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Filósofo, escritor y ensayista
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¿Quién ganó el debate del miércoles? ¿Y qué significa exactamente “ganar”?
Algunos dicen, por ejemplo, que ganó la televisión publica. En un sentido es cierto. RTVE se reivindicó como el espacio natural de un verdadero debate en el que los contendientes quieren hacerse oír y no impedir hablar a sus rivales; y en el que un verdadero periodista ejerce de límite silencioso y autorizado contra las tropelías dialécticas.
Una televisión es pública no por sus fuentes de financiación ni por el origen de su gestión sino por el respeto que inspira como foco de visibilidad ciudadana. Ahora bien, ¿le importa a alguien la televisión pública? Como sabemos, La 1 de TVE no es la cadena más vista por los españoles; apenas la tercera tras Antena 3 y Telecinco; y no es evidente que la mayor parte de su programación no sea más bien “privada”, en términos de producción y de modelo. Esto no es lo importante en este caso.
Se trata, sobre todo, de que la televisión pública ya había sido derrotada antes del debate. Recordemos, por ejemplo, el tuit de González Pons tras la entrevista de Silvia Intxaurrondo a Feijóo; un tuit en el que el candidato del PP trataba a RTVE como si fuera una fuerza política que está a punto de "perder las elecciones" y en el que se justificaba la ausencia del líder popular en el debate con un desprecio demoledor: “Mejor no ir”, “yo ni la veo ni voy”.
La televisión pública ya había perdido el debate, como llevan perdiendo todos los debates la mayor parte de las instituciones públicas de nuestro país: la sanidad, la educación, la justicia. ¿Quién ganó el debate? Hay que confiar en que el desdén de Feijóo le cueste mañana algún voto, pero si se pudo permitir no acudir al plató de RTVE es porque esa nueva dentellada a la democracia se inscribía en un contexto muy trabajado de erosión institucional.
Feijóo, el Ausente, no ganó el lance, pero su Ausencia -señalada varias veces por Xabier Fortes- lo degradó a un acontecimiento menor y, si se me apura, ilegítimo. Si el líder del PP declinó la invitación no fue por "vergüenza", como insistió Sánchez, sino porque sabía que la compañía de Abascal le perjudicaba electoralmente: le obligaba bien a identificarse públicamente con él, bien a desmarcarse de su programa y mentir sobre futuras coaliciones; y ninguna de las dos alternativas, es obvio, le convenía. Pero hay más: es que Feijóo sabía que la mayor parte de los votantes del PP iban a estar tan ausentes del debate como él.
No sé si se han valorado lo suficiente los datos de audiencia. Se destaca el hecho de que el debate del miércoles tuvo un seguimiento muy alto, en torno a 4,1 millones de espectadores, pero nos olvidamos de compararlo con el de la convocatoria de Atresmedia del día 10 (el llamado “debate cara a cara”), que reunió ante la pantalla a 5.9 millones. Esto quiere decir que, además del Ausente, se ausentaron casi dos millones de españoles, deserción que admite diversas interpretaciones, pero que, si ofrece una vertiente muy inquietante, relativiza mucho, en cualquier caso, el “triunfo” de la televisión pública. En esta fuga de dos millones de espectadores convergen sin duda varios factores.
Dos son tan evidentes como banales: la devaluación mercantil de un espectáculo concebido en términos pugilísticos y el desinterés futbolístico de muchos votantes del PP hacia un encuentro amistoso en el que no jugaba su equipo. Pero la ausencia de esos dos millones de votantes de la derecha, como la de su propio líder, se puede considerar también un acto político; es decir, un consciente acto de boicot político a una institución pública. Esta Gran Deserción dice ya mucho sobre el deterioro radical de los espacios comunes de convivencia y visibilidad.
Atresmedia ganó por goleada a RTVE; Feijóo se situó fuera de la polis mediática y arrastró consigo a dos millones de partidarios radicalizados. (Por lo demás, resulta elocuente recordar que la final del mundial de Catar la vieron en España 9,1 millones, y que su número aumentó hasta los 12 millones durante los penaltis; y que 4,2 millones siguieron en algún momento la cobertura informativa del funeral de Isabel II: la política no es aún lo bastante “espectacular” como para medirse con el fútbol y los reyes).
Ahora bien, ¿quién ganó el debate? Si yo fuese de Vox votaría sin duda a Vox. Abascal estuvo perfecto, colosal. Si eres machista y homófobo, no crees en los DDHH, admiras a los ricos, estás dispuesto a dejar morir a los inmigrantes y te importa un carajo que España quede calcinada por el cambio climático, tu candidato es sin duda Abascal. No creo que sus votantes sean fascistas, pero Abascal lo es y no le avergüenza. Es honesto, transparente, franco. Es frío como un lagarto y cortés como una hiena. Algunos dirán que él mismo se puso en evidencia; lo malo es que es eso lo que le pedían sus seguidores. Esta cuestión de la vergüenza es decisiva. Se puede mentir sobre los hechos y se puede mentir sobre las intenciones.
En estas mismas páginas, Carlos Fernández Liria exponía el pasado martes, de manera brillante, los efectos políticos de la mentira sobre el espacio público: el poderoso que miente en público sobre los hechos —así lo formulaba yo cuando Bush invadió Irak— no miente para hacer creíble una mentira sino para hacer increíble la verdad. Feijóo miente sobre los hechos y miente también sobre sus intenciones. Abascal, en cambio, solo miente sobre los hechos. No tiene el menor pudor en declarar abiertamente sus intenciones, a sabiendas de que la "incorrección política" (que solo los políticos deben siempre respetar) no solo no es ya penalizada sino que activa la rebeldía de un sector no pequeño de la población. Cuando la clase política, o una parte de ella con ambiciones electorales, miente sobre los hechos y deja de mentir sobre las intenciones, puede decirse que la democracia está en un serio peligro. Si gana las elecciones y gobierna con Vox, Feijóo seguirá mintiendo sobre los hechos, pero dejará de mentir sobre sus intenciones (que apenas puede ocultar ya).
Ahora bien, ¿quién ganó el debate? Si uno apoya a Sumar, como es mi caso, hay que decir que Yolanda estuvo extraordinariamente bien, al menos en los dos primeros bloques. Luego Abascal la hizo dudar con esa violenta reacción al insistente apremio de la vicepresidenta para que pidiera disculpas por el bulo del asesinato de una mujer a manos de un inmigrante. Abascal, con el pecho abombado y el timbre pendenciero, sacó a colación el fantasma del comunismo y los crímenes del estalinismo. Yolanda Díaz, es evidente, tuvo que reprimirse para no responderle. No debía entrar en ese fango y evitó muy acertadamente la trampa, pero la inhibición de su justísima cólera le hizo perder la serenidad, balbucear, titubear a veces. La vicepresidenta del gobierno, que estuvo briosa, enérgica, convincente (como en sus mejores intervenciones parlamentarias), ya no dejó de pensar —o eso me pareció— en esa agresión verbal que se había comido sin réplica. Y que dejó entrever la ferocidad ideológica de su rival: marcas de bala en las tapias del cementerio.
Ahora bien, ¿quién ganó el debate? Si fuese votante del PSOE, diría que Sánchez cumplió muy dignamente su papel; pudo defender los logros del Gobierno, se mostró enérgico y templado y asumió abiertamente la necesidad de un nuevo tándem presidencial en la próxima legislatura, esta vez con Sumar. Su minuto de oro fue, sin duda, el mejor desde un punto de vista retórico.
Ahora bien, ¿qué significa ganar un debate electoral? Las encuestas y trackings han tratado de medir sus efectos sobre el electorado indeciso. Sin duda los ha habido ya. Yo no me atrevo a decir nada. Si fuese un extraterrestre y hubiese visto el debate al margen de cualquier alineamiento político, ¿a quién votaría? Hay algo muy hermoso y emocionante en un intercambio pugnaz de argumentos en la esfera pública; un verdadero debate político es más hermoso y emocionante, en realidad, que un gol de Messi. Pero hay muy pocos extraterrestres, me temo, viendo la televisión estos días en España; hay sobre todo hooligans, como la ocasión demanda.
Abascal se ganó a todos sus votantes y puede que haya añadido alguno más entre los potenciales del PP que han juzgado "cobarde", indigna de los tercios de Flandes, la defección de Feijóo. Feijóo se hizo presente de la manera menos dañina posible para el PP: con una Ausencia que lo volvía, de algún modo, inatacable. Yolanda Díaz y Pedro Sánchez, por su parte, hicieron creíble la "remontada" que se ha esbozado entre candilejas en los últimos días; y para mí es esto lo más importante. No fue, ni en belleza formal ni en contenido, la final del mundial de Qatar; ningún extraterrestre politizado, quiero decir, habría vibrado con los tropos y los argumentos. Por lo demás, creo que en el resultado de mañana estos debates electorales no serán decisivos. Lo habrán sido mucho más los errores cometidos en campaña y el papel de los medios de comunicación.
Vuelvo al principio. El debate del miércoles hay que inscribirlo, como las elecciones mismas, en el marco de deterioro democrático de nuestro país y de la Europa de la que dependemos. En este sentido, lo más decisivo fue, a mi juicio, la ausencia de Feijóo, con la derrota de la televisión pública, y la desvergüenza de Abascal, umbral normalizado del neofascismo. Eso no se para ya con un voto el domingo. Pero eso —ay— hace aún más necesario ese voto. Mucho más necesario. Este artículo deshilachado que me ha obligado a escribir mi amigo Torrús, es sólo un pretexto para realizar una última llamada —o súplica apremiante— a los abstencionistas, los indecisos y —ojalá— los extraterrestres.
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