Opinión
María Lejárraga, una luciérnaga feminista
Por Octavio Salazar
Catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Córdoba y miembro de la Red Feminista de Derecho Constitucional
El pasado domingo, en un programa radiofónico, unos críticos de cine, varones, repasaban y puntuaban los estrenos de la semana, cuando llegado el turno del documental A las mujeres de España. María Lejárraga, de Laura Hojman, uno de ellos manifestó que le había parecido una buena obra pero tal vez demasiado “feminista”. Me imagino que sería complicado explicarle a este sesudo crítico que una película que repase y analice la trayectoria de una de las intelectuales más brillantes de nuestra historia no podría ser sino feminista. Y no solo por el mismo compromiso que Lejárraga dejó patente en su vida y en su obra, sino también por el mismo sentido de sus aportaciones en esa larga cadena que podemos identificar como la genealogía del feminismo español. Es curioso, y alarmante claro, que, de la misma manera que durante siglos el adjetivo “femenino” ha implicado una devaluación del sustantivo al que se adhería, sobre todo si pensamos en una obra intelectual o cualquier tipo de creación, y como bien explica Remedios Zafra en el documental, ahora el término “feminista” se perciba por determinados sectores como ingrediente que resta valor y autoridad. Que levanta sospechas de parcialidad partidista, o que incluso anima a cuestionar, una vez más, el talento y la valía de mujeres creadoras que no tienen ningún reparo, al contrario, en mostrarse comprometidas con sus convicciones. Sabedoras de que no solo lo personal es político sino que también cualquier obra de arte lo es.
El documental que ha dirigido Laura Hojman sobre una de las figuras más apasionantes de nuestra Historia, y lamentablemente todavía hoy escasamente conocida, y ausente de nuestros manuales e imaginarios, no es solo impecable desde el punto de vista cinematográfico sino que por encima de eso, logra sus objetivos divulgadores y lo hace con pasión. Con pasión y con esperanza. Con la alegría que pese a todo transmitía María Lejárraga, esa mujer tan luminosa, como bien advirtiera el marido de Zenobia Camprubí, tan complicado y amargado él, a la que le tocó vivir uno de los momentos más apasionantes de nuestra historia reciente y que tuvo que luchar por encontrar, como en gran medida tienen que hacer todavía hoy las mujeres, no solo su habitación propia, sino también su tiempo y su voz. La voz que durante años le fue usurpada bajo un seudónimo que en su caso singular respondió al nombre de quien fue su marido, Gregorio Martínez Sierra. Una jugada genial, que acabaría siendo perversa para ella, y que nos explica con rotundidad dolorosa cómo el patriarcado niega la autonomía de las mujeres, para lo que durante siglos las ha borrado negándoles el nombre propio, la autoridad y el reconocimiento como equivalentes.
Lo más emocionante de este documental que debería verse en institutos y en facultades, y por supuesto en todos esos espacios de poder donde todavía en la actualidad quienes imponen su criterio son señores como el crítico antes mencionado, no es solo el acercamiento a la trayectoria literaria de María, sino sobre todo cómo nos cuenta su progresiva concienciación. El proceso que la lleva, desde la soledad, que es también una experiencia compartida por tantas mujeres, y muy especialmente tras su separación de Gregorio, a sentir la necesidad de posicionarse, de luchar activamente por ella misma y por la mitad femenina de la ciudadanía, de que su voz al mismo tiempo fuera la voz multiplicada de todas las mujeres españolas. De ahí que su historia, insisto, todavía en los márgenes y como mucho en las notas a pie de página de tratados masculinos, sea parte imprescindible de la memoria democrática de este país, un país tan desmemoriado y tan dado a convertir en pretexto para el “politiqueo” lo que debería ser el núcleo duro de los valores “republicanos” compartidos. Como bien explica Rosa Montero en el documental, esa historia de las mujeres que no está en la Historia debe ser escuchada y valorada. En esa restauración estaríamos también haciendo un ejercicio de justicia. La que todavía, me temo, no se ha hecho en nuestro país con mujeres como María Lejárraga, con tantas como las que aparecen al final del documental para mostrarnos que en la lucha feminista la clave siempre ha sido sumar. La bendita sororidad de la que tanto deberíamos aprender los hombres, tan equivocados en esa empresa de creernos siempre los importantes.
En estos convulsos tiempos de reacciones antifeministas, de extrema derecha galopante, es más necesario que nunca desde la memoria dar un salto hacia el futuro. Con el entusiasmo y la luz que María Lejárraga ponía en cada palabra, en cada gesto, en cada puente. Con la tristeza, en fin, de comprobar que, pese lo que se ha avanzado en igualdad en este último siglo, pareciera que todavía hoy siguen pesando sobre las mujeres los mismos miedos, las mismas amenazas, similares cortapisas contra las que se rebeló la autora de “Canción de cuna”.
Pocas horas después de disfrutar del estreno en Córdoba de la película de Hojman, una directora que afortunadamente no tienen ningún reparo en afirmar que no persigue hacer obras de “autora” sino abrir espacios de reflexión, escuché en televisión cómo Jordi Évole le preguntaba a Julia Otero qué les diría a las mujeres que votan a Vox. La lúcida periodista apuntó que deberían leerse el programa político del partido en cuestión. Yo iría más allá y les recomendaría la lectura, ahora, un siglo después, de las “Cartas a las mujeres de España”, donde Martínez Sierra, perdón, Lejárraga, les decía a sus paisanas cosas como las siguientes: “Para llegar a la eficacia dentro del heroísmo, no basta con la voluntad: es preciso tener los medios para ser heroicas. Hay que prepararse; hay que aprender un poco más; hay que pensar un poco más; hay que salir del círculo encantado en que les encierran a ustedes unas cuantas mentiras bonitas de los hombres; hay que preocuparse un poco menos de la moda y un poquito más de la vida; hay que entusiasmarse menos por el flirteo y más por el derecho. ¿Que los hombres les damos a ustedes en España lamentables ejemplos de frivolidad, de cobardía, de ignorancia, de falta de abnegación y patriotismo? Es verdad; pero no los tomen ustedes, y sálvennos, a pesar nuestro, si pueden ustedes, ¡que sí pueden!; porque desde que la primera mujer echó el segundo hombre al mundo, el porvenir de la Humanidad está en manos de ustedes”.
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