Opinión
Cuando Zuckerberg dejó de ser Anakin Skywalker para convertirse en Darth Vader
Por Paco Tomás
Periodista y escritor
Si la realidad es que el novio de Isabel Díaz Ayuso, Alberto González Amador, cometió dos delitos fiscales y que su novia, la presidenta de la Comunidad de Madrid, convocó una rueda de prensa, asesorada por su director de gabinete, Miguel Ángel Rodríguez, para blanquearlo y decir que lo de los delitos era mentira, difundiendo un bulo que su propio director de gabinete hizo llegar a algunos medios de comunicación, la "mentira inevitable" de la que hablaba Nietzsche hace que la sombra del delito recaiga sobre el fiscal general del Estado, la fiscal jefa de la Audiencia Provincial, el fiscal de Delitos Económicos de Madrid y hasta los periodistas que desmintieron el bulo. Todos en el punto de mira menos el delincuente y la que mintió.
Para Nietzsche, la única forma de comprobar si la realidad (la verdad) se ajustaba a la manera en la que se estaba contando (la mentira) pasaba por una tercera instancia neutral. Una interpretación contemporánea de esa instancia bien podrían ser los verificadores de datos de los que las redes sociales más importantes (X, Facebook, Instagran y Threads) han considerado pertinente prescindir.
En un escenario mundial en el que la verdad resulta irrelevante y la mentira ya no conlleva siquiera una condena moral, Elon Musk y Mark Zuckerberg se erigen en profetas de un devastador elogio del bulo. Sabíamos, utilizando Star Wars como referente, que en el lado oscuro de la fuerza habitaba Musk, el Palpatine de esta historia. Ahora asistimos al momento en el que Zuckerberg deja de ser Anakin Skywalker para convertirse en Darth Vader.
La cronología de los tiempos oscuros recientes sigue una lógica. Musk compra Twitter y la convierte en una red social (X) basada en la desinformación, con el único objetivo de devolver a la Casa Blanca al peor presidente de la historia de los EEUU, Donald Trump. En noviembre del año pasado, Trump lo consigue y recompensa a Musk colocándolo en el Departamento de Eficiencia Gubernamental del país, ya conocido como "Doge", en alusión a una criptomoneda. Por si no han saltado ya las alarmas, Joel Kaplan, antiguo asesor de George W. Bush, asciende a nuevo jefe de políticas globales de Meta. Y lo primero que hace es eliminar los contratos con las empresas verificadoras de datos.
Kaplan dijo que se censuraba "demasiado contenido inofensivo" y Zuckerberg habló de "punto de inflexión cultural". Lo que ambos querían decir es que la mentira era más rentable. Y si la población mundial estaba virando hacia unos políticos mentirosos, conspiranoicos y fanáticos, no iban a ser ellos quienes diesen la espalda a millones de consumidores de la mentira.
Rebatir a alguien que diga que con las vacunas nos inyectan un chip 5G es "ir demasiado lejos" para Zuckerberg. Llamarnos enfermos mentales, o anormales, a las personas LGTBIQ+ es "restaurar la libertad de expresión". Si vas a trabajar para la mentira, mucho mejor empezar mintiendo. Nada tiene que ver su decisión con la libertad de expresión. Porque Meta supedita nuestros derechos humanos y nuestra dignidad al discurso político y religioso que nos discrimina, insulta y criminaliza. Si realmente se tratase de libertad de expresión, ese principio no se subordinaría a ningún discurso político o creencia religiosa, aceptando un "me cago en Dios" o un "Trump es un enfermo demente peligroso" como parte de esa libertad de expresión. Pero frases como esas serían censuradas y castigadas en la red social. Lo que significa que si hablas de libertad de expresión, pero sólo para los tuyos, eso tiene otro nombre.
Meta ha explicado que la verificación de bulos va a ser sustituida por notas de la comunidad, la misma fórmula que emplea Musk en X. Los propios usuarios califican, corrigen o aportan información a un tuit o estado. Y esas notas solo se ven cuando el resto de usuarios la votan como útil. Ejemplo: cuando un juez de Nueva York condena a Trump por los 34 delitos del caso Stormy Daniels, él responde que el veredicto ya se lo dieron sus votantes en las urnas y que ellos le absolvieron. Esa es la mejor representación de las notas de comunidad de las redes sociales. Lo que nos dice Zuckerberg es que si queremos desmentir un bulo tenemos que darle engagement a su red social. Show me the money.
En esta década, el escenario que se le abre a las sociedades democráticas obliga a tomar las riendas en tres frentes. El que se contrapone a EEUU en una guerra fría cultural que defienda valores y principios universales frente al anarcocapitalismo estadounidense y su oscurantismo. Ahí es donde Europa se debería erigir como locomotora de un cambio de paradigma mundial que coloque al ser humano y sus derechos en el centro.
El otro frente reside en la extrema responsabilidad del periodismo. Ahora que las redes sociales han dejado claro que están a nómina del mejor postor, el periodismo debe recuperar el prestigio, la legitimidad y el protagonismo que las redes le arrebataron. El periodismo, por naturaleza, va a cuestionar al poder. Para eso, es preciso que dejemos de aceptar como noticia un tuit, que se acaben los tiempos de ruedas de prensa sin preguntas y que no se ampare la difusión interesada de bulos y desinformaciones. Que el periodismo vuelva a ser un espacio de información en el que se contrasten y verifiquen los hechos y datos antes de difundirlos como noticias y abandonar esta especie de tribuna propagandística en la que cada uno puede verter la falsedad que considere porque los medios la van a difundir sin más, como si fuesen un expendedor de bulos.
Y el tercer frente sería el que nos obliga, como sociedad democrática y libre, a actuar de manera implacable contra aquellos que pretenden dinamitar los sistemas democráticos para imponer su oligarquía anarcocapitalista y ultraliberal. Para que me entiendan, imponer una dictadura 2.0. Si las fuerzas democráticas no asumen que ser demócrata y creer en sus principios fundamentales no significa tolerar a quienes pretenden acabar con nuestras democracias, dinamitándolas desde dentro y amparándose en los mismos derechos y libertades que nos arrebatarían si llegasen al poder, no podemos empezar a cambiar las cosas. La ilegalización de empresas como Desokupa, más cerca de convertirse en una banda criminal que en cualquier otra cosa, o las multas cuantiosas a partidos y organizaciones que fomenten el odio, empiezan a ser urgentes. Y no deberían temblarnos las manos al hacerlo. Hace falta un Luke Skywalker que destruya tanta Estrella de la Muerte.
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