Opinión
El podercito judicial
Por Marta Nebot
Periodista
-Actualizado a
Solo el 6% de los españoles acudirá a un juzgado alguna vez en su vida. Este hecho explica su abandono sistemático. Y no lo digo yo; me lo contó alguien que sabe mucho de justicia. La justicia no nos incumbe y, por lo tanto, a los políticos tampoco.
Cada vez que me ha tocado averiguar sobre temas espinosos, como la okupación, siempre he llegado a la conclusión de que no es legislación lo que falta sino medios, y con esta explicación me di cuenta de por qué ni los hay ni los habrá, a menos que empecemos a hacer algo distinto.
Nuestra Justicia no es justa; para empezar, porque pocas veces llega a tiempo. Sin embargo, en períodos electorales, se ha prometido tanto solucionar esta cuestión. A la hora de la verdad, la de aprobar presupuestos, nunca se ha hecho. Y, seamos realistas, no se hace porque no lo queremos. No lo suficiente como para que de ello dependa nuestro voto. Sencillamente la Justicia no es una prioridad para nadie, salvo que le toque sufrirla, y eso lo saben los que persiguen nuestros votos.
Tal vez por eso se ha permitido todo este tiempo que la derecha campe allí a sus anchas, que incluso secuestre a las más altas instituciones de este podercito del Estado cada vez que había que renovar alguno de sus órganos. Y que conste que lo llamo así porque de los tres poderes se podría decir que es el más desdichado, no porque le haga burla.
Y, sin embargo, y –ya sé que llevo varios sin embargo en este artículo– llevamos con la cantinela del golpe de estado en Catalunya desde 2017 porque aprobaron algo inconstitucional un ratito, que no llegó a diez minutos. ¿Por qué no hemos oído el clamor contra los golpes de estado continuos que la derecha ha ejecutado en otro poder, el judicial, que en teoría es tan importante como el legislativo? ¿Por qué nunca se ha llamado por su nombre a los retrasos en las renovaciones de estos órganos en teoría tan importantes, nada menos que los garantes de la Constitución y de la Justicia?
Como única respuesta me encuentro, una vez más, con El Gran Disimulo. Esa manera que tiene este país a ratos de hacer como que no se da cuenta de lo que está pasando para presuntamente evitar despertar a las bestias que dormitan en nuestra historia y en nuestra memoria colectiva. Después de la transición se decidió dejar determinados campos en manos de los antiguos dueños para evitar conflictos. Supongo que se planeó que su renovación fuera fruto del paso del tiempo. Sin embargo –otro sin embargo más–, pasado casi medio siglo parece que en esos espacios se sigue disimulando que la democracia llegó con todos sus efectos.
El Gran Disimulo se ve en el poder del podercito, en el tratamiento que la justicia ha hecho del Rey Juan Carlitos, en el que se está haciendo con la herencia de los Franquitos, con la famosa huida del nietísimo de dos guardias civiles a los que “se” encañonó –que todavía deben estar preguntándose cuando llegará la democracia en serio–... Pasa y pasa y, si no empieza a dejar de pasar, esos agujeros negros engullirán la credibilidad que le queda a la sacrosanta transición y de paso la de su hija, la democracia, que debería, casi cincuenta años después, estar ya limpia de polvo y paja y renovada y sin embargo…
Para acabar, el sin embargo más gordo: la falta de justicia no solo se ve en los casos sonados que tienen que ver con Franco y sus herederos, incluido el rey que ¿im?–puso; se ve cuando las mujeres tienen miedo a que les toquen jueces machistas, cuando el corporativismo judicial hace que año tras año no haya casi sanciones para jueces hagan lo que hagan, cuando la inteligencia colectiva nos dice que al juzgado solo se acude si no te queda más remedio, cuando te obligan a ir y los abogados de varios colores te dicen todos lo mismo: que va a depender del juez que te toque y que no esperes nada antes de un año o dos por lo menos, y que, pase lo que pase, si pretendes ganar, te va a costar dinero…
Así que, ahora que tanto estamos reflexionando sobre el poder del podercito, me parece imprescindible, tan importante o más, preguntarnos por qué en este país se tiene miedo a ir a los juzgados, por qué son tan lentos, por qué nuestra justicia funciona ¿regular? Y, por lo tanto, preguntarnos qué democracia realmente tenemos si uno de sus tres poderes solo lo es en diminutivo.
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