Opinión
¿Cuántas toneladas de residuos recuperados arden antes del reciclaje?
Por Alberto Vizcaíno López
Alberto Vizcaíno López
Son muchas las estadísticas, más o menos complacientes, que podemos hacer en relación al reciclaje de residuos: toneladas de residuos recogidos, volumen de contenedores disponibles en las calles, porcentajes de reciclaje… Datos importantes para conocer el estado y la evolución de la gestión de residuos.
Hace unos meses nos sorprendió el escándalo en Reino Unido. A los consabidos problemas relacionados con la exportación de basura, se añadía la posibilidad de que una cantidad importante de los residuos que se contabilizaban como reciclados simplemente estuviesen quedando abandonados a su suerte hasta que acaban en ríos y océanos.
En nuestro país el problema endémico, la estrategia utilizada para esconder el problema debajo de la alfombra, son los incendios. Incendios en instalaciones industriales que procesan nuestra basura para recuperar materiales que puedan ser utilizados como materia prima.
Porque el reciclaje no ocurre en el contenedor amarillo. Alguien tiene que venir a por esos residuos que depositamos selectivamente, llevarlos a una planta de clasificación donde separan diferentes materiales, venderlos a empresas interesadas en rescatar aquello que se pueda reciclar y, finalmente, conseguir que alguien se interese por esos materiales recuperados y los utilice como materia prima.
Un negocio en el que nuestros residuos son candidatos para otras opciones menos trabajosas, como acabar en un vertedero, ser quemados en una incineradora, caer en la tentación de ser exportados a un país con requisitos ambientales o laborales menos exigentes… y, finalmente, competir con materias primas recién extraídas de la naturaleza en cualquier lugar del mundo.
A pesar del tortuoso camino que queda desde la planta de separación de los residuos recogidos selectivamente en contenedores de colores hasta la fábrica donde se convertirán en materia prima, los datos sobre reciclaje hablan de salidas de esas plantas de separación, donde se pierde la trazabilidad para la mayoría de los materiales recuperados.
Sí tenemos, extraída voluntariosamente de los titulares de prensa, una estadística preocupante. Se trata de las instalaciones de gestión de residuos que salen ardiendo cada año en España. Estas empresas se dedican a hacer tratamientos con los residuos recuperados para darles el valor añadido que consigue ponerlos en el mercado de materias primas.
En algunos casos se limitan a almacenar material hasta que se consigue una cantidad suficiente para abastecer un proceso industrial. En otros casos se quita el porcentaje residual de material mezclado que llega en un paquete salido de la clasificación de envases. Centros especializados consiguen que lo que entró siendo aluminio al 80% salga siendo 99% aluminio, bien con un proceso sofisticado de separación mecánica, bien con una importante inversión en mano de obra.
Pero estas instalaciones imprescindibles en un escenario de economía circular, capaces de hacer la magia de convertir envases de usar y tirar en nuevas materias primas, sufren accidentes. Muchos más de los que cabría esperar.
La cuestión es ¿Cuántos de esos residuos que salen ardiendo se han contabilizado como reciclados? Hasta que el tema empezó a cobrar relevancia se podía tener una pista. Era posible saber si la instalación que salía ardiendo era una de las adjudicatarias de las subastas de material recuperado en las plantas de clasificación de residuos.
Pero en cuanto la polémica saltó de los círculos especializados a los medios generalistas, el sistema integrado de gestión de residuos de envases retiró de su página web el histórico de adjudicaciones, obstaculizando la labor de investigación de quienes quieren saber qué pasa con los residuos en España. ¿Cuántos de los residuos que arden son envases recogidos en el contenedor amarillo que no encuentran salida como materia prima?
Sí, necesitamos más y mejor reciclaje. Sí, necesitamos estadísticas sobre residuos. Pero tenemos que ser conscientes del problema que supone dejarlo todo en manos de quienes tienen un modelo de negocio que basado en envases de usar y tirar.
Debemos ser conscientes que nuestra contribución a la economía circular no está sólo en depositar residuos en contenedores de colores. Que antes y después pasan cosas importantes para mejorar el modelo de producción, consumo y gestión de residuos en el que participamos. Sí, podemos y debemos mejorar los sistemas de recogida y tratamiento de basuras. También es necesario estudiar qué hay detrás y cómo podemos evitar los incendios en las instalaciones de gestión de residuos.
Pero también es importante tomar, en cada ámbito donde tengamos que hacerlo, decisiones responsables. La jerarquía de residuos es clara y pasa por prevenir, reutilizar y, finalmente, reciclar. Cualquier estrategia que esté en contra de este orden de prioridades no va a resolver el problema. Sea un plan autonómico de residuos, la política corporativa de una corporación envasadora o la lista de la compra.
No sabemos cuántos materiales que hemos contabilizado como reciclados han terminado ardiendo en una planta de gestión de residuos, contaminando la atmósfera, el agua y el suelo. Afectando a nuestra salud y a los ecosistemas. Convirtiendo en cenizas el esfuerzo, el talento y los impuestos invertidos en la recogida, clasificación y tratamiento de esos materiales. Pero sí sabemos que cuantos menos residuos generemos menos riesgo de que vuelva a ocurrir.
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