Opinión
Los negacionistas de la inmersión lingüística
Por Joan Mena
Hay dos temas de confrontación política que, irresponsablemente, utiliza la derecha de manera cíclica: la lengua y la educación. Politizar la educación e instrumentalizar las lenguas es uno de los principales errores que están cometiendo las tres derechas desde que su disputa por la hegemonía del espacio de la derecha dio el pistoletazo de salida. La conjunción de estos dos temas se ejemplifica, magníficamente, en el modelo de inmersión lingüística en Catalunya. Un arma de disputa política que, en realidad, esconde tres negaciones que hace la derecha. La negación del propio modelo de inmersión lingüística catalán, la negación de la España plurinacional y plurilingüe y la negación de las mayorías políticas que hoy gobiernan el estado.
Respecto a la primera de estas negaciones, es sorprendente que las derechas ataquen un modelo educativo que ha demostrado su efectividad en los tres elementos que pedagógicamente más nos deberían interesan. El modelo catalán garantiza la doble competencia lingüística del alumnado en un país bilingüe como es Catalunya; siempre pongo mi experiencia personal como ejemplo.
Soy hijo de una familia andaluza que llegó a Catalunya en los años sesenta y si hoy puedo elegir libremente si me expreso en castellano o lo hago en catalán es gracias al modelo de inmersión lingüística que me ha permitido ser bilingüe. Eso me pasa a mí y le pasa al millón y medio de alumnos que hay escolarizado en el sistema educativo catalán. Todos los indicadores objetivos de competencias lingüísticas dejan claro que la comprensión en lengua castellana es equiparable a la comprensión en lengua catalana en Catalunya y, además, la nota del alumnado catalán en la asignatura de lengua y literatura castellana está por encima de la media estatal en España.
Así pues, la mentira de que los castellanoparlantes salimos perdiendo en el modelo educativo catalán es una falacia, cuando no una prevaricación porque saben que mienten. A quien más beneficia el modelo de inmersión lingüística es a las familias de las clases populares que tienen menos recursos, a las familias castellanoparlantes como la mía que los convierte en personas bilingües y, especialmente, a la convivencia en un país plural, diverso y mestizo como es cada día más Catalunya. Este modelo se ha convertido en la mayor herramienta de cohesión social y de igualdad de oportunidades que ha tenido nunca Catalunya. Solo hay que recordar cómo, en los inicios del modelo de inmersión lingüística, quienes lo defendían eran las familias que venían de fuera de Catalunya y querían que sus hijos pudiesen hablar catalán y, en cambio, la burguesía catalana más elitista apostaba por un modelo de segregación lingüística que quedó descartado, afortunadamente, en la primera ley de normalización lingüística que hizo el Parlament de Catalunya después de recuperar la democracia. Es, en definitiva, como todas las victorias que han generado los grandes consensos transversales del catalanismo, una victoria más de la clase trabajadora.
Los que niegan este modelo, también niegan la realidad plurinacional y plurilingüe de España, una de las sociedades culturalmente más diversas de toda Europa. Negar los derechos lingüísticos de catalanes, vascos, gallegos o asturianos es negar los derechos fundamentales a veinte millones de ciudadanos que, además del castellano, hablan estas lenguas que también son oficiales. La Constitución no determina, en ninguno de sus artículos, cuál ha de ser la lengua vehicular del sistema educativo. En cambio, sí que define claramente en su artículo 3 la realidad lingüística de este país y especifica las lenguas oficiales que debemos promocionar y proteger. A esos negacionistas de la España plurinacional les molesta, en realidad, todo lo diferente. Mienten constantemente afirmando que en Catalunya se da una persecución a la lengua castellana cuando hemos visto que el principal episodio de persecución de la lengua española se ha dado recientemente en Madrid cuando las tres derechas han sumado su veto para impedir que una de las grandes referentes de la lengua castellana y quien más ha colaborado en los últimos años en la promoción de nuestro idioma en el mundo, como ha sido Almudena Grandes, fuese declarada hija predilecta de Madrid pocos días después de su muerte. Eso sí que es perseguir a la lengua y la literatura española.
Pero detrás de este embate político hay también una motivación electoralista y de negación de la mayoría progresista y plurinacional que hoy gobierna España. En el debate hemos escuchado barbaridades como la comparación con la Alemania nazi, el apartheid o los asesinatos de ETA; algo que haría enrojecer de ira a todos los demócratas de Europa. Ya no sorprende nada de quienes han sido capaces de utilizar a una criatura de cinco años para enfangar un debate pedagógico. Las derechas no han aceptado aún el resultado de las últimas elecciones generales que nos ha traído el primero gobierno de coalición después de la Segunda República que se apoya en una alianza plurinacional con espacios progresistas como ERC, Bildu, Compromís o PNV.
La máxima expresión de esta negación se da, hablando de inmersión lingüística, en el resultado de la aprobación de la última ley de educación. Una ley orgánica aprobada con las mayorías requeridas, 177 diputados, que blinda el modelo catalán en su disposición adicional 38, pero que las derechas no reconocen. No reconocer la legitimidad de una ley orgánica no es solamente un problema educativo o de negación de la inmersión lingüística, es fundamentalmente un problema de concepción de la democracia. De negación del propio funcionamiento de la democracia. La derecha extrema del PP de Casado, la extrema derecha de los defraudadores de Espinosa de los Monteros y la derechita de edición de bolsillo de la montapollos Arrimadas saben que, si esa mayoría sigue en pie, ellos no van a poder gobernar este país en mucho tiempo. De ahí viene su ira.
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