Opinión
Los horrores de Ayuso y Cifuentes se cruzan en una calle de Madrid
Por Jose Carmona
Redactor de Sanidad y Educación en 'Público'
Duró apenas unos minutos y evocaba la escena de la película El mundo es nuestro en la que confluyen a la misma hora un dispositivo policial y un paso de Semana Santa. El punto cómico, inevitablemente, se desvanecía al contacto con la realidad. No tardaron en sobrevolar la escena los muertos durante la pandemia, los hospitales colapsados y la espera de varios meses que te comes si te derivan al especialista. Así que no, no hizo ninguna gracia.
Eran las 12.06 de la mañana y en la calle Fuencarral convergían los rotos de varios gobiernos del Partido Popular; por el asfalto desfilaba una columna de médicos indignados con el desgobierno de Isabel Díaz Ayuso y en el número 81, frente al Tribunal de Cuentas, asociaciones de barrio gastaban sus ahorros personales en investigar dónde fue a parar el dinero de todos mediante los contratos a dedo del Gobierno de Cristina Cifuentes entre 2017 y 2018.
Tal vez sea un exceso de poética y esté retorciendo la metáfora, pero creo con honestidad que durante un ratito la vía pública fue un pequeño croquis del desaguisado que ha generado el PP en la sanidad pública madrileña. Que no es que no haya médicos disponibles, es que no quieren trabajar en Madrid. Que no es que no haya dinero para la sanidad pública, es que tienen otras prioridades. No cabe más indignación en la capital, no queda nadie con un mínimo de implicación social sin haberse levantado contra las políticas del Partido Popular. Hasta la Policía Nacional se sorprendió al ver que colapsaban las protestas. Que era un miércoles laboral como otro cualquiera y la calle estaba llena de pancartas, cánticos y ciudadanos contra Ayuso y las políticas del PP.
Eso que en los años más crudos de la crisis fue renombrado como “capitalismo de amiguetes” quedó representado de forma descarada en el centro de Madrid. La guinda hubiera sido que el encuentro se hubiera dado en algún municipio del extrarradio expoliado o en uno de los centenares de barrios pervertidos en ciudades dormitorio con centro comercial. A un lado de la calle estaba el turbocapitalismo de Ayuso, que tiene a los médicos en huelga desde hace un mes —ahora aplazada para estudiar un posible acuerdo— y que les llevó a encerrase en la Consejería de Sanidad como recurso desesperado para lograr una negociación digna. Al otro, los amiguetes de Cifuentes y una pregunta valorada en varios millones de euros: ¿Por qué la Consejería de Sanidad se molestaba en hacer 12.000 contratos con una misma empresa en lugar de hacer uno solo que unificara todas las compras? Porque los contratos pequeños no pasan el filtro de los concursos públicos, donde los conflictos de intereses salen a la luz.
No solo se dieron cita en esa calle algunas de las desvergüenzas que sufre Madrid. Todas, me temo, no cabrían en esa vía. Estrecha y con cierto encanto, donde confluyen bares carísimos, salas de conciertos y librerías hípsters, la calle Fuencarral no podría abarcar el legado completo de Cristina Cifuentes. Ni siquiera podría con las batallas abiertas contra Isabel Díaz Ayuso, que solo con los sanitarios tendría para desbordar varias alamedas. Por mirar el lado bonito –o el correcto- al llevar hasta allí lo peor de cada gobierno, también se dieron cita el futuro de Madrid y las ganas de cortar de raíz todos sus males.
Los descosidos, la precariedad que alimentó una vez Cifuentes y ahora engorda Ayuso, regurgita en forma de rebeldía y protesta. Desde hace dos meses los médicos se movilizan contra el Gobierno de la Comunidad de Madrid. Un colectivo históricamente conservador decidió dar un paso al frente y tal vez sea una pequeña mecha que tenga un punto y final en mayo, cuando las urnas vuelvan a escena a poner el punto final de los finales a tres décadas de desamparo. “Se tiene que notar a la hora de votar”, gritaba casi medio millón de personas durante la desbordante manifestación de hace un mes contra los recortes en sanidad. Hace tiempo que la Asamblea de Madrid no inspira optimismo ni esperanza. Tal vez ese desánimo sirva de punta de lanza. Si hemos tocado fondo, que sirva para coger impulso en busca de oxígeno para sobrevivir.
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