Opinión
¿Quién quiere la guerra en Taiwán?
Por Xulio Ríos
Asesor emérito del Observatorio de la Política China
Nadie, por supuesto, en su sano juicio, querría desatar una guerra por Taiwán que pondría patas arriba la economía global y añadiría más dolor y sufrimiento a la comunidad internacional. Sin embargo, de entrada, es llamativa esa asociación Ucrania-Israel-Taiwán en la decisión promovida por la Administración Biden para enfrentar los principales desafíos de seguridad de EEUU habilitando un dispendio multimillonario. Ucrania o Israel están en guerra, y parece que las cábalas del Pentágono apuntan a una crisis de grandes proporciones en el estrecho de Taiwán.
Desde 2016 (Donald Trump), EEUU anuda fuertemente sus vínculos con Taiwán. Washington ha adoptado medidas importantes en el orden económico, diplomático o político, pero la palma se la lleva la seguridad. Y no se trata solo de ventas de armas constantes, una tras otra. Ahora, medio centenar de militares estadounidenses están estacionados en Taiwán, contraviniendo la promesa de retirar toda presencia militar de la isla formulada al normalizar las relaciones diplomáticas entre Washington y Beijing (1979). Este número podría elevarse hasta los 200 efectivos con el propósito de entrenar a las fuerzas taiwanesas. A mayores, el emplazamiento de un arsenal de municiones estadounidense en Taiwán significa que EEUU avanza en sus planes de trasladar sus reservas de Asia Oriental a la isla.
En paralelo, la “creciente amenaza china” sirve de excusa a Japón para ampliar su ejército a un ritmo no visto desde el final de la II Guerra Mundial. Tokio y Manila fraguan una alianza de defensa con Washington que incluye ejercicios, entrenamientos, dotaciones, alargamientos hacia Corea del Sur y Australia, etc. EEUU construye actualmente un puerto en Luzón, muy cerca de Taiwán. Más el AUKUS y el QUAD....
Esta dinámica, presentada como “disuasiva” ante China, solo puede generar inquietud y aumenta el riesgo de desencadenar inadvertidamente un conflicto global. La narrativa estadounidense descarta que esto sea ejemplo de manual de comportamiento agresivo: es para mantener la paz y la estabilidad; por el contrario, es “provocador” que China responda con despliegue de buques o de aviones circundando el entorno de Taiwán para reafirmar su soberanía sobre la isla, al tiempo que advierte que Taiwán es una línea roja que no se debe cruzar y que no aceptará que se le imponga desde el exterior la independencia de la isla. Hasta el Japón que fue potencia ocupante en la isla entre 1895 y 1945 -obtenida como botín de guerra a resultas de su agresión contra China- dice querer la libertad para Taiwán...
China quiere la unificación. EEUU, rotundamente no, si bien dice que no apoya la independencia de la isla. En realidad, no la necesita, esta es independiente de facto. Para el Pentágono, China se prepara para conquistar la isla por la fuerza. China dice que prioriza la reunificación pacífica, aunque no descarta el recurso militar si Taiwán pone rumbo a la independencia de iure. Lo cierto es que China, ahora mismo y por bastantes años, tiene por delante muchas otras preocupaciones de diversa naturaleza que debe atender para proseguir su senda emergente. Agitar el espantapájaros de la amenaza inminente de una guerra por Taiwán solo sirve al auge del militarismo en la región y facilita la conclusión de alianzas militares para reafirmar el hegemonismo estadounidense y contener el ascenso chino.
El nivel de interdependencia económica entre Taiwán y el continente supera el 30 por ciento. Son múltiples los vínculos que les relacionan en los más diversos campos. Y los aviones militares continentales han llegado a estar a tan solo 41 millas náuticas de Keelung, abriéndose la posibilidad de que puedan llegar a la Oficina Presidencial de Taiwán en cinco minutos adicionales de vuelo, dejando a su ejército sin tiempo de reacción. Por más que se dispongan recursos militares, la desproporción y vulnerabilidad de Taiwán es evidente.
¿Cómo se logra una mayor seguridad: alentando este tipo de medidas que no hacen sino escalar la tensión obligando a la otra parte a reaccionar o intentando recuperar la confianza política? La discusión es vieja. En Taiwán, parte la sociedad en dos. La minoría que controla el gobierno y la presidencia (PDP) apuesta por seguir la lógica estadounidense, las minorías que controlan el Yuan legislativo (KMT y PPT) apuestan por dar una oportunidad al diálogo con el continente.
Para China, lograr la reunificación a través de una guerra sería un fracaso político inconmensurable. “Es mejor ganar sin luchar”, dice el clásico Sun Tzu. China tiene paciencia para eso y su estrategia se ha basado en la promoción del acercamiento a todos los niveles. El soberanismo pugna en dirección contraria a sabiendas de que si China culmina con éxito su modernización, ese nuevo estatus le proveerá de capacidades irresistibles para consumar la absorción sin disparar un solo tiro.
En EEUU, la lectura de ese escenario apunta a la superación de la última rémora territorial que vislumbra el ascenso chino, ya claramente de manifiesto en muchas otras dimensiones.
¿Está dispuesto EEUU a incendiar el estrecho de Taiwán si ello le permite trascender los límites de la guerra comercial y tecnológica que hasta ahora no le han dado los resultados deseados en su confrontación con China? ¿O quiere China precipitar la reunificación para dar el estoque final a la hegemonía estadounidense? Librarse de esa disyuntiva es también una dramática preocupación de la propia sociedad taiwanesa.
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