Opinión
La historia del Aita Mari, el pesquero que salva vidas en el Mediterráneo
Por Laura Sanz-Cruzado
-Actualizado a
Laura Sanz-Cruzado (@laura__ese)
El barco de la ONG Salvamento Marítimo Humanitario suma 538 personas rescatadas y su historia puede verse ahora en un documental
“Desde la Administración te ponen trabas legales para retrasar la salida al máximo. Ningún país quiere testigos que vean y cuenten lo que está pasando en el Mediterráneo”, dice Javi Julio, el director
La del Aita Mari no es una historia épica de superhéroes. Es una historia de gente normal y corriente dispuesta a hacer lo que los Estados no hacen. Y en este caso eso significa comprar un barco de pesca del Cantábrico a punto de ser desguazado, restaurarlo de pies a cabeza y llevárselo a salvar vidas al Mediterráneo central. Todo de manera voluntaria, en ratos libres, vacaciones o cuando las obligaciones lo permiten. Es una historia de no dejar morir a nadie en el mar. De reaccionar a la inacción de los Estados. De creer en el poder del auzolan, que es como se llama en euskera al trabajo vecinal y colaborativo. Pero también de dar a estas personas migrantes y desplazadas el respeto, amor y humanidad que han dejado de sentir después de muchos años de buscarse la vida. Todo esto es el Aita Mari, el pesquero que la ONG vasca Salvamento Marítimo Humanitario (SMH) transformó en barco de observación, denuncia y rescate hace ya casi cinco años y que el pasado 20 de enero se hizo de nuevo a la mar para una nueva misión. Su historia puede verse ahora en el documental homónimo dirigido por el foto- y videoperiodista Javi Julio (San Sebastián, 1978).
Aita Mari, que se estrenó el pasado diciembre en cines del País Vasco, Navarra, Cataluña y Madrid y sigue proyectándose en algunos lugares de Euskadi, viaja hasta los inicios del proyecto allá por 2018 y muestra sus casi dos primeros años. En hora y media de documental vemos todo el recorrido del barco hasta poder zarpar rumbo al Mediterráneo: su completa transformación, las trabas para conseguir la autorización para navegar y por fin, su primera misión en noviembre de 2019, en la que rescató a 79 personas. Dudas, tensiones y momentos difíciles, pero también alegrías, días maravillosos y por encima de todo, el empeño por salvar vidas y evitar que el Mediterráneo central sea una fosa común aún más grande.
“Nosotros vamos allí para rescatar personas, pero también para denunciar lo que está ocurriendo. Si las ONG no estuviésemos en el Mediterráneo central, se habrían perdido muchas más vidas de las que se han perdido ya y además no habría testigos”, cuenta por teléfono Mikel San Sebastián, vicepresidente y responsable de comunicación de SMH. San Sebastián critica que los Estados se saltan los convenios y protocolos que obligan a rescatar náufragos, porque no tienen ningún interés en que esta gente llegue a Europa. “No les ponemos la rodilla en el cuello, pero dejamos que se ahoguen en nuestras aguas”, asegura. También lo cree el director del documental, Javi Julio, que lamenta que estemos normalizando que las personas migrantes fallezcan en el mar, como si se tratase de accidentes de tráfico: “Pensamos que mueren porque se lanzan al mar, pero no es así. Mueren porque los Estados no solo no cumplen los tratados internacionales que han firmado, sino que además bloquean a la gente que va al Mediterráneo a hacer lo que ellos no hacen”.
Un barco propio
SMH nació en 2015 a raíz de una imagen que conmocionó al mundo: la del niño sirio de tres años Alan Kurdi yaciendo boca abajo sin vida sobre una playa turca el 2 de septiembre de ese año. Era el apogeo de la llamada crisis de refugiados en Europa y Alan había huido de la guerra de Siria junto con sus padres y su hermano de cinco años. Solo el padre sobrevivió. La ONG, que está formada en su mayoría por voluntarios, decide entonces desplazarse a la isla griega de Quíos y atender a las personas que llegan a tierra. En 2016 amplía su labor al campo de refugiados de Vial, también en Quíos, y en 2017 va más allá y fleta, junto con la ONG sevillana ProemAID, el barco de rescate Lifeline de la ONG alemana Mission Lifeline. Con él, salvaron 580 vidas en el Mediterráneo central.
Esa experiencia sería el precedente del Aita Mari. Para aquel entonces, las cifras de personas muertas o desaparecidas en el mar eran insoportables. Entre 2014 y 2017 el Mediterráneo central se tragó a 13.702 personas, según datos del proyecto Missing Migrants (Migrantes desaparecidos, en español) de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM). En 2018 serían 1.314. La Unión Europea, con Italia a la cabeza, optó entonces por dejar de coordinar rescates, entorpecer la labor de los barcos humanitarios y financiar a grupos armados libios —los mal llamados guardacostas— para que hicieran de cortafuegos entre África y Europa. “Querían dejar de contar cadáveres, aunque eso supusiera que mucha gente acabase en los centros de detención libios”, dice Javi Julio. Ante este panorama, los barcos de rescate de las ONG se convertían en la única esperanza para salvar vidas en el Mediterráneo. “Había que dar un paso más y adquirir uno propio'', narra Mikel San Sebastián.
Rebautizaron el barco en recuerdo del marinero guipuzcoano José Maria Zubia, que se pasó la vida socorriendo a las embarcaciones que naufragaban frente a la costa guipuzcoana y murió en uno de esos rescates
La ONG se hizo con el Aita Mari en mayo de 2018. “Buscaron literalmente por medio mundo y lo acabaron encontrando en Getaria (Gipuzkoa), el pueblo de al lado de Zarauz, donde se fundó la organización”, recuerda el director. El barco, que por aquel entonces se llamaba Stella Maris Berria, era un viejo atunero característico del Cantábrico al que le quedaba poco tiempo. SMH lo rebautizó como Aita Mari en recuerdo del marinero guipuzcoano José Maria Zubia (1809-1866), al que todos conocían por ese apodo. Zubia se pasó la vida socorriendo desinteresadamente a las embarcaciones que naufragaban frente a la costa guipuzcoana y acabó muriendo en uno de esos rescates. Su espíritu altruista inspiraría ahora al Aita Mari.
538 personas rescatadas
La idea era que el barco estuviese listo para zarpar en tres meses. Pecaron de optimistas. Solo acondicionarlo llevó más de cuatro y conseguir la autorización para navegar, el denominado despacho, un año entero. Pese a tener todos los papeles en regla, el Gobierno se lo negaba argumentando que no tenían derecho a rescatar. “Desde la Administración no te niegan la salida, sino que te ponen trabas legales para retrasarla al máximo. En este caso, se inventaron lo del derecho a rescatar, que es algo que ni existe. Hubo un bloqueo intencionado, porque ningún país quiere testigos que vean y cuenten lo que está pasando en el Mediterráneo”, sostiene Javi Julio.
En octubre de 2019 el Gobierno autoriza finalmente su salida, aunque con una condición. No les permite llevar a cabo labores de rescate, pero sí llevar ayuda humanitaria a la isla griega de Lesbos, que en esos momentos experimentaba un repunte de llegadas. Año y medio después de su adquisición, el Aita Mari finalmente se hace a la mar. Descarga la ayuda humanitaria en Lesbos y de regreso a Euskadi, ya con un despacho griego para volver, decide adentrarse en la zona de búsqueda y rescate (SAR, por sus siglas en inglés). El primer aviso llega el 22 de noviembre. Una lancha con 79 personas de origen subsahariano a bordo, entre ellas una mujer embarazada y un niño, ha quedado a la deriva en medio de la nada. Sus ocupantes, sin chalecos salvavidas y hacinados como piezas de Tetris, respiran aliviados al ver la zodiac de la ONG. No se sabe qué pasará una vez en tierra, pero de momento han salvado la vida y esquivado a la temible Guardia Costera libia, que les hubiera enviado a un centro de detención donde solo les esperaban torturas y violaciones. “Hay un primer momento de tranquilidad y alegría, de pensar que no van a morir ahogados y tampoco les van a devolver a Libia. Pero después de ese subidón, hay mucho sufrimiento por todo lo que han vivido, mucho cansancio y muchas secuelas emocionales y físicas”, explica Mikel San Sebastián. Por eso lo primero es proporcionarles humanidad. “Se les trata como personas, que es algo que han olvidado”, cuenta.
“Los países juegan al desgaste: dilatan los desembarcos todo lo que pueden y buscan que en el mar haya el menor número de barcos disponibles”, dice Mikel San Sebastián, de SMH
La autorización de Italia para poder desembarcar en puerto seguro no llega de inmediato. Tarda seis días. Es lo que suele pasar. “Los países juegan al desgaste: dilatan los desembarcos todo lo que pueden y buscan que en el mar haya el menor número de barcos disponibles”, critica San Sebastián. Es parte, opina, de la actual política migratoria de la Unión Europea, que “en lugar de canalizar los flujos mediante rutas seguras y legales, prefiere establecer controles fronterizos, financiar a la Guardia Costera libia e invertir cada vez más en Frontex, la Agencia Europea de la Guardia de Fronteras y Costas”.
Y pese a todo, las personas rescatadas por el Aita Mari suman ya 538. En sus poco más de dos años en el Mediterráneo central, han completado seis misiones y la que comenzó el 20 de enero será la séptima. En la última, entre octubre y noviembre, salvaron a 105 personas y al igual que en la primera, estuvieron seis días esperando respuesta de las autoridades hasta poder desembarcar. “Como nos dedicamos a sacar gente del mar, solo tenemos trabas”, dice un miembro de SMH en el documental. Las dificultades siguen, pero el empeño también. La historia del Aita Mari está lejos de terminar.
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Nota a los lectores: cualquier cine, festival o institución interesado en proyectar el documental Aita Mari puede ponerse en contacto con la plataforma Nervio en el correo electrónico info@nerviodocs.com.
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