Opinión
Había una vez un ogro que levantó una cruz de 150 metros


Periodista y escritora
-Actualizado a
Había una vez un ogro muy malo, muy malo, muy malo que quiso construirse un monumento muy alto que se viera desde todas partes, para que quedara clara su capacidad de hacer daño. Por eso, lo puso encima de un monte, sobre el valle, porque los ogros tienen problemitas de autoestima y necesitan cosas grandes. Cuánto más nuestro ogro, que era pequeño y redondo y triste como una albóndiga. Además, tenía la voz atiplada y le faltaba un huevo. O sea, que si acabaron admitiéndolo en la ogrería, tuvo que ser a fuerza de pura muerte sobre muerte, tortura sobre tortura.
Como el ogro había matado a mucha, muchísima gente, y lo había hecho en nombre de su dios, que se llamaba Dios, dedicó su monumento, entre otras cosas, a Dios. ¿A quién si no? De ahí que le pusiera encima una cruz inversamente proporcional a su autoestima y parecida a su crueldad, aunque no tan grande. También puede que fuera por lo del huevo, cosa que los ogros llevan francamente mal.
Total, que el ogro albóndiga reclutó a un montón de hombres a los que había hecho prisioneros y los puso a trabajar para levantar su propio monumento. Los iba a buscar por las cárceles. Uno de ellos, procedente del penal de Ocaña, dejó dicho que los habían llevado a “construir una tumba faraónica”, lo cual está bien visto, porque todo ogro pequeño, criminal y acomplejado necesita su gran falo simbólico, y bien vale una cruz de 150 metros de altura. Una vez levantado el adefesio, lo llenaron de muertos y lo llamaron monumento, abadía, basílica y cosas así muy propias de quien tiene un dios llamado Dios, pero lo cierto es que aquello se convirtió en una enorme y pestilente fosa común.
Y pasó el tiempo. El ogro albóndiga murió después de que la población fuera puntualmente informada de sus “heces en forma de melena” y su imposibilidad para “literalmente la evacuación de heces y gases”. Así que también podríamos aventurar que reventó, cosa que no haremos por carecer de datos contrastados sobre tal extremo. Lo dicho, que pasaron los años y parecía que toda su inmundicia había acabado para la población, pero pronto se dieron cuenta de que el ogro albóndiga había dejado el territorio (además de sembrado de cadáveres) sembrado de orcos, que es lo mismo que los ogros, pero multiplicados y después de pasar por una Ley de Amnistía.
Esos orcos reinaron, presidieron, montaron partidos políticos, encabezaron grandes empresas engordadas con dinero público, tomaron la voz en los medios, robaron bebés y ese tipo de cosas. Es lo que tienen las leyes de Amnistía, que se te quedan los criminales sin juzgar y ya sabemos cómo se reproduce esa gente. Y así llegamos hasta el día de hoy, nada menos que medio siglo después de las últimas heces del ogro, día en el que nos enteramos que un cómico llamado Quequé ha propuesto echar abajo la fosa común del falo alto y desde el lugar donde habitan los orcos lo van a llevar a juicio por eso. Porque ha ofendido… ¿a quién? Efectivamente, a quien usted está pensando.
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