Opinión
Yo no quiero que este mensaje sea anónimo
Por María Pérez Company
Hace semanas que tengo esta frase escrita. Hace semanas que compañeros, amigos, me animaron a hablar de ello. Hasta ahora no he podido. Me quedé sin fuerzas.
Me quedé sin fuerzas porque esto te anula, te destruye.
Me callé. Aguanté. Lloré en aquel despacho oscuro. Tuve miedo. Quise marchar. Aguanté. Me lo pidió. Cedí. Lloré. Lo conté. Mandé callar. Cogí aire. Lloré. Tenía asco. Llegó el miedo. Aguanté. No pude más. Lloré. Llegó la rabia. Me sentí hipócrita. Necesitaba hablar. Lloré. Quise marchar. Me pidieron que no. Busqué una alternativa. No funcionó. Quería marchar. Iba a marchar. Lo denuncié al partido. Tuve vergüenza. Tuve miedo. Me sentí sola. Me hicieron sentir culpable. Se archivó. Me decepcioné. Volvió la rabia. Lloré. No quise vivir. Lloré. Lloraron. Tuve miedo. Tuvieron miedo. Marché.
Hoy no hablaré de mi agresor. Lo haré el día que el juzgado competente determine. Sí, hablaré de la sociedad que ha permitido que la que se encierre, la que tenga miedo, la que tenga vergüenza y la que sienta culpa, sea yo.
Hablaré de la sociedad, del partido político, que compró el relato de mi agresor. Hablaré de aquellos que bajo la bandera del feminismo me han tratado de fresca y de conflictiva. Hablaré de aquellos que me pusieron la etiqueta de ambiciosa y que justificaron mis denuncias con ansias de poder. Hablaré de todos aquellos que, para tapar a un agresor y manipular un congreso, me señalaron de anoréxica y desequilibrada mental, menospreciando y estigmatizando enfermedades muy duras.
Hablaré de una vicesecretaria de "feminismos" que me dejó de atender. De una secretaria general que prohibió a miembros de su dirección responder a mis mensajes. Hablaré de un partido político que, repito, abanderando el feminismo, permitió que un imputado por delitos sexuales fuese, y es, presidente de su federación.
Hablaré de todos aquellos que en aquel congreso quisieron hacer suyo mi trabajo.
También de los que quisieron apuntar que mi única labor era salir en las fotos. Son los mismos que me escogieron como secretaria general porque era mujer y joven. Una cuota. Una cuota que, por firme convicción de los valores que defendía, trabajó duro y no calló. Una cuota que les salió rana.
Hablaré de la comisión de garantías. Esa comisión que me trasladaba la documentación solicitada fuera de plazo. Esa comisión de la que desconfié, la que me hizo sentir insegura. Explicaré cómo incumplieron en más de diez artículos los estatutos y el protocolo contra el acoso sexual. Explicaré cómo con un informe pericial psicológico, que acreditaba alta compatibilidad con acoso sexual y laboral, archivaron mi denuncia en un cajón. Explicaré cómo el responsable de cumplimiento tergiversó pruebas, mientras a la ejecutiva nacional no se le explicaba la gravedad del asunto.
Se archivó porque esa fue la voluntad de proceder. Se archivó porque querían silencio. Se archivó porque, siempre he pensado, no me veían con el suficiente coraje como para ir a un juzgado y denunciar. Se archivó porque decían que no había pruebas suficientes; mientras tanto, en un juzgado se abría una investigación con esas mismas pruebas.
Lo denuncié ante un juzgado. Y ese día gané. Ese día sentí que, pasase lo que pasase, yo ya había ganado. El partido, sin embargo, lo quiso tapar. Llamaron a la prensa pidiendo silencio. El partido calló. Lideró el silencio y la equidistancia. Pedí un despido. Condicionaron mi indemnización. Me trataron en desigualdad al resto de trabajadores despedidos por cuestiones económicas del partido. Querían cubrirse. No cedí. No cederé. Quieren silencio. Iré hasta el final.
Hoy no hablaré de mi agresor. Hoy hablo de todos aquellos que nos hacen pequeñas. Que nos hacen sentir solas. Aquellos que nos quitan las fuerzas para denunciar lo que vivimos. Los que nos hacen creer que somos exageradas, locas, oportunistas y codiciosas. Esas personas nos hacen tanto daño como nos hicieron nuestros acosadores.
Pero envío un mensaje de esperanza, porque se pasa mal, se pasa jodidamente mal, pero se gana. Se gana cuando contamos qué nos pasa. Y se gana también cuando ponemos el espejo en frente de todos los que nos revictimizan; los que atentan contra nuestra integridad, autoestima y salud mental.
Y, aunque todo lo siguiente lo digo desde el privilegio, porque todas sabemos que no siempre es así, en ese mensaje de esperanza necesito agradecer...
Que se gana cuando a tu lado encuentras la solidaridad y la valentía de compañeros militantes que creen en ti y que te empujan hacia adelante; la familia, los amigos. Los que se parten la cara por salvaguardarnos. Esos que por defendernos son atacados ferozmente. Los que nos hacen el camino más fácil y llenan de valor la palabra esperanza. Los que me recordaron las ganas de luchar y las ganas de vivir.
También se gana cuando te sientes acompañada por los profesionales sanitarios. Cuando tu psiquiatra te mira a los ojos y te dice que lo estás haciendo bien. O cuando nuestras psicólogas nos recuerdan quiénes somos y nos ayudan a destruir todo aquello que nos hicieron creer que éramos.
Se gana cuando la Policía, esa a la que tanto he criticado, nos hace sentir seguras. Y, es muy duro para mí decir esto, me acompañó más la Guardia Civil sin una orden de alejamiento que mi propio partido. Pero esto es un indicador positivo. Se avanza.
Los protocolos funcionan cuando hay conciencia, cuando quien lidera es la buena voluntad.
Gracias a todos. Cuesta, pero se gana.
Cuando tenga fuerzas, cuando todo pase, lo contaré. Sin fisuras. Sin rabia. Sin miedo.
La hipocresía se combate con el coraje y con la verdad, y de eso tenemos mucho.
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