Este artículo se publicó hace 16 años.
"Aspiro a gobernar sin alianzas permanentes"
De campaña con Zapatero. Público viajó con el candidato-presidente en su avión de campaña, fue su sombra en la visita que realizó a Fasa Renault y estuvo en la trastienda del mitin que protagonizó
Gonzalo López Alba
Antes de despegar el viernes hacia su terruño leonés, de donde salió hace ocho años como un personaje casi anónimo y a donde vuelve profeta a cargar las baterías para el tute que le espera durante las próximas dos semanas, José Luis Rodríguez Zapatero accede sin reservas a dejarse fotografiar a los mandos del avión que el PSOE ha alquilado a una empresa privada para sus desplazamientos durante la campaña electoral.
Con esa imagen viva en la retina, la primera pregunta resulta casi obligada:
¿Hacia dónde quiere pilotar España?
Quiero llevar a España a ser un país que se parezca a los del Norte de Europa en la distribución de la riqueza y a los del Sur en la forma de ser.
Mientras que el aparato calienta motores, le pido que señale en la hoja de navegación de las ideas un punto concreto de destino y, sin dudar, responde: "Un país decente".
Como el concepto me resulta demasiado abstracto, le solicito las coordenadas: "Decencia es mostrarnos ante el mundo solidarios, entre nosotros distribuir la prosperidad y saber comprender a los que vienen de fuera".
Esta es su hoja de ruta, pero para poder acometerla antes tendrá que recibir el OK de la torre de control que gobierna la ciudadanía. La hinchada socialista ansía ver mañana cómo deja KO a Mariano Rajoy sobre la lona televisiva. Así se lo ha venido reclamando en cada acto electoral, con intensidad creciente a medida que se aproximaba el momento cumbre de la campaña.
Pero Zapatero, consciente de que las expectativas son en política el libreto del diablo, y seguramente también con la lección aprendida del cara a cara de 1993, cuando José María Aznar sorprendió a Felipe González con la guardia baja por saltar al ring con una actitud de menosprecio hacia el aspirante, baja el listón. Es su primera confidencia tras remontar el vuelo: "Me conformo con empatar".
El candidato socialista confiesa tener "mucho respeto" al cara a cara en televisión, porque "es una experiencia nueva" y, aunque tiene ya un largo historial de debates parlamentarios, "no se parecen en nada".
La gente le está pidiendo que deje KO a Rajoy...
Bueno... es normal. Una parte importante de la audiencia tiene sus colores y cuanto más lleven la camiseta más querrán una victoria contundente, pero nunca hay KO. Me conformo con empatar.
¿En el primero o en los dos?
Ahora estoy pensando en el primero. Tengo la sensación de que es el más difícil, porque es el primero.
¿Lo está entrenando?
Sí, en ratos sueltos, porque la dinámica de la campaña no permite otra cosa.
¿El entrenamiento incluye simulación con sparring?
No. Me resisto a eso y no voy a hacerlo. Puedo recibir consejos, escuchar comentarios o ejemplos, pero nada de simulaciones. Lo que estoy haciendo es leer fichas con datos y posiciones.
¿Ha revisado los cara a cara entre González y Aznar?
Sí. He visto los dos y parecen dos debates completamente distintos, dos países completamente distintos y dos líderes completamente distintos. Es ahí donde se advierten las peculiaridades del medio televisivo.
¿Y qué lecciones ha extraído?
Hay dos elementos importantes: serenidad y claridad. El debate en televisión exige un lenguaje rápido y directo. Hay que mantener una actitud... no de político de Estado, pero casi. El debate parlamentario permite un discurso mucho más elaborado, pero en televisión hay que ser muy directo.
¿Le ha dado González algún consejo fruto de su experiencia?
No. Hemos hablado estos días de muchas cosas, pero de eso no
¿Ha revisado algún otro debate de esas características?
El de Sarkozy y Segolène Royal, aunque ya lo había visto en su mayor parte cuando se produjo.
¿Cree que serán determinantes en el resultado del día 9?
Algo influyen, pero no determinan. Es difícil que puedan determinar... y nunca lo sabremos.
Mientras que una azafata sirve unos vasos de agua y pone sobre la mesa dos pequeños recipientes, uno con almendras y otro con chocalatinas, bombones y chicles, observo la escarcha de canas que cubre la cabeza de Zapatero y que en su pelo se han acentuado las entradas.
Recordarlo sería una pura obviedad porque es así desde hace algún tiempo, si no fuera porque, aunque le he escuchado decir que es una cuestión puramente biológica, incluso hereditaria, tengo para mí que son también la huella del tiempo político. Así que intento averiguar dónde están las posos de estos cuatro años en el poder y le tiento con una frase de Benito Pérez Galdós: "La experiencia es una llama que no alumbra sino quemando". Sonríe reflexivo....
¿Dónde le ha quemado la experiencia de estos años como presidente?
Sin duda alguna lo que más coraje me produce es la hipocresía que hay en una parte de la vida pública, que fabrica personajes de cartón y deshumaniza más la vida política.
Yo me refería más bien al impacto de experiencias como el fracaso del proceso de paz...
Sé que la violencia es un proceso a extinguir. No lo habremos hecho de una vez y de una manera dialogada, pero tengo muy claro que mis cuatro años de Gobierno han contribuido de una manera determinante al fin de la violencia, y los primeros que lo saben son los propios terroristas.
Perdón por la insistencia. No es que quiera inducir la respuesta, pero me refiero más a las cosas que producen esas arrugas que no se ven...
Los golpes más duros son las tragedias que originan víctimas mortales: los atentados, los que murieron en el Líbano, los del helicóptero que se nos cayó en Afganistán... Al final, uno tiene un sentimiento de responsabilidad que es intransferible. Yo lo siento así.
¿Y cuál es ese sentimiento en relación con el terrorismo?
Si tuviera que decir qué problema he afrontado con más honestidad, más de acuerdo con mis principios y convicciones, ése ha sido el proceso con ETA. He tenido siempre esa certeza moral y eso no mitiga el golpe, pero ayuda a reponerse rápidamente.
Es ya sabido que las almendras son las espinacas de Zapatero, el alimento que utiliza para reponerse del desgaste de estas jornadas maratonianas que le impiden, entre otras cosas, mantener la práctica de andar por el monte para meditar y mantenerse en forma, ejercicio que, cuando no le acompaña Sonsoles, su mujer, agota a los escoltas por su zancada larga. Su médico confirma que no sigue ninguna dieta especial porque su alimentación ya es habitualmente "muy ajustada y ligera".
Sólo bebe un vasito de agua, mientras se ensimisma por unos instantes en el goce de contemplar la suave y cálida luz anarajanda del atardecer que entra por la ventanilla.
Mirando por ella el horizonte inabarcable se me viene a la cabeza que a Zapatero se le ha criticado mucho por viajar poco al exterior y que es un clásico que los presidentes viajen más en su segunda legislatura. ¿Lo cumplirá? "Eso de que no he viajado es una leyenda sin fundamento. Tengo la misma media de viajes que Felipe y que Aznar".
Ya que habla de Felipe y de Aznar, ahí va la pregunta del millón. Si gana, ¿será esta su última legislatura?
Responderé lo mismo que la última vez que me lo preguntaron. Eso, dentro de cuatro años...
Hablemos entonces de algo más próximo. Si gana, ¿habrá cambios en el Gobierno?
Algunos.
¿En las personas o en la estructura?
En personas y en estructura.
¿Eso implica alguna nueva vicepresidencia, de Asuntos Sociales por ejemplo?
No. No habrá más vicepresidencias, y ya no voy a decir más.
Vale, pero ¿me puede explicar a qué se refiere con lo de la estructura?
Tengo un banquillo más que razonable y es más importante acertar en la estructura del Gobierno. Necesita cierta renovación y cuesta cambiar, como casi todo en la Administración. Se trata de afrontar grandes áreas temáticas de manera más eficaz, especialmente en todo lo que tiene que ver con la empresa, la innovación y el desarrollo, con la relación con las Comunidades Autónomas y con la política migratoria.
¿Y tiene ya todas las casillas decididas y puestos los nombres en cada casilla?
No todos. Trabajaré más en la estructura cuando termine la campaña.
Zapatero articula su pensamiento en casillas, como las celdas de una colmena. Cada una tiene un cometido y un propósito, y guarda con celo el plano secreto de los pasillos que las interconectan. Al terminar cada mitin ya está pensando en los siguientes. "El más importante es siempre el de Sevilla, el de Dos Hermanas". Toca hoy, domingo. ¿Por qué... porque es Andalucía? "Sí, claro".
Al líder socialista no le sorprende que las encuestas pongan incluso en duda que vaya a ganar el 9 de marzo. Forma parte de su trayectoria política. En 2000 se contaban con los dedos de una mano los que creían que podía ganar a José Bono el liderazgo del partido y en 2004 casi eran menos los que confiaban en que ganaría las elecciones generales a la primera.
Se siente cómodo en las situaciones de incertidumbre. La sensación de desafío contribuye a que esté en tensión. Es una especie de inyección de adrenalina, pero nada en él, ni en el lenguaje verbal ni en el corporal, delata síntomas de estar tenso.
¿Está convencido de que va a ganar?
Sí, claro. El partido está muy movilizado y habrá una participación alta.
Con el resultado tan apretado que vaticinan las encuestas, ¿ha pensado en alianzas poselectorales?
Mi objetivo es gobernar con la mayoría más amplia posible, pero nunca hacer coaliciones o alianzas permanentes. Quiero mantener la máxima autonomía y el perfil propio del proyecto socialdemócrata de modernidad que represento.
¿Y si el resultado es tan ajustado que obligue a pactos o coaliciones?
Habrá que esperar a los resultados. Ahora estamos en campaña.
La médula de su discurso desde que arrancó una precampaña cuyo origen se pierde en las hojas arrancadas del calendario es "España puede", aunque no siempre haya sido lo más visible y en ocasiones se haya visto incluso arrinconada por el fragor del toma y daca con el PP.
Zapatero reivindica esta ambición convencido de que "estamos a punto de conseguir la mejor España de la historia, de hacer que esté donde no estuvo en los cuatro siglos anteriores: en las grandes citas de la modernidad".
Es un mensaje de optimismo y alegría que encaja con naturalidad en su personalidad. Cuando se casó con Sonsoles Espinosa acordaron que él elegiría el nombre de su primer hijo y fue Laura porque identifica este nombre con alegría, aunque su significado etimológico es "merecedora de gloria" y también "luz del alma", o sea, alegría.
La misma que imprime a sus palabras cuando relata que ambición de futuro y valentía en la defensa de las convicciones son el resumen de su discurso político: "Es ambicioso ser el primer país del G-8 que llegue al 0,7% en ayuda al desarrollo, situarnos en la media europea en capacidad de innovación o ser vanguardia en la lucha contra el cambio climático... Es valiente hacer una defensa a ultranza de la España laica".
¿Qué es para usted el laicismo?
No es algo exclusivamente relacionado con la religión o las creencias. Una sociedad laica es aquella que recrea la democracia permanentemente.
Por ejemplo...
Hace 15 años no pensábamos que la ley que permite el matrimonio entre personas del mismo sexo podía ser una palanca tan potente de democratización social. Con ella no sólo se restauró la justicia y la dignidad de los homosexuales. Cambió la mirada de la democracia hacia la gente.
No tiene nada que ver, pero hablando de cosas que pueden inducir otras, ¿qué opina de la independencia de Kosovo?
Es un error. Abre la puerta a una fuerza que se pone en movimiento muy rápido y que luego resulta muy difícil de controlar: la tentación de que minorías, en función de su origen o de su etnia, intenten conformar una comunidad política. Eso es algo más bien medieval. Lo que determina el nacimiento de un país no puede ser la condición étnica.
¿Le preocupa que tenga algún efecto en relación con el País Vasco?
Me preocupa que el Gobierno que presido tiene como primer mandamiento en política internacional el respeto a la legalidad y este proceso de secesión no cumple los principios de la legalidad internacional. No me preocupa nada un posible efecto interno porque Kosovo o la antigua Yugoslavia no tienen nada que ver con ningún territorio de nuestro país.
Acaso para quitarse ese mal sabor de boca mordisquea una pequeña chocolatina, aunque comenta que no le gusta especialmente el chocolate. "Lo que me gusta es el regaliz", dice descubriendo otra intimidad en ese momento, por alguna asociación de ideas o de sabores.
"Dile a Rajoy que nos levantamos a las 5 de la mañana"
Su auténtico regaliz es el contacto directo con la gente, cualquiera que sea el formato. En la mañana del miércoles, Público fue su sombra durante la visita que hizo a la fábrica de Fasa Renault en Valladolid, la ciudad donde le nacieron, "en una calle que está al lado de la Plaza de España", aunque toda su vida la pasó en León hasta que se instaló en la Moncloa.
Durante las dos horas largas que duró su recorrido por la factoría, no dejó de estrechar manos. Intenté llevar la cuenta, pero la perdí enseguida. En la fábrica trabajan 1.700 personas. Posó con todo el que le requirió una foto, firmó autógrafos en la hoja de un cuaderno que fue pasando de mano en mano y troceándose en pedazos cada vez más pequeños, hasta que no hubo más... Pero no se limitó a ese contacto superficial.
Con un grupo, inquieto por el abaratamiento de la mano de obra que puede significar la llegada de inmigrantes, se detuvo a hacer pedagogía política: "Con lo que cotizan los inmigrantes pagamos un millón de pensiones".
En otro grupo, donde le confiaron su preocupación por el impacto que puede tener en el sector del automóvil la competencia de los salarios bajos en los países del Este, se detuvo a concienciar de la necesidad de mejorar la competitividad creando una atmósfera cómplice, casi de barra de bar: "No puedes dormirte un solo día. Es como la política. Te das la vuelta y te han robado la cartera...".
El presidente de Renault España, Juan Antonio Fernández de Sevilla, que ejerció de cicerone durante toda le visita, no pudo ocultar su asombro ante la naturalidad, espontaneidad y cercanía del trato recíproco entre Zapatero y los trabajadores: "En otros países también se producen este tipo de visitas, pero mientras dan la mano o se hacen la foto están mirando para otro lado..."
Zapatero no miró para otro lado ni cuando los representantes sindicales, preocupados por el futuro de la fábrica, aprovecharon la oportunidad para dar publicidad a sus inquietudes y reivindicaciones. Recogió más de media docena de escritos, algunos entregados en sobres cerrados y otros con formato de pliego de cargos. "¿Has visto? Se ha leído entero el primer folio...", comentaba a un compañero de fatigas sindicales Miryam Largo, coordinadora de CGT, con un punto de incredulidad por la actitud receptiva del presidente del Gobierno, el primero en visitar las instalaciones.
Zapatero atendió las explicaciones de los directivos de la empresa y recabó su opinión sobre las claves de la competitividad. Fernández de Sevilla le explicó que los principales lastres están en las infraestructuras logísticas, el coste de la mano de obra y el absentismo de corto plazo -7% en España y 4% en Francia-.
El presidente reveló que esta última cuestión fue uno de los asuntos que trató el día anterior en La Moncloa con los representantes de sindicatos y empresarios. Pero se interesó también en saber de boca de los propios trabajadores otros datos, como el porcentaje de contratos indefinidos y sus condiciones de trabajo.
La mayoría le jaleó abiertamente:
-¡Presidente, suerte!
-Gracias, hay que merecerla.
Otros prefirieron hacerle confidencias al oído, como el sindicalista de CCOO que le dijo: "Ahora que no nos oye nadie, te deseo que sigas siendo el presidente del Gobierno. El mío no va a serlo ..." Y Zapatero, que anota y procesa mentalmente todo lo que escucha, como luego comprobaremos, no desperdició la oportunidad de poner el termómetro de la movilización.
-A ver si ganamos otra vez, ¿eh?
-¿Tú que crees?
-Yo creo que sí.
-¡Ah, bueno!
Sin arriar la sonrisa un solo momento, también encontró hueco para el divertimento, revelando de paso otra faceta de su personalidad: la perseverancia. No paró hasta dar con un empleado que se atreviera a arriesgar una respuesta a su pregunta: "¿Cuántos tornillos lleva un motor?" Cierto o falso, sólo uno, al que apodan Legionario, respondió: 1.528. Zapatero premió su valentía con el compromiso de enviarle un regalo.
La visita oficial concluyó con el presidente del Gobierno arrancando un coche del nuevo modelo Modus, premeditadamente de color rojo y, dicen que por azar, con la matrícula FZP. A un grupo de alborozados directivos pudo oírseles comentar: "Lo podemos utilizar en una campaña publicitaria. ‘El presidente compra Modus".
Zapatero aún se entretuvo estampando su firma a lo Fernando Alonso en la bata gris en la que hubo de embutirse para entrar en la fábrica y posando para una foto con los representantes de UGT, "¡que yo soy de UGT, ¡eh!".
Mientras él recordaba su filiación sindical, uno de los empleados más antiguos no pudo reprimir que una lágrima se deslizara por sus mejillas: "Es que nunca había visto de cerca a un presidente...". Al presidente le despidieron los suyos con una pañuelada blanca virtual: "El 9 a triunfar, ¡eh!, por todo lo alto. Dos orejas, rabo y vuelta al ruedo".
El mitin"Yo soy católica y estoy aquí porque soy socialista"
La vuelta al ruedo la dio esa misma noche en la plaza asturiana de Gijón, una de las que mejor se le presta, aunque -es lo que tiene el ejercicio del poder- los funcionarios de Justicia en huelga le siguen a todas partes empeñados en boicotear sus mítines.
Vuelca Zapatero sobre el atril toda la fuerza contenida en su metro ochenta y cuatro de altura y setenta y cinco kilos de peso cuando transmite ante sus seguidores la confianza en que España "puede ir hacia adelante", componiendo una figura en la que proyecta la imagen de querer atrapar físicamente ese punto en continua fuga y expansión que es el progreso, según lo define Zygmunt Bauman.
La energía que pone en el impulso le hace despegar los talones del suelo y si no se precipita al vacío que separa el escenario de la fila cero es porque mantiene el equilibrio con las puntillas de los pies clavadas sobre la tarima y la palma de la mano izquierda apoyada en el soporte de los micrófonos mientras extiende el brazo derecho como una lanza que apunta a la utopía, "la verdad de mañana", según dijo en cierta ocasión Víctor Hugo.
El atril que fue burladero para aquel joven político que en cuatro años pasó de diputado de provincias a presidente del Gobierno es ya tan sólo un punto de apoyo, una referencia geométrica de la que se distancia un metro para disponer de más espacio de maniobra escénica, un tablero que golpea con la mano derecha abierta o el puño cerrado para subrayar la contundencia de algunas proclamas como si fuera la batuta de un director de orquesta que marca graves o agudos, pianos o allegros, con la palma de la mano extendida o el índice enhiesto.
"Dile a Rajoy que nos levantamos a las cinco, no a las siete"Siempre ha disfrutado Zapatero el concierto en directo, pero en esta campaña todavía más. Y es que está teniendo una característica muy especial. Desde que empezó la precampaña tienen los mítines del PSOE un alto componente de interactividad que no se limita al tópico "¡dále caña!".
En Santander, una señora interrumpió su discurso para proclamar ante varios miles de testigos: "Yo soy católica y estoy aquí porque también soy socialista", y Zapatero tomó pie para proclamar: "Este es un partido que no pregunta a nadie por sus ideas religiosas, que respeta a todos".
En la visita a Fasa-Renault, un trabajador de la cadena de montaje le comentó: "Dile a Rajoy que nos levantamos a las cinco, no a las siete", y Zapatero lo soltó horas después en su mitin de Gijón para aguijonear al líder del PP con su descubrimiento de los currantes "a los que nunca ha visto".
En esta plaza arrancó su intervención contando que cuando entraba al pabellón se le acercó una joven militar que estaba en Irak y le dio las "gracias por traerme a casa", lo que utilizó de lanzadera para, con el pabellón puesto en pie, reivindicar su firmeza "diciéndole al presidente de EEUU: ‘ahí te quedas con tus tropas'".
La explicación de esa interactividad es, según Zapatero, que "la gente tiene ganas de hablar". Desarrolla el argumento un miembro de su equipo que le acompaña en todos los actos electorales: "Llevan años aguantando mucho, muchos insultos como que hemos traicionado a los muertos.
Además, sienten que el presidente les está hablando a cada uno de ellos, individualmente". Y, sí. "Todavía recuerdo la cara de aquella chica. Era rubia y muy joven... Si la vuelvo a ver, seguro que la reconozco".
El reposo del candidato"Estoy pensando en lo que viene"
Al terminar sus mítines, de vuelta al avión, Zapatero mastica varios puñados de almendras mientras se relaja reposando la mirada en la mullida alfombra de nubes.
¿Está repasando el mitin?
No, no mucho. Estoy pensando en los que vienen.
También en otras cosas, que a veces comenta en voz alta, aunque la mayoría se las guarda. Nada más terminar el acto de Gijón, preguntó: "¿Cómo ha ido el AVE a Barcelona?".
Cuando comienza el descenso y se ve el techo de luces que cubre Madrid, le pregunto si cuando vuela y mira hacia abajo piensa en cómo ha ido cambiando España. "No. Los cambios sólo se ven a largo plazo".
Aprovecho ese momento de cierto embrujo intimisma que crea la contemplación del enjambre de luciérnagas artificiales para preguntarle si no le produce una cierta sensación de claustrofobia estar siempre rodeado de gente, viajar en vehículos con los espejos tintados, como obligado a vivir en una burbuja de aislamiento.
Confiesa que es lo que peor lleva y me confirma que es cierto lo que atisbe el miércoles, cuando subió al coche presidencial tras su visita a la fábrica de Fasa-Renault y me pareció ver por la rendija de la puerta que se cerraba que se aferraba al móvil, el túnel subterráneo por el que se escapa del cinturón de los sí, señor.
Para no caer en el agobio de sentirse prisionero entre coches de seguridad, se refugia en el teléfono, lee o escribe -nunca se marea- o, si está muy cansado, echa una cabezada.
Antes de despedirme, le preguntó si no tiene la sensación de haber cambiado en estos cuatro años. Responde como un látigo: "He cambiado yo más las cosas del Gobierno que las cosas del Gobierno me han cambiado a mí".
Cuando se abre la portezuela del avión, toda la comitiva se levanta de sus asientos y va saliendo sin esperar a que lo haga el presidente. Sólo le cedemos el paso Laura León, la fotógrafo de Público, y yo. Lo comento con extrañeza. Un miembro de su equipo habitual se vuelve hacia mí: "Es que no hay protocolo. ¿Ves? Ésa es una de las cosas que ha cambiado..."
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