El imperio y la sal

Con este sencillo acto sacudo los cimientos del imperio británico" - Gandhi

“Los europeos tienen que comprar nuestros productos” bramó, como solo brama quien da órdenes, Donald Trump, dejando clara su hostilidad hacia Europa. Y es en ese “tienen que comprar nuestros productos” donde me resuena la orden imperial.

Empieza a haber cierto consenso en denominar “nueva época” a la era Trump y lo comparto, no tanto porque sus andanadas fascistoides sean nuevas, sino por las emite alguien con un altavoz planetario, con eco global, atronador: así que sí, abre una nueva época.

En los intentos por definir sus rasgos encuentro a menudo dos comparaciones históricas de las que, quizá, podamos que extraer lecciones, así que ahí van: un paralelismo, de puro obvio, es con los años 30 del siglo pasado, aquellos en los que se forjaron los fascismos europeos (incluido el patrio) con un ideario que, a poco que se rasca, reverbera en la nueva extrema-derecha: deportaciones, odio a la izquierda, delirios de grandeza, supremacismo blanco…

El otro, más interesante pero menos obvio, es la comparación de esta nueva época con la de los Imperios europeos de los siglos XVIII y XIX; unos imperios cuyas élites, como bien nos recuerda la teoría decolonial, acumularon capital de forma draconiana y colosal sobre la base de la imposición violenta de sus monopolios. Y es ahí donde quisiera detenerme.

Un encaje de ambas analogías, los años 30 y la era de los Imperios, lo encontraríamos en la Escuela de Frankfurt cuando alertaba que la génesis del fascismo estaba en la tendencia a la concentración de capital. La teoría es más seria, pero podríamos formularlo como a más concentración de capital, más autoritario éste se vuelve.

Momento es, pues, de recordar que las Big Tech que dominan occidente no son solo las empresas privadas más grandes del mundo, sino que acumulan capital y poder de forma inusitada incluso en la historia del capitalismo. Están entre las empresas privadas más grandes de la historia, incluidas aquellas Compañías de las Indias Orientales, cuya brutal historia ha sido tan deliberadamente oculta que según el historiador John R. Seeley: “Parecía que el Imperio británico había conquistado la mitad del mundo por despiste”.

La sal

No fue despiste sino expolio. Ejemplo despiadado de ello fue la sal en la India. En un país caluroso en el que la sal es esencial para conservar los alimentos, los indios tenían prohibido producirla o tomarla en estado natural; estaban obligados a comprar la sal los británicos bajo penas durísimas. Imagínense los beneficios incalculables de un monopolio tan cruel.

Gandhi sabía lo que hacía cuando inició la Marcha de la Sal, un puro gesto de desobediencia muy bien pensado que culmina, tras 300 kilómetros caminando, en las orillas del mar Arábigo, en cuyas playas tomó un puñado de sal y al apropiársela, sacudió los cimientos del Imperio británico.

Protectorado

Trump, el nuevo emperador, trata a Europa como a un protectorado no solo por dejar claro quién manda, sino porque es ahí donde nos han colocado esa “élite” europea que nos vendía el atlantismo y la subordinación a las empresas estadounidenses como el único lugar posible. Afortunadamente, el mundo es más grande, variado y rico que su estrecha y súbdita mirada.

Es decir, si Europa (y España) no quiere ser una colonia lo primero que debería hacer es dejar de comportarse como tal. Estamos en condiciones de desafiar eso, somos muchas, muchísimos los no queremos una Europa imperial al servicio del supremacismo blanco de unos pocos (muy pocos), sino una Europa y una España de derechos y ciudadanos libres e iguales.

Así lo gritaron en Berlín 150.000 personas el pasado 1 de febrero bajo el lema “somos el cortafuegos” a la extrema derecha y a los Musks. Me cuentan que más de 20.000 personas se han afiliado a Die Linke (La Izquierda) en los últimos meses y otros miles a los partidos verdes y socialdemócrata, en una repolitización frente a la barbarie que me da cierta esperanza. Son tiempos de antifascismo en Alemania.

Como deberían ser tiempos de desarme. Trump anuncia su intención de pactar la reducción la mitad de los arsenales nucleares y el gasto en la industria militar pero ya verán ustedes como en Europa habrá quien siga con la imposición del 5% del PIB para gastos en defensa. Son más papistas que el papa. No se fíen ustedes de la retórica anti-Trump de las élites europeas, todas ellas mimadamente criadas en el neoliberalismo más dogmático.

Aun no se han dado cuenta de que Trump ha dinamitado Occidente. Si los EEUU imponen aranceles y amenazas, los primero y más racional sería mirar al Este, empezando por entender que la batalla tecnológica nunca fue una guerra de occidente contra China, sino una guerra de las multinacionales tecnológicas estadounidenses por hacerse con la totalidad del mercado.

“Occidente” es ya una entelequia (a Trump le sobra hasta el G-20) así que tocaría, si no por convencimiento por pura supervivencia económica, apostar por la multilateralidad, por mirar al resto del mundo desde una política del respeto y la reciprocidad.

Un mundo en el que quepan muchos mundos, que dirían los zapatistas, sigue siendo una idea por la que vale la pena luchar. No va a ser fácil, nos va a costar (dado los signos de esta “nueva época”) pero somos muchas, millones y, además, en todo el planeta, los que podemos alimentar el cortafuegos (que diría un berlinés) o ser una de esas manos que recogen en la playa un puñado de sal.