Opinión
Los límites y umbrales planetarios más amenazados no son los del cambio climático
Por Miguel Ángel Quesada
Catedrático de Fisiología Vegetal
-Actualizado a
Miguel Ángel Quesada
Catedrático de Fisiología Vegetal
Hace unos 10 años, la revista Nature publicaba un artículo cuyo título se podría traducir como “Límites planetarios, un espacio para mantener a salvo el desenvolvimiento de la humanidad”. El pasado 2015, en la misma revista, se publicaba una actualización de datos y una reevaluación de la situación. En este caso el título fue “Límites planetarios: Guiando el desarrollo humano en un planeta cambiante”. Los autores pertenecían y pertenecen al equipo de personas que desarrollan su trabajo en el “Resilience Center” de Estocolmo. Una iniciativa científica y docente, a la vez que una especie de “Think Tank” comprometido con dar respuestas y proponer acciones concretas en el ámbito político para los retos globales que encaramos como humanidad.
Ambos trabajos y otros que los complementan evidencian la enorme tensión a la que estamos sometiendo a determinados procesos naturales globales, algunos dependientes de complejas y sutiles interacciones entre lo vivo, las condiciones físico-químicas y los medios en los que estos factores coinciden. Destacan nueve procesos globales, tres de los cuales son ciclos biogeoquímicos. El ciclo del nitrógeno, él del fósforo y él del carbono, este último directamente relacionado con el cambio climático.
Entre medias, el año 2012, Kate Raworth, mientras trabajaba en Oxfam propuso su donut, al que me referiré en adelante como “la rosquilla de Raworth”.
Con frecuencia, la ecología social y política emplea el concepto de límite. Por ejemplo, que la disponibilidad limitada de energía fósil y de materiales es la principal razón para transitar del modelo económico hegemónico vigente basado en una producción y consumo siempre crecientes a otro que respete los límites planetarios. De algún modo, está implícita la idea de una tierra que provee recursos y que no cuidar el modo en que los usamos nos aboca a un fracaso civilizatorio, antes o después. Eso sin entrar en las cuestiones de redistribución de la riqueza, equidad y justicia social inherentes a cualquier sistema económico y ciñéndome sólo a las bases físicas y materiales que lo sostienen. La conclusión es que el sistema económico debe estar contenido en el sistema planetario donde se desarrolla y se resume en afirmaciones sencillas como que un planeta finito no permite un crecimiento económico sin fin. De nuevo la palabra finito hace referencia a la idea de límite.
Pero hay otra acepción del concepto límite que no es tan conocida y que tiene que ver con la agresión antrópica sin precedentes que está sufriendo la funcionalidad orgánica del planeta que habitamos. Lo que planteo es que la disponibilidad limitada de recursos planetarios, no es la razón material más acuciante para justificar una transición de modelo sino la transgresión de múltiples límites funcionales de nuestro planeta. En este contexto, el concepto de límites planetarios, hace referencia a los rangos de las variables de control de los procesos globales, sean estos de índole geológica, fisicoquímica o biológica. Y es el mantenimiento estable de esos rangos, lo que sostiene y ha sostenido la vida y el desarrollo humano durante los últimos 12.000 años de historia.
Estos pocos miles de años del último periodo interglaciar, que estamos disfrutando y al que los geólogos llamaron Holoceno, se han caracterizado por unas temperaturas medias relativamente facilitadoras de la vida, disponibilidad de agua dulce líquida en abundancia gracias al funcionamiento virtuoso de complejos ciclos “biogeofisicoquímicos” que han propiciado el mantenimiento de estas condiciones en unos rangos estrechos de fluctuación y predictibilidad. Ha sido este conjunto de ciclos y sus interacciones lo que ha propiciado un ESTADO del sistema Tierra, -enfatizo estado-, facilitador de las condiciones adecuadas para que se diera el desarrollo de la civilización humana hasta el nivel alcanzado en nuestros días en este brevísimo periodo geológico.
El problema para el crecimiento económico que supone nuestra dependencia de recursos materiales y de energía, es evidente, incluso para la economía clásica. Si, a modo de hipótesis, pudiéramos soslayar esta limitación, trayendo materiales del planeta Marte, no solucionaríamos el problema, lo agravaríamos.
La razón es que aceleraríamos el colapso civilizatorio terrestre por disfuncionalidad sistémica del planeta. Probablemente, esta disfuncionalidad es hoy la principal amenaza global y la miramos sin verla. A nivel planetario, sólo hemos enfrentado parcialmente este posible fallo sistémico frente a dos amenazas. En un caso, limitando el uso de los gases que afectan a la capa de ozono y, en el otro, con objetivos de disminución de emisiones de gases de efecto invernadero para contener parcialmente las consecuencias del cambio climático, que ya sufrimos. Siendo la prioridad actual conseguir compromisos para mitigar el cambio climático absolutamente necesario, hay que decir también, que es absolutamente insuficiente. La razón es que no es la mayor amenaza que enfrentamos. Hay otros tres procesos implicados en la funcionalidad planetaria cuyos límites de seguridad se han sobrepasado en un rango mayor y de ellos se habla poco o casi nada. Son los tres que aparecen en zona roja en la figura adjunta que comparte para su difusión el “Resilience Center” de Estocolmo. Uno de ellos es la extinción de especies que sufrimos a nivel planetario, de la que se ha escrito recientemente en este blog y sobre la que Naciones Unidas ha emitido un reciente informe. Los otros dos procesos son el funcionamiento del ciclo del fósforo y del nitrógeno. El cambio climático (ciclo del carbono) y la situación del medio terrestre han sobrepasado límites de seguridad y están en zonas de incertidumbre de color naranja. El medio terrestre sufre un acaparamiento y degradación cada vez mayor por actividades productivas. Las zonas de confort o de seguridad son las que están en verde y deberían ser las zonas en las que deberíamos mantener las variables de control de estos procesos. El que haya de manera cierta y coincidente cinco procesos globales fuera del espacio de la zona de seguridad incrementa la amenaza, multiplica el riesgo y hace más probable que ocurra un cambio de estado, de dirección impredecible, en este planeta.
Hay que tomar medidas ya, no es una opción, si se quiere preservar y no precipitar el fin de las condiciones de vida para la humanidad que ofrece todavía el holoceno. La Tierra, como sistema complejo, ha pasado por distintos estados de estabilidad termodinámica transitoria, Prigogine diría de reposo entrópico. Cuando a estos estados se les somete a un nivel
de interferencia alto, lo que está ocurriendo ahora con nuestro planeta, acaban “saltando” a un nuevo estado de equilibrio, pero no de manera lineal, ni predecible, ni reversible.
Esto es lo que nos estamos jugando que ocurra si no tratamos la grave enfermedad, que síntomas como el cambio climático, una especie de fiebre alta, están poniendo tan claramente de manifiesto. Por eso, el estado termodinámico actual del planeta Tierra o, si alguien lo prefiere, Gaia, se debiera convertir en sujeto de interés ético, no porque sea un ser sintiente, sino porque la reproducción social, nuestra civilización depende de ello.
Con esto se trascendería la visión de la Tierra como un saco de recursos que hay que saber gestionar. Hablar de la Tierra en tales términos, como saco de recursos, contamina en ocasiones los discursos de la ecología política.
En este contexto, la rosquilla de Raworth con su suelo social, que asegure a todas las personas, los derechos fundamentales, en cumplimiento de los objetivos del desarrollo sostenible; y con su techo limitado por la funcionalidad planetaria, es el mejor espacio civilizatorio global, seguro y distributivo al que deberíamos aspirar desde la ecología social y política. Este espacio pone en el centro el derecho a vidas dignas para las personas que son y serán en un planeta que siga siendo confortable.
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