Opinión
Sumar, el único camino
Filósofo, escritor y ensayista
La situación es dolorosamente clara. Podemos soñar y debemos seguir soñando con todo, pero en ese ínterin que llamamos presente estamos obligados a defender al menos un poco, algo, el milímetro que aún no nos han quitado o el que vamos trabajosamente ganando. En la práctica, esto implica la necesidad de sostenerse en pie en terrenos desigualmente rugosos y favorables, pero igualmente alejados de la transformación radical a la que las izquierdas aspiran. Quiero decir, por ejemplo, que en estos momentos hay que apoyar a Biden en EEUU, a Boric en Chile, a Lula en Brasil, al papa Francisco en la Iglesia, al gobierno de coalición en España. No hay que apoyarlos porque nos representen plenamente ni porque constituyan un "mal menor"; hay que apoyarlos porque introducen, porque han introducido, porque pueden introducir "bienes pequeños", el único katejón posible contra las apremiantes amenazas de la peor derecha de los últimos ochenta años. Se trata, sí, de obstaculizar el paso y de utilizar el tiempo adicional para construir, a fuerza de bienes pequeños y movilizaciones mayores, una alternativa duradera.
En España, es evidente, ese "bien pequeño" concebido como obstáculo frente al peligro, se materializa en el gobierno de coalición o, mejor dicho, en el "pueblo de la coalición". Porque esta coalición gobernante, en efecto, refleja una España que va más allá de los dos partidos que la componen, ninguno de los cuales -lo confieso- me gustan demasiado. Cuando hablamos de "coalición" hay que pensar más bien en los partidos de la investidura y en esa compleja, frágil y realista constelación que han tejido entre todos y en la que convergen, junto a los españoles más diversos, los más variados vascos y catalanes, sin cuya paradójica "responsabilidad de Estado" ni el gobierno habría cuajado ni la mayor parte de sus leyes y presupuestos habrían salido adelante. Dice mucho de la otra España posible, de la España federal del futuro, esta negociación tensa y exitosa entre nacionalistas españoles, por una parte, y nacionalistas vascos y catalanes, los cuales no han dejado de dar una lección incesante de institucionalidad democrática a los sedicentes "patriotas constitucionalistas" del PP y de Vox. Más allá de los logros concretos conseguidos (de los "bienes pequeños") y de los criticables errores y fracturas, esa constelación de la investidura no sólo constituye un hito democrático sin precedentes, indicio de salud institucional, sino que "se parece" a la España real y a la España deseable mucho mas que cualquier experiencia de gobierno anterior.
Por todas estas razones, es imprescindible renovar esa coalición y esa constelación. Lo he dicho otras veces; el verdadero desafío de la izquierda no es gobernar sino durar. Ahora bien, todos somos conscientes de que este gobierno solo puede renovarse y durar si se altera su composición; es decir, si la izquierda del PSOE se reorganiza y se alarga más allá de los límites estrechos que, bajo presiones externas y por mala digestión, ha acabado por imponerle Podemos. A algunos les parecerá injusto, a otros fielmente proporcional a sus torpezas, pero lo cierto es que, si su concurso y sus votos son necesarios, el partido morado no puede encabezar ni dominar ni administrar el impulso indispensable para una renovada constelación gubernamental. En este sentido, Sumar, la iniciativa de Yolanda Díaz, no es una opción o una alternativa y mucho menos una maniobra interpartidista: es la única baza a nuestra disposición. Es una deducción lógica y una prolongación natural. Como demuestran algunas encuestas, los propios votantes de Podemos así lo reconocen. No ocurre lo mismo, en cambio, con sus dirigentes. O sí. Tal vez Ione Belarra, Irene Montero y el ubicuo Pablo Iglesias se dan cuenta de lo que está en juego y por eso hacen todo lo posible por erosionar un proyecto que debe salir adelante, lo quieran ellos o no. Son conscientes de su relativa relevancia electoral y de su escasa relevancia política; y tratan de compensar la una con la otra. Ese es el juego que le gusta a Iglesias, que nunca ha tenido ambiciones pequeñas: lo suyo es batallar, decir verdades como puños, decidir relaciones de fuerzas en la oscuridad, pero no dialogar y, mucho menos, renunciar a la tentación de su rutilante inteligencia, que lo ofusca y lo ciega. De su mano llegó la mayor transformación de este país desde 1978 y de su mano vuelve la vieja izquierda, con su nicho de hooligans incondicionales y su deseo de tener razón en un mechinal, una izquierda tan ferozmente realista que acaba por dejar fuera la realidad misma (con la ultraderecha dentro).
El único obstáculo posible en España frente a la peor derecha de las últimas décadas, lo hemos dicho, es un renovado gobierno de coalición, cuya condición es el éxito de Sumar. Pero mucho me temo que uno de los mayores obstáculos para el éxito de Sumar y la renovación del gobierno es el actual Podemos, partido al que habría que pedir, con el reconocimiento debido a su protagonismo histórico, que deje hacer a otros lo que ha hecho a menudo bien, presionando al PSOE, y a menudo mal, cediendo al solipsismo más pugnaz, en esta legislatura. Es imprescindible que Podemos se sume a Sumar. Y estaría bien que unas primarias abiertas a toda la ciudadanía, como las que celebró el PD hace poco en Italia, colocara a sus dirigentes, antes de las elecciones parlamentarias, en el lugar que les corresponde, desde donde podrán seguir contribuyendo decisivamente a las transformaciones necesarias de esa España real y deseable que no podemos entregar a los fantasmas.
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