Opinión
Juan Carlos, Rey Mago
Por David Torres
Escritor
-Actualizado a
No es casualidad que el cumpleaños de Juan Carlos I coincida con la víspera de Reyes Magos: Hay un movimiento de flujo y reflujo por el cual los jeques árabes iban y venían de yate en yate para agasajar a nuestro excelso monarca rememorando aquellos lejanos tiempos en que el conde don Julián abrió las puertas de la península ibérica a los invasores musulmanes. Vaya lo uno por lo otro. Es parte del devenir histórico de una nación que ha estado siempre entre Austrias y Borbones o, como quien dice, entre Pinto y Valdemoro.
Melchor, Gaspar y Baltasar venían de Oriente guiados por una estrella mientras que Juan Carlos va hacia cualquier restaurante de lujo guiado también por una, dos o tres estrellas Michelin. A diferencia de los Reyes Magos, que traían consigo un montón de regalos –oro, incienso y mirra, según la tradición–, el emérito los recibe a manos llenas, ya sea de admiradores autóctonos o de empresarios agradecidos por sus intervenciones filantrópicas. Hablamos de un hombre cuyo buque insignia, en todo el mar conocido, llevaba el inequívoco nombre de Bribón. Nadie ha volteado mejor aquella frase inmortal de John Fitzgerald Kennedy: "No preguntes lo que tu país puede hacer por ti, pregunta lo que puede hacer por mí".
Visto el pollo que se montó el año pasado con la celebración del 86 cumpleaños del emérito, algunos ingenuos esperaban que este año el rey se cortara un pelo
Visto el pollo que se montó el año pasado con la celebración del 86 cumpleaños del emérito, algunos ingenuos esperaban que este año el rey se cortara un pelo. Fue un fiestorro hiperbólico con una tarta de tres pisos, jamón ibérico prohibido por el islam, vino a manta y 80 invitados, entre los que se contaban infantas y nietos, Carlos Herrera, recién llegado de su exilio en Somalia, y una actuación estelar de Los Del Río para darle alegría a tu cuerpo, Macarena, darle alegría y cosas buenas. Desde Zarzuela le pidieron a Juan Carlos que se moderase un poco y no diera la nota otra vez, pero si eres rey emérito, estás exiliado en un palacete de un kilómetro cuadrado en Abu Dabi y tienes una fortuna repartida en cuentas en el extranjero, moderación es lo último que te pide el cuerpo, Macarena. Aaaaaay.
Estos días, además, ha circulado un audio donde se oye a Juan Carlos decir que no permite que hablen mal de Franco en su presencia, que para algo fue el tipo que le buscó trabajo vitalicio. Hay quien ha calificado esa declaración de "polémica", aunque la polémica sería justamente lo contrario: Oír al borbón hablar mal del carnicero que le dio vía libre para okupar el trono y convertir el país otra vez en una monarquía bananera. Claro que lo verdaderamente extraño sería que alguien hablara mal de Franco en su presencia, teniendo en cuenta la clase de gente con la que se rodea.
El regalo más gordo que ha recibido Juan Carlos por su cumpleaños es una nueva mansión valorada en más de 11 millones de euros y donada por el propietario del Manchester United, Mansour bin Zayed Al Nahaya. Como se ve, el problema de la vivienda en España no le afecta particularmente: tal vez deberíamos todos trasladarnos a Abu Dabi, a ver si tenemos tanta suerte. En estas condiciones, difícilmente iba el rey Juan Carlos a limitar su fiesta de cumpleaños a una fuente de langostinos y una bandeja de pasteles mientras en una radiocasete suena el emotivo mariachi de José Alfredo Jiménez:
Con dinero y sin dinero
hago siempre lo que quiero
y mi palabra es la ley.
No tengo trono ni reina
ni nadie que me comprenda,
pero sigo siendo el rey.
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