Opinión
El pasado es imprevisible
Por Jule Goikoetxea
Escritora y profesora de la UPV
Los seres humanos no siempre somos inconstantes, ignorantes, cobardes y mezquinos, pero lo somos habitualmente; así que toda muestra de simpatía y reconocimiento es bienvenida.
También la del coordinador general de EH Bildu, Arnaldo Otegi, y la del secretario general de Sortu, Arkaitz Rodríguez, que hicieron ayer, tras una década desde el cese definitivo de la actividad armada de ETA, una declaración en el Palacio de Aiete de San Sebastián a todas las víctimas con especial mención a las víctimas de la violencia de ETA: “Queremos trasladarles nuestro pesar y dolor por el sufrimiento padecido.”
“El pasado no tiene remedio”, declaraban. El pasado es el fogón sobre el que la gente del presente convierte el futuro en algo comestible, así que conviene cuidarlo entre todas con justicia, memoria y reparación. Lo cierto es que el ser humano, ese mamífero disperso y tendente a la mezquindad, también suele derrochar empatía, porque amamos la contradicción, y aunque no la derroche siempre en la dirección adecuada, sabe, sabemos, que la empatía es el fundamento de toda ética-política. Sin empatía ni reconocimiento mutuo del sufrimiento no puede haber proyecto emancipador. Sin una ética-política dirigida a expandir y consolidar las virtudes de la empatía estructurada, que no anecdótica, no es posible la democracia. Y eso requiere bienestar. Pero la empatía no es suficiente para lograr bienestar social. En ese brete nos encontramos hoy una década después.
El cese definitivo de la actividad armada de ETA fue anunciado en 2011 y su carácter definitivo se debió, no sólo pero principalmente, a dos razones: a la pérdida de respaldo por parte de la sociedad vasca y al consecuente proceso de debate interno abierto por la izquierda abertzale para un cambio de estrategia consistente en hacer política exclusivamente por medios no violentos, proceso que se inició tras los acuerdos de Lizarra-Garazi en el año 2000.
En 2010 ETA anunció un alto el fuego y el cese definitivo de toda actividad armada en octubre de 2011, tres días después de la Conferencia Internacional de Paz de Aiete. Entre los puntos acordados en Aiete se pedía diálogo con los gobiernos de España y Francia para solucionar las consecuencias del conflicto, avanzar en la reconciliación y la reparación a todas las víctimas y, por último, diálogo entre representantes políticos y agentes sociales para solucionar las causas del conflicto.
Desde entonces hemos sido testigos del progresivo desarme de la organización hasta su disolución y en lo que refiere a la reparación de las víctimas y la convivencia se han implementado nuevas políticas y dinámicas por parte del Gobierno Vasco y de diversos colectivos sociales que durante todo el proceso han contado con el apoyo de casi todos los partidos políticos. Todo ello ha tenido resultados significativos en el ámbito de la reconciliación. Pero prácticamente todo se ha hecho de forma unilateral, por instituciones, agentes y colectivos de Euskal Herria, exceptuando el tema de los presos y presas políticas, donde el Gobierno del PSOE ha dado tímidos pasos en lo que respecta a la dispersión.
Es cierto que la propia Declaración de Aiete de 2011, el cese definitivo de acciones armadas y el progresivo desarme de la organización monitorizado por el Comité Internacional de Verificación dificultaron y aún dificultan el discurso que ciertos aparatos y partidos del Estado quieren enmarcar como “memoria histórica” consistente en negar la existencia de un conflicto político. Pero el primer paso para que no se repita el dolor y la violencia de las últimas décadas es aceptar las causas de dicho dolor y de dicha violencia. No tenemos que amar necesariamente nuestro pasado, pero es necesario entenderlo. Porque el pasado no es simplemente memoria, es la ejecución de la memoria desde el presente. Y queremos una ejecución generosa y seria. El pasado no es simplemente recuerdo, el pasado es carne, sangre y hueso, y el presente es la epidermis que todo lo envuelve. Todo lo suda. Todo lo supura.
Si no queremos que ese pasado se repita habrá que desnudarlo, abrirlo en canal, exponerlo y analizarlo con mucha empatía. Con una ética política honesta y sabia, sabia por vieja, porque no son una ni dos ni tres generaciones las que hemos crecido con bombas en el ala izquierda y padres torturados en el ala derecha. Con dinamita indiscriminada e incomunicación continuada. Eso ha hecho que al menos cuatro generaciones hayamos sido socializadas en la desconfianza política y la sospecha continua. La sospecha sistemática respecto a todo lo que provenga del Estado es sana, también en democracia, pero dice más de España que nuestros documentos de identidad nacional. Dice más sobre el dolor sufrido e infringido en este pueblo que sobre un proyecto común y democrático.
“Queremos trasladarles que sentimos su dolor y afirmamos que nunca debería haberse producido… Deberíamos haber llegado antes”, decía ayer Otegi, pero ya hemos dicho que el ser humano no se caracteriza por la clarividencia, como deja muy claro el Supremo deep State de Derecho, con la tentativa de encarcelar de nuevo, ilegalmente según el Tribunal Europeo, a los encausados del caso Bateragune, entre los que están Otegi y Rodríguez. Las leyes están para solucionar conflictos, no para crearlos y repetirlos incansablemente.
“Desgraciadamente, el pasado no tiene remedio. Nada de lo que digamos puede deshacer el daño causado”, continuaba. Efectivamente, el dolor sufrido no te lo quita nadie. Pero el dolor compartido es menos doloroso, porque compartir es empatizar y hemos dicho que empatizar es el primer paso de toda ética emancipadora. Esto es importante porque lo único que nos asegurará la no repetición de lo ocurrido es una ética-política amarrada al bienestar material, cultural y político de la sociedad. Porque hay una causa muy terca en el origen de todo conflicto político: el malestar social.
Necesitamos una ética-política que pueda crear un espacio donde desplegar memorias históricas variadas, conflictivas y participantes en igualdad de condiciones y capacidades; porque si no, el malestar social resurgirá, una y otra vez, desde el pasado, porque el pasado, hemos dicho, es carne, hueso y sangre, es dolor y está vivo, por eso, si no se comparte, entiende y cuida entre todas, nos volverá a explotar a todas.
Porque no hay nada más imprevisible que el pasado.
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