importa. Desde el principio entra a colaborar con los que no quieren colaborar. Sucede que era tipo con ascendente, con respeto por todos, con auctoritas... y eso le sumó la potestas. Elegido alcalde de Amelie-les-Bains en 1941. Los nazis arrugan el morro, los petanistas otro tanto. Pero había que mantener la ficción de "neutralidad", así que le dejaron hacer. E hizo.
Aprovechando su puesto Hefler comenzó a expedir y aprobar cartas de identidad para personas que no tenían derecho a ellas. Circular libremente por territorio francés, llegar hasta las fronteras vecinas. Esos papeles valían más que cualquier sueño en aquella tierra cruel.
También difundió prensa clandestina, refugió a miembros de la Resistencia, organizó una red de alojamientos para espías y aviadores aliados. Eso a la sombra. A plena luz Hefler negó varias veces las órdenes. No, no les daremos estos alimentos. No, no pueden ocupar estas viviendas. No, no les proporciono estos papeles. Estaba recorriendo una línea cada vez más frágil. Una que quebró en 1944, cuando la Gestapo lo arresta en su propio domicilio.
Acaba en Dachau, primero, en Bergen Belsen más tarde. Por febrero de 1945 no pudo más. Nadie sabe si lo inhumaron en una fosa común o su cuerpo acabó en un horno crematorio. El regreso imposible, titula José Manuel Puente el último capítulo de su libro. El regreso imposible. De Gaulle y su nuevo Estado Francés ofrecía a los combatientes de la resistencia rehacer vidas en Francia. Enrolar en el ejército o desmovilizar fuerzas, ellos escogen.
Algunos optaron por una de esas dos vías, pero otros no. Otros pensaban que aquello aun no acababa. Que quedaban fuerzas del fascismo por combatir. Aquellas que los expulsaron de su hogar, aquellas que aun seguían enseñoreando bárcenas y oteros. Así que optaron por trasladarse a zonas fronterizas, a la espera de que viejos aliados tomasen decisiones trascendentes. Decisiones que se dilatan, que nunca llegan. Están solos, es un hecho. Están solos, y seguirán estándolo.
No hubo ninguna posibilidad de regreso para el exilio español. Los viajes de vuelta, verificados por familiares o amigos, debieron esperar muchos años. Miedo a detenciones, a interrogatorios como aquellos que guardaban en su memoria.
Tenían medallas en el pecho, diplomas en las paredes, cartas firmadas por algunos de los hombres más importantes de Europa. Tenían, también, un enorme agujero aquí, donde se esconden los recuerdos de infancia.
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