Opinión
La mala gente de bien
Por David Torres
Escritor
-Actualizado a
Leí ayer un comentario terrible en las redes sociales (creo que su autor era el escritor José Luis Serrano), el testimonio de alguien que relataba cómo, a la salida del teatro, una mujer transexual de unos sesenta años le dijo si podía acompañarla hasta la estación de metro. Nuestro hombre lo hizo encantado y en los diez minutos que duró el trayecto, mientras la mujer se agarraba de su brazo y le iba contando cosas de su vida, asistió espantado a un linchamiento verbal como jamás había visto: los transeúntes con que se cruzaban le lanzaban miradas asqueadas; la llamaban “puta”, “maricón”, “espantajo”; algunos hasta escupían al suelo a su paso. El hombre decía que él en toda su vida no habría recibido ni la mitad del odio anónimo y reconcentrado que chorreó sobre esa pobre mujer en diez minutos, pero lo más asombroso es que ella seguía hablando tan tranquila, ignorando esa marea de mierda que caía a su alrededor, como si los insultos, escupitajos y las miradas asesinas no fuesen con ella: hasta tal punto estaba acostumbrada a ese trato.
Probablemente estos indignados, estos bestias, son la gente de bien a la que se refería Feijóo el otro día en el hemiciclo al interpelar a Pedro Sánchez, la misma gente de bien que va a molestarse mucho porque va a aprobarse la ley trans en el Congreso de los Diputados. Es que tiene que ser la hostia de incómodo que a partir de ahora alguien vaya a regularizar su identidad mediante un simple trámite en el Registro Civil. La misma gente de bien que se indignó muchísimo cuando aprobaron la ley del matrimonio homosexual porque la familia tradicional iba a extinguirse; los que también comentaban que no lo llamaran matrimonio, que se inventaran un palabro cualquiera para poder seguir cercando a esas uniones en un gueto lingüístico; los que decían que no lo llamaran matrimonio, porque matrimonio viene del latín mater (madre) y ahí no hay ninguna madre que valga, sin caer en la cuenta de la cantidad de matrimonios que, siguiendo su furor filológico, iban a convertirse en papel mojado sólo porque la madre era estéril o usaban condón o no le daba la puta gana de tener hijos.
Sí, yo creo que Feijóo se refería a la misma gente de bien que, sólo unos cuantos años atrás, se enfadó mucho al aprobarse por fin la ley del aborto, porque así el aborto iba a salir de esos inmundos mataderos clandestinos donde se realizaban hasta entonces y ya no iba a haber necesidad de enviar a la niña a Londres. La misma gente de bien que, sólo unas décadas atrás, se cabreó de la hostia al aprobarse la ley del divorcio, pensando que iba a haber una espantada matrimonial colectiva y que España entera iba a convertirse en un erial de solteros ateos follando como locos y locas. De hecho, la caraja informativa era tan monumental que recuerdo que en una encuesta televisiva les preguntaron a una pareja de ancianos qué opinaban de la ley y el pobre viejo, totalmente estupefacto, preguntó: “Pero ¿por qué tengo yo que separarme de mi mujer, si la quiero mucho?”
Creo que, odios, ascos y homofobias aparte, ese es el problema de la gente de bien de Feijóo: que se piensan que un derecho es una obligación, que los socialistas habían decretado el divorcio general, después el aborto preventivo a todas las embarazadas y que ahora todos los señores vamos a tener que cortarnos el rabo para que a las señoras les implanten uno. Muchos entre esa gente de bien se lo creían hasta el punto de que, según iban aprobando leyes, se iban divorciando, abortando y saliendo del armario para casarse por todo lo alto con otro señor, pese a que su partido había dictaminado en numerosas ocasiones que la homosexualidad es una tara, una enfermedad o un vicio que se puede curar mediante terapia psicología y charlas eclesiásticas. No sería raro que, en cuanto se apague un poco la polémica, unos cuantos diputados y dirigentes del PP aprovechen la nueva ley para transbordar de un sexo al otro a la primera de cambio.
Claro que a lo mejor me equivoco y con ese sintagma tan castellano de “gente de bien” Feijóo se refería a los tesoreros del partido, a la retahíla de ministros de Aznar encarcelados e imputados por corrupción y a su querido amigo Marcial Dorado, ese narcotraficante gallego con el que se iba de viaje a todas partes. De colega de un narco a jefe de la oposición: eso sí que es transbordar, Albertito.
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