Opinión
El Mercado Eléctrico Europeo, una mentira y un error: el error (II)
Por Luis Ángel Hierro
Catedrático de Economía Pública de la Universidad de Sevilla
En 2007 la Comisión Europea hizo público su plan definitivo para el sistema eléctrico con un Comunicado de título “Una política energética para Europa”. Dicho documento era un alegato en defensa de un modelo liberal de mercado, en el que se afirmaba sin ningún género de duda, en su apartado 3.1, que “un mercado competitivo disminuirá los costes a los ciudadanos y las empresas, a la vez que estimulará la eficiencia energética y la inversión”.
La realidad es que la Comisión, consciente de que entregaba el control a las empresas privadas, preveía la posibilidad de que el sistema generase incrementos de precios y por eso se curaba en salud y promovía “facilitar la instauración de programas que ayuden a los ciudadanos más vulnerables de la UE en caso de aumento de los precios de la energía”. Obviamente, eso fue lo que ocurrió y en España se creó un sistema de precios para pequeños consumidores que recibe el nombre de Precios Voluntarios para el Pequeño Consumidor (PVPC) y que normalmente se conoce como “mercado regulado” (Real Decreto 216/2014). El nombre de mercado regulado da a entender que es el gobierno el que pone el precio, pero nada más lejos de la realidad, ya que el precio de la energía se fija a partir de los precios que ofertan las productoras. Explicar el sistema a no economistas es complejo, pero lo intentaremos. Incluyo dos figuras para explicarlo.
Comencemos por la figura 1. La línea vertical es el consumo en un momento determinado y la línea en forma de escalera representa, ordenando los sistemas de menor a mayor coste, los costes marginales de generación según la denominación de la UE, aunque en realidad son los precios de oferta de las eléctricas. Donde se cruzan las dos líneas es donde se fija el precio, a partir de la condición que establece el sistema de que “precio=coste marginal”. Según los liberales, dado que es la condición de eficiencia del mercado en competencia perfecta la que se debe aplicar y precisamente es ahí donde se encuentra el gran error del sistema, que: “No es cierto que para el suministro eléctrico la condición de precio=coste marginal sea la condición de eficiencia”.
En efecto, siguiendo con nuestro ejemplo, ese precio se fijaría en 100 euros megavatio/hora, para una cantidad consumida en el momento de 25.000 megavatios/hora, de forma que el área que queda por debajo de la escalera (la rayada en azul) es el coste total de producir esos megavatios y la rayada en rojo el beneficio de las eléctricas.
Imaginemos que las eléctricas suben el precio al que ofrecen la electricidad de ciclo combinado, situación que aparece en la gráfica 2, entonces se agranda el tercer escalón y eso hace que suba el precio, que ahora pasa a ser de 150 euros megavatio/hora. Los costes totales de producción aumentan (área añadida de rayas azules) pero muchísimo más aumentan los beneficios (área rayada en verde).
¿Qué es lo que ha pasado? Que, por cada euro que aumenta el precio del megavatio de ciclo combinado, el criterio precio=coste marginal hace que aumente un euro el beneficio del resto de kilovatios producidos. Es así como las eléctricas consiguen los llamados beneficios caídos del cielo, un dinero que ganan sin hacer nada, simplemente por subir el precio del ciclo combinado.
Hay tres razones fundamentales para que suba el precio de la electricidad de ciclo combinado: que suba el precio del gas (por cierto, las eléctricas también participan en el mercado del gas), que suba el precio de los derechos de emisiones contaminantes, o simplemente que las eléctricas decidan subirlo para ganar más. Da igual la razón, lo que está claro es que el resto de electricidad producida consigue los beneficios caídos del cielo.
¿Y puede ser esa situación eficiente como dicen los liberales? Por supuesto que no lo es, mantener el criterio precio=coste marginal cuando no existe mercado eléctrico es un error. En efecto, al ser la producción eléctrica un problema de optimización, como expliqué en mi anterior artículo, el objetivo es producir una cantidad determinada de electricidad en cada momento al mínimo coste posible y a continuación trasladar ese coste al consumidor, que al ser un producto homogéneo debería tener un precio=coste medio. Con ese criterio, que es el eficiente, los consumidores solo pagarían las áreas de color azul de las figuras y los precios de la electricidad consumida podrían bajar en torno a un 80 o 90%, un grandísimo ahorro. Aunque no bajaría en ese porcentaje la factura total porque se mantendría la cuota de potencia contratada, que paga los costes fijos, y los componentes del precio referidos a coste de transporte.
A pesar del evidente error, el criterio precio=coste marginal sigue imperando en la UE. Una parte de los gobiernos de la UE, los más ricos y más influidos por la falacia liberal y por la presión de sus eléctricas, tienen intención de perseverar en el error y están dispuestos incluso a pagar con impuestos una parte de los beneficios caídos del cielo para así bajar los precios y que el sistema se mantenga. En realidad, la postura de esos países carece de fundamento económico y es ideología en estado puro, pero da igual, como expresivamente reconoció el liberal presidente de los empresarios españoles “está en su ADN”.
Por cierto, están tan cegados por la ideología que no conocen ni su propio sistema. De habérselo estudiado sabrían que es mucho menos costoso bajar el precio de la electricidad subvencionando con impuestos el precio de los derechos de emisión del gas que subvencionando el consumo de electricidad de las familias.
Lo peor de este sistema es que encareciendo la electricidad producen un efecto redistributivo perverso en el que las familias en general, y las más humildes en particular, entregan una parte de sus ingresos a los dueños de las eléctricas en forma sobreprecios de la electricidad. Es decir, el trabajo transfiere renta al capital y eso al liberalismo y a los ricos les gusta, aunque sea una perversión ineficiente en términos económicos.
No obstante, ese figurado mercado eléctrico europeo tiene un talón de Aquiles macroeconómico: su carácter inflacionario. Me explico. Si bien la puesta en marcha y consolidación del sistema ha coincidido con sucesivas crisis depresivas de demanda deflacionarias (la crisis financiera internacional, la crisis del euro y la crisis por la pandemia) en las que las subidas de precios de la electricidad han sido absorbidas por la tendencia general deflacionista, los problemas de suministro derivados de la reactivación económica pospandemia y sobre todo el shock de precios del gas por la Guerra de Ucrania han dejado a la vista las perversas consecuencias económicas del sistema.
Al aplicarse el criterio precio=coste marginal, todo incremento del precio del gas se traslada a la electricidad y, a renglón seguido, ese incremento del precio de la electricidad se traslada a los costes de las empresas, que reaccionan subiendo los precios y en consecuencia subiendo más la inflación. Esta subida de la inflación a su vez provoca subida de intereses y salarios que vuelven a generar más inflación. Es decir, el maravilloso mercado eléctrico liberal europeo es un mecanismo generador de espirales inflacionistas, lo que además de ser un gran problema económico que pone a los políticos en su contra, espanta a los capitalistas, que ven sus capitales erosionados por la inflación. Como diría un marxista, el sistema lleva dentro el germen de su autodestrucción.
Ese efecto inflacionario es por tanto la espada de Damocles que pende sobre el sistema y lo que lo hace sumamente débil. Y es esa espada es la que debe blandir el presidente Pedro Sánchez en la cruzada que ha emprendido y la que los economistas honestos debemos difundir para evitar que la ideología manipule nuestra ciencia. Más aún si perjudica a Europa cuando más la necesitamos para defendernos de los nacionalismos.
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