Opinión
El sueño de los robots produce monstruos
Por Carla Berrocal
Ilustradora y dibujante de cómics
En un cuadrado negro aparecen tachadas las letras AI. Un poco más pequeño puede leerse: Not to AI art . Para los que no estén muy familiarizados con el término, AI son las siglas de Inteligencia Artificial en inglés y hacen referencia a las imágenes generadas automáticamente a partir de palabras que introduce un usuario. Lo primero que me viene a la cabeza, a modo de resumen, es un meme genial de Los Simpsons que he visto estos días: en él se ve a Moe echando de su bar a Barney, mientras por detrás aparece éste otra vez. A alguien se le ha ocurrido la genial idea de poner NFT al Barney que Moe está echando y AI al que está dentro de la taberna. Creo que es el mejor ejemplo de la crisis que estamos atravesando los artistas.
Para empezar, debo decir que me genera muchas dudas que el arte generado por una Inteligencia Artificial pueda considerarse arte, al menos no puedo considerarlo como tal en los términos en que se está produciendo ahora mismo. El arte es en esencia producto de la mente humana y llega a la solución final de su expresión a través de procesos más o menos técnicos. La supresión de estos procesos de conceptualización no puede producir arte, de la misma manera que tampoco se puede separar de las emociones únicas y personales que van unidas a ella: vivencias, traumas o miedos que son motivaciones de nuestra necesidad expresiva.
Lo cierto es que aunque algunos ilustradores las usan y han experimentado con ellas obteniendo resultados interesantes, a mí las AI nunca me han llamado especialmente la atención, no sé si por pereza, desconfianza o una mezcla de las dos. Fue al cabo de unos días, al ver el vídeo del ilustrador Steven Zapata cuando lo que era curiosidad se transformó en indignación. Resulta que hay toda una industria perversa que fagocita bases de datos de artistas que no verán un duro por el uso de su obra, precarizándolos más aún. Nos lo disfrazan bajo la idea de progreso, pero en realidad es todo un espejismo. Porque no, no estamos hablando de un par de hippies entrepeneurs investigando en su ordenador de un garaje de California, estamos hablando de grandes compañías, algunas de ellas propiedad de empresarios millonarios como Elon Musk. Así que, no, ese retrato tan majo que ha hecho una AI no es una imagen original: ha sido creada a raíz de otras que han hecho diferentes personas que no han visto un duro.
Esa imagen de plastiquete, fría y homogénea que realiza un programa alimentado por el trabajo puede ser estéticamente interesante, pero suprime la comunicación directa entre su autor y el receptor. Una IA es un cascarón, vacío, que homogeniza las imágenes en lugar de diversificarlas. Todas son un deja vú, todas nos suenan de algo. Por decirlo como Hayao Miyazaki son: “Un insulto a la vida misma”.
Mientras el gigante Getty Images, dueño de algunas de las fotos más famosas del mundo, pide que retiren sus imágenes de los bancos de datos de algunas de estas aplicaciones, los pequeños artistas, atomizados e indefensos ante estos abusos nos preguntamos cómo haremos frente a este problema. Quizás, la salvación esté en intermediar con las instituciones para salvaguardar nuestros derechos, pero lo cierto es que pinta difícil porque los interesados nos superan en tamaño y capital. Y que no nos engañen, no se trata de producir una nueva herramienta, se trata de robar la creatividad humana para alimentar a un monstruo. Se trata de llenarle el estómago de colores, trazos y formas para prescindir del alma. Se trata, en definitiva, de que el monstruo acabe con el sueño.
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