Opinión
Por favor, miéntame
Por Silvia Grijalba
Escritora y Periodista
Lo mínimo que exijo de una mentira es que esté “currada”, bien estructurada. Y que, puestos a falsear la realidad, sea a lo grande, nada de medias verdades o mentirijillas. Como novelista, soy una gran embustera, así que, injustamente (la vida es así, no la he inventado yo), reclamo que el mundo actúe igual conmigo.
Al principio caí en la trampa: celebré que Zara usara a Ángela Molina como modelo; que Paulina Porizkova se convirtiera en influencer de las señoras de más de 50, con sus fotos sin retocar y sus problemas con la menopausia; que Schlesser eligiera a la sexagenaria Pino Montesdeoca para sus desfiles. Pero algo fallaba. Algo no encajaba cuando veía a Ángela tan natural, tan delgada, con ese pelo tan abundante y largo o a Pino Montesdeoca, paseando sus bellísimos huesos y su pecho turgente por la Madrid Fashion Week.
La primavera pasada, en ese Aleph que son los reels de Instagram, donde está el saber universal de lo banal, vi una foto de Paulina Porizkova posando, con un diminuto biquini, en una inmensa piscina de algún sitio de California y sentí la misma punzada de impotencia que había padecido cuando a mis 16 años, en plena explosión hormonal de la pubertad (que nada tiene que envidiar a la de la perimenopausia), la vi en alguna revista anunciando noséqué. Caí en que las firmas de moda y cosméticos, las propias ex modelos convertidas en marcas y el mundo de la publicidad han recurrido a un nuevo “greenwashing” que podemos calificar de “agewashing”. Si el primero se dedicaba a pretender una conciencia ecológica cuando en absoluto lo hacía, el segundo aparenta visibilizar a las mujeres de más de 50, con un truco terroríficamente perverso.
Porizkova nos explica a su millón cien seguidoras de su cuenta de Instagram, súper sincera, que tiene arrugas, que no pone filtros, que posee ojeras y que ha tardado 59 años en estar contenta con su cuerpo. Nosotras la vemos y pensamos y leemos comentarios del tipo: “¡claro que sí, guapa guapa guapa!”, “valiente”, “ya era hora…”. Porizkova explica que tiene sofocos y entonces sus seguidoras se abren en canal y replican que la entienden, que con el climaterio han engordado 20 kilos, que el pecho se les cae pero el pelo más, que están de un humor de perros, que tienen flacidez por mucho que hagan pilates… Porizkova se lamenta de lo difícil que es estar a gusto en la propia piel pero afirma que hay que luchar para conseguirlo y, a la siguiente semana posa semi desnuda con un tipazo que ya hubiéramos querido el 100% de sus seguidoras cuando teníamos 20 años. Muestra un desnudo canónicamente perfecto: terso, ajeno a la gravedad, sin lorzas, tonificado. Unas piernas que admiramos de primeras y luego encima nos sentimos culpables de envidiar porque resulta que los cuerpos son diversos y debemos abrazar sin dudas el “body positive”.
Enseñarnos a una ex modelo de 59 años, cuya genética es envidiable y que ha consagrado su vida a cultivar su piel y su anatomía, no cuela. Resulta en cierta forma insultante. Es tratarnos como si fuéramos tontas. Sabemos que la publicidad es engaño. No es verdad que poniéndote una crema de contorno de ojos vayas a dejar de tener ojeras, pero puestos a mentir, engáñenme a fondo. Elijan a una chica monísima de treinta, que hace deporte, no come azúcar y ha nacido así, una modelo en pleno apogeo de su belleza normativa y díganme que si uso la crema que me dice tendré unos muslos como los de ella. Finjamos que me lo creo y, luego, si no funciona podré echarle la culpa a su insultante juventud, en vez de sentirme, de nuevo, responsable de no tener una menopausia canónica, normativa, sin grasa ni ataques de ira.
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