Opinión
Hirschman en los astilleros de Gijón (¿Cómo que te vote Txapote?)
Profesor de Ciencia Política en la UCM
Está el cielo encapotado en Asturias y el frescor que se adivina fuera del tren contrasta con el calor infernal del Madrid que acabo de abandonar. Por el Paseo de la Castellana veo los carteles de los partidos. Arrancan las elecciones y aunque no hay calor electoral, hay fuego en el ambiente. Malos tiempos para la lírica. Vox quiere crear un nuevo canon cultural que recuerda demasiado a los que empezaron a gobernar quemando libros en Madrid y en Berlín.
Camino de Gijón, donde vamos a presentar la nueva edición de un libro de Albert Hirschman en la Semana Negra, resuenan en mi cabeza los gritos ayer de jóvenes envalentonados en la plaza de toros de Pamplona, dirigidos a nadie pero lanzados como una suerte de consigna amenazante: ¡Que te vote Txapote! Ecos de Heil Hitler, Arriba España, America First, A por ellos, Dios, patria y familia...
El Holocausto arranca cuando uno grita y los demás repiten alineados y alienados la consigna.
Trabajos posteriores al de Arendt, como Los verdugos voluntarios de Hitler de Daniel Goldhagen desmontaban la idea de que el nazismo había sido obra de cuatro dementes de la Gestapo, demostrando que en las ejecuciones inhumanas de judíos habían participado ciudadanos comunes y corrientes, panaderos, zapateros, oficinistas, circunspectos oficiales de la Wehrmacht (el ejército alemán) y profesionales liberales entre los que también hubo catedráticos de universidad.
La lectura más sencilla que se hizo de la idea la “banalidad del mal” de Arendt es que cualquiera podía haber sido ese obediente burócrata que facilitó la muerte de millones de judíos, izquierdistas y homosexuales en los campos de concentración. Apenas un engranaje más en una maquinaria fabril que trasladaba la lógica de la modernidad -eficiencia, linealidad, productivismo- que iba desde la construcción de coches o la construcción de rascacielos a la ejecución en serie de seres humanos. El Holocausto arranca cuando uno grita y los demás repiten alineados y alienados la consigna.
Pero no es cierto ese mensaje de normalidad. Porque Eichman era un monstruo que se alegraba del exterminio de los judíos. Y, sobre todo, porque millones de alemanes se negaron a participar de esa locura. En la modernidad están los mimbres del mal y de su conjuro. Los colaboracionistas del Holocausto eran personajes que primaron la identificación con el Reich antes que la empatía con otros seres humanos. Que compraron el discurso de que los que no estaban con el Reich eran “perros", malos alemanes -de "malos españoles" hablaba Franco- gentes que prefirieron la tranquilidad que otorgaba coincidir en sus ideas con el Führer. Dieron primacía a su bienestar, a la calma de formar parte del rebaño, antes que arriesgarse a ayudar a sus vecinos o a los que no pensaban como ellos. Catorce millones de alemanes no votaron en 1933 por los campos de concentración, pero cuando se encendieron los hornos y empezaron a perseguir a sus vecinos, muchos de ellos se convirtieron en chivatos, confidentes, colaboradores, gentes que no quisieron darse cuenta de que su antiguo matrimonio amigo ya no vivía en el piso de arriba o que olía a quemado en los alrededores de Auschwitz, Treblinka y Mauthausen.
Los monstruos del fascismo están en el ADN de la manera occidental de entender el mundo. Por eso la noche oscura de Europa es el fascismo y quienes mantuvieron una llama encendida estuvieron entre los antifascistas.
Zigmunt Bauman, famoso por su análisis de la sociedad líquida -donde todo, desde el trabajo a los afectos se han hecho volátiles- fue de los primeros que señalaron, en la estela de la Escuela de Frankfurt, que había una conexión entre el Holocausto y el pensamiento de la modernidad occidental -que se construyó sobre la colonialidad, el racismo, el patriarcado y el capitalismo-. Conquistar a alguien siempre es abrirle la puerta a los monstruos. Y todo lo que haces fuera terminas aplicándolo “en casa”. Primero se llevaron a los comunistas, pero como yo no era comunista…
Basta algo que amenace al orden social -una crisis económica, la llegada de inmigrantes, el surgimiento de fuerzas políticas de izquierda, la amenaza a la unidad nacional- para que se activen los monstruos del fascismo. Que están en el ADN de la manera occidental de entender el mundo. Por eso la noche oscura de Europa es el fascismo y quienes mantuvieron una llama encendida estuvieron entre los antifascistas.
Hemos visto en la plaza de toros de Pamplona a cachorros de la derecha gritando, en medio del espectáculo festivo de San Fermín, "¡Que te vote Txapote!", ignorantes de que mencionar el nombre que causó tanto dolor es volver a hacer daño a las víctimas. Pero les da lo mismo, porque ya se han alineado en el ejército de odio que grita ese lema lanzado por la presidenta madrileña Díaz Ayuso, aunque cause dolor a las víctimas de ETA -de las que siempre se han querido apropiar-. Ya han escogido bando y en su bando no se admiten a tibios. De hecho, están incluso insultado a Consuelo Ordóñez, la hermana del concejal del PP asesinado por la banda terrorista, porque les ha pedido que paren: “Que te vote Txapote", le han escrito a ella en Twitter.
Albert Otto Hirschman fue un economista, politólogo y sociólogo alemán ungido por la heterodoxia, que peleó contra los nazis en Alemania, ayudó a la Resistencia en Francia y en Italia (logró que importantes figuras huyeran de la Gestapo, aunque, como se quejaba, fracasó en el caso de Walter Benjamin y de Rudolf Hilferding), formó parte del Ejército norteamericano en la lucha contra Hitler, participó en las Brigadas Internacionales en España contra Franco y fue traductor durante los juicios de Nüremberg.
Fue uno de los más lúcidos científicos sociales de finales del siglo XX, siempre alumbrando ángulos mal iluminados del avance de la democracia. En su obra nos dio herramientas para no repetir los errores del “corto siglo XX” -el que empezó con la revolución rusa del 17 y terminó con la caída de la URSS en 1991-. Errores que tenían mucho que ver con la manera lineal de pensar europea y con una tradición reaccionaria que, desde la Revolución Francesa, siempre ha negado la conveniencia de aumentar los derechos. Europa es la cuna de la democracia y también del colonialismo, del fascismo y del neoliberalismo.
En uno de sus libros clásicos, Retóricas de la intransigencia (1991, recientemente recuperado por Catarata/Fondo de Cultura Económica), Hirschman repasa los argumentos de la reacción contra la ampliación de derechos que empieza con la Revolución Francesa -derechos civiles-, continúa con las revoluciones del siglo XIX en pos del sufragio universal-derechos políticos- y continúa con las revoluciones sociales mexicana, rusa y el reformismo duro el New Deal -los derechos sociales-.
Cada una de estas oleadas revolucionarias fue consolidando el abanico de los derechos recogidos en la fórmula Estado social y democrático de derecho, que está escrita en nuestras Constituciones . Y en cada momento histórico, de Edmund Burke a Fredrich Hayek, de Benjamin Constant a Gordon Tullock, de Wilfredo Pareto a Milton Friedman, de Tocqueville a Samuel Huntington, el argumento de los intransigentes siempre ha sido el mismo: todos tus esfuerzos son inútiles contra las omnipotentes fuerzas del statu quo -argumento de la futilidad-; si logras quebrar la inercia será para empeorar las cosas y lograr el efecto contrario -tesis de la perversidad-; si consigues tus objetivos, será porque vas a poner en peligro otros avances -argumento del riesgo-. En definitiva, quédate quieto y no cuestiones lo que existe.
La idea central de Hirschman, tan válida hoy cuando la derecha se ha escorado hacia la extrema derecha y ha renunciado a cualquier pensamiento elaborado, es que la reacción, que es un sinónimo del poder, simplemente hace eso: reaccionar ante las demandas de los subalternos (demandas que varían con el avance de los siglos, pero que siempre tienen la forma de confrontación entre las élites y las mayorías). De manera que, orientados por sus intereses, primero se oponen y luego buscan los argumentos. Y esos argumentos, repetidos, no tienen consistencia más allá de su propia repetición y de los arquetipos conservadores alimentados por la Iglesia, la monarquía y el Ejército: conténtate con lo que tienes porque desear demasiado es peligroso; acepta las cosas como son y no te juntes con los que te van a llevar a la ruina; ríndete porque es un sinsentido que quieras disfrutar más de lo que posees.
Añade una propina de lucidez Hirschman cuando en un capítulo insospechado de este libro le dice a la izquierda de su época (no olvidemos que vivió con horror las purgas estalinistas en el frente de Aragón contra el POUM cuando estuvo peleando en la guerra de España): cuidado, porque vosotros a menudo caéis en los mismos argumentos débiles. La heterodoxia de Hirschman nos sugirió hace años una solución: las tres almas de la izquierda, reforma, revolución y rebeldía, deben dialogar para que la democracia no naufrague.
Hirschman hace magia con las ideas y levanta los tejados. Porque hay una línea común histórica en los argumentos reaccionarios. Como contaba Antoni Domenech en El eclipse de la fraternidad, Constant salía a dar palizas a los sans culottes, Edmund Burke pensaba que los pobres eran prescindibles, De Maistre y Cánovas del Castillo estaban en contra del sufragio universal, Hayek se reunió con Pinochet y justificó el golpe contra Allende, Friedman odiaba el estado social y Huntington apoyó todas las intervenciones militares que impulsó EEUU.
Hoy en día, los Bolsonaro, Díaz Ayuso, Milei, Kast, Abascal, Bulrich, Claudio X solo han añadido la chabacanería propia del latifundista conservador, del empresario pillo, del rentista asustado, del funcionario corrupto, y regresan con su mensaje que vaticina dos campos enfrentados donde, quien esté al otro lado de la trinchera que ellos mismos han cavado, que se atenga a las consecuencias. Porque detrás del “que te vote Txapote” vuelve a rebotar como un eco el pensamiento de los que no veían seres humanos en los campos de concentración, de los quemados y fusilados en la cristiada mexicana, de los que torearon republicanos en la plaza de toros de Badajoz cuando entraron los franquistas, de las descargas en el barranco donde está aún desaparecido García Lorca.
Llueve en Gijón mientras pienso en la falta de árboles en Madrid, que ha hecho de las sombras un bien escaso. Vox, que ha entrado en el ayuntamiento asturiano, ha quitado los carriles bici, ha devuelto más espacio para aparcamientos , amenaza cualquier ayuda a las mujeres maltratadas, anuncia la comprensión ante los ataques a los homosexuales y, claro, en nombre de la cultura está remozando la plaza de toros. ETA no existe desde hace más de una década, pero la derecha quiere que Txapote entre en campaña para no hablar así de otros temas. Como dijo un Ministro de Aznar, sin ETA no tienen argumentos.
Toda acción genera una reacción, escribió Newton como recuerda Hirschman. El 23 de julio hay elecciones. ¿Reaccionará la democracia o tendrán razón los que señalan a los medios de comunicación como los nuevos brujos?
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