Opinión
¿Mi lugar en qué mundo?

Por Greta Frankenfeld
Responsable de programas- Calala Fondo de Mujeres
A veces no basta con mirar alrededor para ver cómo está todo. Cada persona tiene un entorno diferente y el resultado puede ser dispar de un barrio a otro, de una calle a otra e incluso entre familias vecinas.
Más allá de lo que muestren los propios ojos, ahora mismo el mundo no es un lugar muy vivible, y las predicciones nos hablan de crisis climáticas, económicas y sociales cada vez más graves.
Incluso en los países con mayores ingresos hay preocupaciones y necesidades insatisfechas en torno a la vivienda, la salud, la educación, la seguridad, la justicia o la participación social. Este mundo que hemos construido es profundamente desigual e injusto, dejando en el peor lugar a quienes tienen menos responsabilidades históricas y menos poder para cambiar las cosas.
No hay categorías sencillas. Las personas se entrecruzan en este panorama de realidades sociales e individuales que dan resultados muy diversos. No es lo mismo vivir en un país u otro, o tener un aspecto u otro. Podemos fijarnos en algunos grupos que siempre tienden a recibir la peor parte.
Por ejemplo –y porque tiene mucho sentido–, hablemos del 13 por ciento de las mujeres que viven en España, algo más de 3 millones de personas que llegaron al territorio español por las razones más diversas desde África, Mesoamérica, América del Sur y parte de Asia; regiones que aún enfrentan las consecuencias del colonialismo europeo.
A diario muchas mujeres y diversidades de género migrantes viven situaciones de discriminación y racismo, así como otras violaciones de sus derechos humanos: frases y gestos cargados de ignorancia, trabajos en condiciones de esclavitud, falta de acceso a la vivienda o la salud. Además, las mujeres migrantes tienen cuatro veces más probabilidades de vivir violencia de género que las españolas, entre otras formas de violencia física. Sus pasaportes, su aspecto físico, su forma de hablar y vestirse y sus identidades diversas de género, son condicionantes para su acceso a una vida digna.
Por eso tiene sentido hablar de ellas: porque es justo que tengan derecho a vivir vidas propicias y satisfactorias como cualquier otra persona. Hablo de ellas también porque son parte necesaria de la respuesta a la pregunta de qué podemos hacer para mejorar la situación del mundo.
Aún en esas condiciones hostiles muchas migrantes crean comunidad, son resilientes y se organizan para alzar sus voces y compartir su conocimiento, agencia y solidaridad. Así van consiguiendo avances en la construcción de ese mundo justo y sostenible que necesitamos. Por ejemplo, consiguieron que el Parlamento esté tratando una ley sobre la regularización de la situación administrativa de las personas migrantes. También han logrado posicionar el debate sobre los derechos al cuidado y a ser cuidadas en la sociedad; y visibilizar la importancia de la soberanía alimentaria y los derechos de las mujeres en el sector agrario. Hay más ejemplos en el informe “Yo soy porque las otras están”.
Retomando lo de la mirada propia, si bien yo misma nací en América del Sur y comparto algunas experiencias con otras mujeres migradas, no cumplo ciertas circunstancias. Por eso elijo usar la tercera persona, transitando la identidad y la responsabilidad.
Busco fortalecer lo comunitario, comprendiendo la historia y la forma en la que se ordena el mundo para entender qué lugar ocupo en él. Así he ido aprendiendo –entre otras cosas– la importancia de poder acompañar sus iniciativas. El programa Justicia Migrante, en el que trabajo en Calala Fondo de Mujeres, busca justamente ofrecer recursos económicos, espacios de generación e intercambio de conocimientos, así como oportunidades de encuentro, coordinación y alianzas entre estos grupos, en un proceso en el que ellas son las protagonistas.
Como humanidad, nos estamos perdiendo las experiencias y conocimientos de algo más de 3 millones de personas. No hablo de aprovecharnos de ese caudal de sabidurías; más bien creo que debemos reconocerlo, escucharlo, honrarlo, y permitir que tenga un lugar predominante en la búsqueda de caminos y estrategias para que todas podamos decidir la vida que queremos vivir.
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