Opinión
Gangs of Kabul
Por David Torres
Escritor
Nuestra dificultad para comprender a los talibanes proviene en buena medida de los ropajes que los rodean: el turbante a tornillo, las barbas irascibles, los modales prehistóricos y especialmente esa peculiar lectura del islam sacado de quicio nos impiden ver el bosque. Sin embargo, Roberto Saviano tiene razón al indicar que en esencia los talibanes son narcotraficantes; todo lo demás, las escuelas coránicas, el burka, la sumisión femenina, está supeditado a su modo de vida. Marx dio en el centro de la diana al señalar que cualquier sociedad se sustenta sobre la economía y que las relaciones económicas determinan el resto del edificio: la religión, las leyes, la literatura, el ocio, el arte. Sin las plantaciones de opio custodiadas por la CIA y los militares estadounidenses, sin el tráfico mundial de heroína que engorda sus arcas desde hace décadas, los talibanes seguirían siendo pastores de cabras.
Con el arte, el ocio y la literatura de los talibanes lo llevamos crudo, porque una gente que se dedica a tiempo completo a rezar de cara a La Meca, decapitar infieles, esclavizar mujeres y aniquilar estatuas de Buda de valor incalculable no parece muy interesada en la cultura. Quién sabe, probablemente su cultura sea ésa. Pero, aparte de su cerrazón clerical y su bestialidad sanguinaria, los talibanes nos resultan incomprensibles, entre otras cosas porque nunca nos hemos tomado la molestia de intentar comprenderlos. No digo justificarlos, sino comprenderlos, imaginarlos del modo en que lo hicimos, por ejemplo, con los clanes mafiosos italianos, la yakuza japonesa o los narcos colombianos y mexicanos.
La ficción es uno de los mayores instrumentos de conocimiento del que disponemos, por eso, gracias a Mario Puzo, a Coppola, a Leone, a Scorsese, a incontables libros y películas, lo sabemos casi todo sobre la mafia, la camorra o los narcos: sus absurdas reglas de honor, su omertá, sus venganzas rituales, sus bautismos de sangre. Que yo sepa, no hay ninguna novela, ninguna película, ninguna teleserie que indague siquiera por encima en las ceremonias, costumbres y mecanismos sociales de esta gentuza que lleva varias décadas dando por culo en Afganistán, dedicados a vender droga al por mayor en los mercados de medio mundo y a devolver al islam un rigor asesino que nunca o casi nunca tuvo.
Sin embargo, el modus operandi de los talibanes y el de los mafiosos calabreses o los narcos mexicanos es casi idéntico, no sólo en lo que se refiere a los códigos criminales o la logística de sus operaciones comerciales sino también a la falsa religiosidad y al puritanismo hipócrita con que justifican sus delitos. Basta comprobar los crucifijos, las oraciones, las imágenes de santos con que se revisten los narcos mexicanos, la creencia demencial de que sus matanzas, violaciones y torturas obedecen a la justicia divina. Basta echar un vistazo a las procesiones y ritos a los que tan aficionados son los mafiosos sicilianos y napolitanos o las oscuras conexiones entre la ‘Ndrangheta y la iglesia católica. No es por simple folklore que los tres Padrinos estén salpicados de bautizos, bodas y comuniones y que la conclusión de la última película de la saga apunte directamente a la cúpula del Vaticano. Para una organización criminal, la religión organizada es sólo una excusa y termina desembocando en la parodia.
Hay que regresar una vez más al sabio consejo de Hannibal Lecter citando a su manera a Marco Aurelio: “Simplicidad, primeros principios. Ante cada cosa, pregúntese qué es en sí misma, cuál es su naturaleza”. Rezar a Alá, matar infieles, subyugar mujeres, destrozar budas, no son sino circunstancias que giran en torno a un principio elemental: el dinero. Por eso el narcoestado recién fundado por los talibanes va a funcionar, porque es necesario en el putrefacto engranaje de la economía capitalista, del mismo modo que son necesarios Arabia Saudí y las demás monarquías petroleras donde las mujeres son tratadas como ganado y los derechos humanos se escriben con mierda de camello. La brutalidad, la barbarie tecnológica, la escala de los crímenes que cometieron los nazis hizo pensar a algunos intelectuales en pactos diabólicos o categorías metafísicas, pero detrás del Reich de los Mil Años sólo había lo de siempre, lo que había detrás del imperio romano, de las invasiones de Gengis Khan, de la Conquista de América, de las guerras de religión y las campañas napoleónicas: codicia. Los nazis eran gángsters. Los talibanes son gángsters. Los comerciantes de armas son gángsters. Los dueños del petróleo son gángsters. Habrá que vivir con ello.
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