Opinión
Polarización, crispación, agresión. Contra el consuelo
Profesor de Ciencia Política en la UCM
¿Quién siembra la violencia?
Entraba en el aniversario del 15M en el programa La noche 24 de RTVE. El brutal intento de asesinato del primer ministro eslovaco, Robert Fico dominaba el debate entre los tertulianos, que cargaban las tintas en los políticos de extrema derecha, extremistas que habrían venido a romper las reglas mínimas de la convivencia democrática.
Mientras les escuchaba, no dejaba de acordarme de Jiménez Losantos diciendo que si veía a alguien de Podemos y llevaba encima una escopeta recortada, disparaba. Como nadie le ha parado los pies, seguramente por no ser ni rapero ni titiritero, sigue y sigue y sigue. Cuando Miguel Ángel Rodríguez se inventó que unos periodistas se habían colado en la casa con los ladrillos más deshonestos de la política española, esto es, en el dúplex de Ayuso y su novio delincuente, Losantos mandó a agredir directamente a los periodistas: “Alberto [González Amador] que es un bigardo, bien plantado, de familia militar, tendrá dos amigos. Y si no, Desokupa. Y el primero que aparezca por ahí metiéndose, tiene un accidente, se rompe tres huesos”. Tampoco me olvidaba del gran propagador de bulos, Pedro J, dibujando a Pablo Iglesias en su tabloide con una diana y una pistola en la boca. Todavía Pedro Sánchez no había dado una entrevista a García-Ferreras en La Sexta. Una entrevista, como si nada, al periodista que pactó junto con Villarejo y un alto directivo de Antena 3 golpear al presidente usando los negocios poco edificantes del suegro de Pedro Sánchez. El prevaricador Ferreras, que ha sido el altavoz de la sanguijuela Inda -que está ahí solo para mentir- o que ha publicado noticias burdas a sabiendas de que eran falsas. El punto y aparte de Sánchez ¿no implicaba luchar contra las “grandes” mentiras? No hay “polarización” sin los altavoces de los medios. Si sembramos cinismo, abonamos la llegada de la extrema derecha.
Recordaba en la entrevista el asesinato en Sarajevo del Archiduque Francisco Fernando, heredero del Imperio Austro-Húngaro, muerto junto a su esposa Sofía, a manos de un nacionalista serbio-bosnio, de la organización Mano Negra. Aquel atentado desencadenaría la Primera Guerra Mundial. Tras el asesinato, Austria-Hungría, en represalia atacó a Serbia, entonces Rusia atacó a Austria, Alemania a Rusia y Francia a Alemania. Cuando finalmente ésta atacó a Francia a través de Bélgica, el Imperio Británico entró también en guerra. La Primera Guerra Mundial, que estaba ya en el ambiente por la pugna entre los diferentes imperios y los que buscaban su parte, estaba servida. En el polvorín de Ucrania, un paso mal dado puede involucrar directamente a la OTAN. ¿Y entonces?
El contexto actual de ruido es evidente. Venimos hablando de “polarización”, pero en verdad lo que observamos es el ataque constante por parte de la derecha, bien para conseguir fuera de las urnas lo que no ha sido capaz de ganar en las elecciones, o bien, una vez que está en el Gobierno, para desmantelar los derechos civiles, políticos y sociales ganados en las décadas anteriores. Un tertuliano me preguntaba si no era parte de la “polarización” lo que habían desplegado los “populismos”. Las palabras ya vienen cargadas de semántica conservadora. Recordé que debemos dejar de equiparar a los que atacan y a los que se defienden. Y eso vale para los palestinos que se defienden de la ocupación de Israel, que dura ya 76 años (desde que Israel ocupó en 1948 el territorio de Palestina y empezó la limpieza étnica que ahora parece querer consumar). Igual que vale para la equiparación entre republicanos y franquistas, ignorando que unos se defendían mientras que otros eran los que se habían levantado contra un Gobierno legítimo y constitucional. Y, por supuesto, para la gente que se echó a las calles y plazas el 15M para protestar contra los desahucios, contra el exilio económico, contra la quiebra del ascensor social, contra un sistema podrido de partidos, una monarquía igualmente podrida que hozaba en Botswana, un ministro de economía que entraba en un coche policial detenido por presuntísimo ladrón, una judicatura que ya mostraba la metástasis de cinismo que hoy es evidente en el CGPJ (“No vamos a dimitir salvo jubilación o fallecimiento”, ha dicho su presidente, comparándose con la presidencia del Senado o del Congreso como si a ellos también les hubiera votado el pueblo) o una universidad que expulsaba de las aulas por decenas de miles a sus jóvenes.
¿Se ha acabado el ciclo del 15M?
En el 15M, el enfado social salió por la izquierda. Las costuras del régimen político que instauró Cánovas en la Constitución de 1876 saltaban por los aires -monarquía, bipartidismo, centralismo, unión de iglesia y estado, capitalismo clientelar- y parecía real que todo lo que representaba la izquierda histórica iba, por fin, a triunfar: república, democracia, federalismo, laicismo, socialismo… Por eso la derecha empezó a “polarizar”, especialmente cuando Unidas Podemos entró en el Gobierno: policía política corrupta, jueces corruptos, periodistas corruptos -que sabían que era burdo, pero iban con ello-, empresarios corruptos que financiaban…
Me preguntaba el conductor del programa: la situación actual de Podemos, que tuvo cinco millones de votos que ahora se han desvanecido ¿es culpa de los ataques, que son reales, o también de errores internos? Era inevitable pensar en que, en comparación, si un ligerísimo ataque al presidente del Gobierno desembocó en una “jornada de reflexión” de cinco días donde dilucidaría si continuaba o no, ¿cuánto tiempo necesita una fuerza que lleva diez años atacada por tierra, mar y aire? Cierto es que los ataques consiguieron, como casi siempre, lograr un triunfo indirecto: reducir la democracia interna dentro de Podemos. No todos los que se han ido del partido morado son como Errejón, que traicionó la confianza que se le depositó encargándole, pese a que perdió la Asamblea, que encabezara la lista a la Comunidad de Madrid. De cara al futuro, Podemos tiene que hacer un llamado a los que se alejaron y escuchar por qué lo hicieron.
Dándole la vuelta a un dicho de Roosevelt, If you speak loudly and carry a small steak, woe betide you, es decir, que, si hablas muy alto y cargas un bastón pequeño, pobre de ti. Entrar en un gobierno es hablar alto y no solventar todos los problemas que la gente pensaba que ibas a solventar es llevar una estaca pequeñita. Da igual que hayas solventado muchos asuntos y mejorado la vida de la gente. Y, sobre todo, que hayas evitado una sangría -ya nadie piensa lo que hubiera sido el COVID-19 con un gobierno del PP y Vox-: la lectura que se traslada es que te pareces mucho a los demás políticos. El drama de la izquierda es que tiene que estar en el Gobierno pero los gobiernos no quieren estar en la izquierda.
Entre el bipartidismo y la extrema derecha
El neoliberalismo es una fase actual del capitalismo, triunfante tras la crisis del 73. En estas décadas, ha roto todos los diques sociales y morales que se construyeron después de la Segunda Guerra Mundial. La venganza de los ricos y la primacía de lo privado e individual sobre lo público y comunitario. La crisis de 2008 fue una vuelta de tuerca más en esa lógica, dada por unas élites que se asustaron antes las voces que hablaban alto en mitad de la crisis. Pensar que las élites, que son plurales, no tienen siempre varios ases en la manga es ingenuo. Y entonces llamaron a Trump, Bolsonaro, Milei, Le Pen, Orbán y demás, y corrieron hacia posiciones ultra a la derecha tradicional o a los que se presentaban como centristas o liberales (en España, Díaz Ayuso, Feijoo, Albert Rivera…). El fracaso de la izquierda en solventar los grandes retos le deja camino libre a la extrema derecha o, en su defecto, a alguna suerte de acuerdo entre los partidos tradicionales y sus satélites.
En España, el impulso por la izquierda que nació del 15M está muy debilitado. El PSOE ha fagocitado a su izquierda, el PP y Vox no bajan, surgen nuevas derechas aún más radicales en Cataluña, y las derechas nacionalistas, PNV y Junts, se preparan para ponerse otra vez a la orden del bipartidismo, sea con el PSOE o con un PP menos agresivo. La “polarización” no es sino una forma de acallar a las voces críticas a las que no ha silenciado la ley mordaza. Generan un polo donde, necesariamente, ellos dominan uno de los extremos. Así existen y marcan la pauta. Pero en cuestiones de guerra, fondos buitre, monarquía, vivienda, patronal y OTAN, tanto el PSOE como el PP y sus satélites están completamente de acuerdo. El intento de correr al PSOE hacia la izquierda lo logró el 15M y Podemos. Ese esfuerzo hoy está amortizado en el Gobierno. Por eso la fragmentación de la izquierda es tan catastrófica como su falta de coherencia ideológica: porque nos regresa al bipartidismo en un momento, además, donde España y Europa son más de derechas.
En este contexto de violencia en Europa, viene el presidente Milei, en un supuesto viaje privado, a hacerle campaña a Vox y a los enemigos de la democracia que desconocen al Gobierno de Sánchez y defienden las dictaduras. Le anuncian diciendo: “ven a verle golpear a los zurdos”. Había que haberle impedido entrar en España como se hace con los hooligans borrachos que prometen violencia en los estadios. Cuando quiera venir como presidente de todos los argentinos, entonces que se le aplique el protocolo. Ahora tocaba mandarle a casa. Es tiempo de que las democracias se defiendan, antes de que sea tarde.
En su último libro, En busca de consuelo, escribe Michel Ignatieff: “En la actualidad, el premio de consolación es el que nadie quiere ganar. Las culturas que persiguen el éxito no prestan mucha atención al fracaso, la pérdida o la muerte. La consolación es para los perdedores”. El problema es que, cuando estamos otra vez en tiempos de “socialismo o barbarie”, el consuelo sólo puede venir de hacer lo correcto. Y para no regresar a la barbarie, hay que mirar en la historia, identificar el lado correcto y saber, con la certeza del diálogo, posicionarnos frente a los que crispan, agreden y polarizan.
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