Opinión
PP y Junts, el ruido y el diablo
Directora corporativa y de Relaciones institucionales.
Parece mentira que haya que repetirlo, porque nos hemos cansado de decirlo en estas páginas y seguiremos haciéndolo cuanto haga falta: la mayoría que sostiene al Gobierno de coalición no es una “mayoría progresista” en el sentido a la izquierda del término, como se sigue sosteniendo aún por la parte socialista del Ejecutivo. En realidad, se trata de una mayoría progresista y/o plurinacional, donde confluyen dos intereses principales que frenan a lo que está enfrente, derecha y ultraderecha, PP y Vox, cada vez más radicalizadas. Esos dos intereses para apoyar la Presidencia de Sánchez son, está parte sí, un grupo de izquierda más o menos contundente (PSOE, Sumar, ERC, Bildu, Podemos y BNG) y un grupo de nacionalistas e independentistas imposibles de coser a una coalición de Gobierno con Vox, empezando por que quiere ilegalizarlos (ERC, Junts, PNV, BNG y Coalición Canarias)
Sin duda, de todo este grupo heterogéneo al que sólo une su incompatibilidad con la otra parte, ni Junts ni el PNV pueden tragarse medidas de justicia social tan explícitas (y necesarias) como gravar excepcionalmente a las energéticas en proporción a sus beneficios milmillonarios. Por ahí no pasa ni siquiera el PNV que, recordemos, cogobierna con los socialistas en Euskadi; por eso mismo, resulta poco creíble que, aparte de su entrega absoluta a Repsol, los jeltzales pudieran poner el riesgo al Gobierno aliándose con Feijóo y Abascal en una moción de censura. De Junts, aunque es menos previsible, en este momento y pese a sus provocaciones constantes con sus minialianzas puntuales con el PP, parece altamente improbable -y así lo reconocen ellos por activa y por pasiva- que respaldaran en algún momento la opción de dejar caer al Gobierno de Sánchez para echarse en los brazos de quien llevó a la cárcel, a juicio o al exilio a la plana mayor del independentismo catalán, incluido el líder de Junts, Carles Puigdemont, que sigue fuera de España y con la amnistía bloqueada incomprensiblemente por el Supremo y esa malversación con lucro personal que se ha sacado de una chistera muy política.
Gobernar así, cuando no sobra ni un voto y con intereses tan contrapuestos sumados al partidismo y su afán protagonista (“Esto se ha conseguido gracias a mí y sólo a mí”, ¿les suena?), es una odisea diaria y extenuante para el Ejecutivo; con la paradoja, además, de que todos los socios entienden la situación del Gobierno y lo reconocen en privado, pero dicen no poder bajar la cabeza en ningún caso, al revés.
No hay prácticamente puntos de encuentro en el terreno económico, fiscal, en el laboral… con la derecha de PNV y, aun menos, de Junts. Sí los ha habido y los hay, en cambio, en algunos temas sociales y avance de derechos como la eutanasia, el aborto, la memoria democrática o la lucha contra la violencia machista; con matices, sí, en función del partido, pero eso mismo ocurre entre las izquierdas.
La sensación es de que la derecha puede más, ¿pero cómo no va a poder si todos esos gobernantes económicos no electos a los que representa mandan más, mucho más, que los propios partidos? El PP lo sabe; hasta Vox estaría dispuestos a aceptar los votos de Junts en una moción de censura para tumbar “al peor Gobierno en 80 años”, y ambos lo explotarán hasta la saciedad porque intuyen que Sánchez aguarantará la legislatura aún sin avanzar en legislación económica, incluidos los Presupuestos de 2025. La clave es desgaste, desgaste, desgaste para ganar las siguientes elecciones con margen de sobra con PP y Vox. Y entre un aparato judicial echado al monte con su lawfare de manual para tumbar a quienes le han lanzado un desafío por Catalunya y las tácticas partidistas de Feijóo vendiendo el alma del PP al diablo (Puigdemont), el ruido ahoga y la antipolítica revienta la democracia. Pobres de nosotras.
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