Opinión
El pirineo aragonés y su falso desarrollo
Por Jesús Sampériz Maluenda
-Actualizado a
El culto a la mentira que se institucionaliza a pasos agigantados resulta sorprendente y lamentable. Lamentable es conculcar sin ningún tipo de pudor los avances del pensamiento que la cultura occidental ha realizado tras la segunda guerra mundial, cuando Auschwitz certificó la muerte de la modernidad, y sorprendente es que una parte importante de la población española asuma las mentiras y apoye a los mentirosos.
Es comprensible que, en un tejido social de 48 millones de personas, pueda existir una parte con limitada capacidad de criterio que se pueda regir a la hora de pensar, opinar y elegir por los eslóganes nacidos en los canales mayoritarios que diseñan su programación según los índices de audiencia y construyen el triste espectáculo con que se nutre. Pero, de la misma forma, parecería lógico o al menos estadísticamente esperable que otra buena parte tuviera suficientemente amueblado el cerebro como para pensar, opinar y elegir de acuerdo con criterios más solidos y suficientemente argumentados y contrastados.
Cabría pensar que nuestros representantes públicos, cargados de máster en las lenguas más influyentes del imperio neoliberal, estuvieran empadronados en el segundo grupo y pudieran regir la cosa pública y la convivencia ciudadana de tal forma que los menos favorecidos por la fortuna aumentaran su horizonte de posibilidades y su capacidad de reflexión y crítica. Pues bien, no parece ser así en absoluto.
Lo de la “Escuela y Despensa” del viejo Costa se ha quedado colgado en el tiempo del León de Graus y, por muchas reformas de la enseñanza que se acumulen, da la sensación de que los dirigentes de la sociedad se han apuntado decididamente a los índices de audiencia y si para caer bien, resultar gallardo, simpático y votable hay que soltar mentiras como puños, pues se sueltan y a otra cosa. De esta forma la crispación y la virulencia contra el “otro” saltan de la lógica del equilibrio de las discrepancias a la consideración del oponente como enemigo irreconciliable y causa de todos los males que aquejan al país que empieza a padecer un desagradable trastorno bipolar.
Las mentiras crecen en todo tipo de suelos, de secano o de regadío, tanto en las ciudades del centro en donde la libertad sale de los grifos de cerveza o en la mal llamada España Vacía de la periferia en donde los vaciadores se ofrecen a resolver el grave problema que ellos mismos han generado y venden como solución al vacío la repetición de las fórmulas que lo crearon. Para eso, haciendo gala de bien poca imaginación, repiten y vuelven a repetir las mismas ideas ariete contra la cansada población que, desgraciadamente, tira poco de hemeroteca y menos de historia. Puede ser la creación de los puestos de trabajo, el asentamiento de la población gracias a la mayor granja de vacas de Europa, la unión de las estaciones de esquí de Formigal-Astún-Candanchú, la ampliación del regadío a pesar de que hay menos agua disponible o la organización de grandes eventos como los juegos olímpicos de invierno. Todo vale para que esa población, a la que le cuesta discernir si el hecho de que las granjas sean cada vez más grandes aumenta el empleo o destruye el que había, se convierta en otro “…Colón de cien vanidades que vive de supercherías que vende como verdades”, tal como retratara Machado en los años 20.
El permanente ruido mediático y las veleidades de las encuestas electorales no favorecen el sosiego necesario para valorar si tener una autovía en la puerta asienta la población o solo sirve para ver pasar los coches más rápidos en las tardes del domingo o si la única forma de vivir en los pueblos del pirineo aragonés es la perpetuación del monocultivo de la nieve apoyado por la especulación inmobiliaria, como si la nieve no fuera a faltar nunca.
Sobre todos estos redentores proyectos flota en este momento la nube de la posibilidad de una casi infinita financiación que viene de Europa. Los Fondos de Recuperación se han convertido en la bolsa mágica de donde puede salir el dinero necesario para que los planes de quienes mandan en la España llena y en la vacía puedan materializar sus sueños y, claro está, su continuidad en el poder. Junto a ellos un número importante de empresas y fondos de inversión, en aras de la mejor colaboración Publico-Privado, ven en la bolsa europea una magnífica oportunidad de engordar su cuenta de resultados.
Y todo esto podría ser comprensible e incluso deseable si no estuviera sustentado en el mismo armazón de mentiras que nos ha traído hasta aquí. Tanto las experiencias vividas en la pandemia como la posibilidad de contar con una extraordinaria financiación para resolver los defectos estructurales de nuestro país (sanidad y educación, por ejemplo) serían una oportunidad de oro para reconstruir lo que la pandemia se haya llevado por delante y establecer el marco que nos haga más resistentes y solidarios en una realidad a cuya puerta aporrea la emergencia climática. Por el contrario, el discurso surgido tras dos años de aplanar curvas y lavar mascarillas es el de bendecir la distancia entre los seres humanos no para evitar el contagio sino para consolidar las diferencias y las políticas que han aprendido a pintar de verde sus viejos modelos y venderlos como la mejor forma de afrontar el reto del cambio climático.
En Aragón, el poder oscila tradicionalmente entre la oligarquía agraria de las Cinco Villas y la, antaño ganadera, del Alto Aragón y ambas coinciden en favorecer a la ganadería industrial, a las energéticas emergentes (unas provenientes del sector porcino y otras de la comunicación) y al turismo de nieve que se apoya a partes iguales en Ibercaja y el propio gobierno autónomo.
De esta forma, solamente Montanuy, un municipio de 215 habitantes en la muga con Cataluña, opta a ocho millones de euros vistiendo como desestacionalización y diversificación de actividades económicas vinculadas al medio rural y aplicación de modelos de movilidad sostenible lo que es, ni más ni menos, que un nuevo acceso a la estación de Esquí de Cerler que pueda restar a las de Baqueira-Beret o Boi Taull del pirineo catalán una parte de su clientela. Todo ello en un proceso de enriquecimiento especulativo de una exclusiva parte de la población ribagorzana mientras el resto ve como se expropian sus prados a precio de orillo.
Y si esto pasa en el oriente del pirineo aragonés, en el occidente se atisba el peligro de que los fondos europeos sirvan para pintar de verde una de las mayores agresiones a la montaña aragonesa. La unión de las estaciones de Formigal, Astún y Candanchú que condenaría a un espacio de alto valor natural como la Canal Roya es percibida por las viejas familias como la oportunidad de sanear las pérdidas que acumulan y seguir con el negocio y la especulación que aprendieron de sus mayores, cuando los príncipes de España esquiaban en Candanchú.
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