Opinión
Europa y el Mar
Por Andrés Barrio
Andrés Barrio
Licenciado en Oceanografía y Máster en Ingeniería Ambiental
En los últimos tres años, coincidiendo con el comienzo de año, la Unión Europea publica el informe 'Diez cuestiones a tener en cuenta', el cual se centra en elementos de interés para la política europea y desgrana los problemas, oportunidades y políticas a desarrollar por los estados miembros respecto a estos.
Este año tenemos la suerte, ya que es la primera vez que un tema medioambiental cuenta con la atención del grupo de investigación que redacta el informe, de que, entre esos diez hitos para la política comunitaria, se introduzca a los océanos, su situación ambiental, las oportunidades económicas que nos reportan y el tratamiento legal que se debe llevar. Todo ello ocupa dos escuetas hojas del informe que ahora intentaré desgranar y analizar.
Sorprende que hayan tardado tres años en incluir al medioambiente entre los diez elementos más importantes para la política europea, pero si podemos hablar de Corea del Norte, como hicieron en 2018, para qué hacerlo de nuestro clima, nuestras aguas o nuestros bosques. Bien es cierto que el año pasado mencionaron una movilidad baja en emisiones o que en este se centran en la movilidad eléctrica, pero mientras las migraciones (que este año ya no aparecen), el euro, el terrorismo y la defensa se repiten todos los años, el cambio climático sigue estando olvidado y pospuesto su debate.
Hablar de Europa y el Mar es hablar de una historia de colonización y sobreexplotación, ya que ninguna cultura ha hecho de este su medio de producción y expansión como lo ha hecho la europea. Desde que los griegos y fenicios (tratémosles como casi europeos) hicieran del Mediterráneo su zona de expansión cultural y comercial, desde que en la búsqueda de especias colonizáramos continentes o desde que Magallanes y Elcano se dieran un voltio por el planeta, siempre hemos actuado como si este medio fuera nuestro en propiedad.
Así hemos llegado a un nivel de ocupación y explotación tal que, si se nos acababan los recursos propios, nos íbamos a aguas lejanas a explotarlos como si de nosotros fueran. Incluso hemos tenido el valor de llamar piratas a poblaciones enteras de pescadores a las que les hemos usurpado su principal fuente de recursos al rebelarse y pedir su parte del pastel.
Esta visión y forma de actuar, adoptada ya por el resto de culturas, nos ha llevado a la situación actual en donde la sobreexplotación pesquera, la contaminación, el transporte marítimo o el cambio climático ponen a los océanos en su límite ecológico.
Consciente de esta realidad, ahora sí, la Unión Europea parece que quiere poner freno a este deterioro ambiental pero lo hace de la forma a la que nos tiene acostumbrados: indicando los problemas, señalando las causas y evitando dar soluciones eficientes, pues estas siempre deben estar supeditadas a las oportunidades económicas. No en vano, se dice literalmente en el informe que “el reto sigue siendo aunar exitosamente políticas que aumenten la extracción de recursos con políticas de protección y mejora ambiental”, esa dicotomía en la que se mueve el sistema capitalista, sabedor de que, por lo pronto, es imposible.
De esta manera y dando una patada hacia adelante, el informe describe los principales beneficios de los océanos. Son dos párrafos en los que citan la regulación climática y cómo este almacena la mayor parte del CO2 que emitimos, destinando el resto del texto a los beneficios y oportunidades económicas, siendo la pesca, la acuicultura, la producción de energía, el transporte marítimo y el turismo costero las actividades elegidas para resaltar. Finalmente, acaba haciendo hincapié en una última actividad, la de la minería “bien gestionada” (sic), donde, permítanme, señores de la UE, que les diga que minería y destrucción de ecosistemas están íntimamente relacionadas. Pocas actividades pueden causar más daños a las poblaciones tanto bentónicas como pelágicas como el de la minería de fondos marinos.
El texto, en contraposición a la parte anterior, informa de las presiones a las que estamos sometiendo al mar y cita cuatro presiones clave: la repetida explotación pesquera, la contaminación de las aguas proveniente tanto de las aguas residuales como de la agricultura y basura marina (mención especial para los plásticos), el aumento de la emisión de Gases de Efecto Invernadero produciendo la acidificación de las aguas y, por último, la aparición de especies invasoras por el transporte marítimo.
Como solución, tres puntazos clarificadores. El primero es la Directiva Marco de Estrategia Marina, aprobada en 2008, que fija el 2020 como fecha límite para mejorar la calidad de las aguas y que este año presentará su primer informe, lo que da que pensar al no conocer aún ningún dato que albergue esperanza de mejora.
El segundo punto es el de la explotación de los stocks pesqueros dentro de los límites de renovación y rendimiento, algo que suele resultar controvertido ya que puede dejar en tierra a las flotas pesqueras, pero que, como hemos visto con los caladeros de anchoa del Cantábrico, las moratorias siempre son positivas al ayudar a recuperar las poblaciones de peces y mejorar la adaptación de las artes de pesca hacia un horizonte sostenible. La pesca artesanal, la acuicultura sostenible y la mejora de los sistemas de vigilancia marcan la diferencia entre el informe y la necesaria actuación de la UE en este aspecto.
Como tercero se propone generar un mayor espacio de áreas protegidas, que actualmente ocupan el 10,8% de las aguas comunitarias. Esto es algo loable pero insuficiente si no se pone coto a las extracciones petrolíferas, al bunkering y se extiende a las aguas internacionales, aspecto al que acuerdos de libre comercio, como el de Estados Unidos y Japón, ponen en gran peligro.
Mientras tanto, debemos hacer un esfuerzo para comprender la situación real en la que nos encontramos y analizar de qué manera estamos contribuyendo a ello. El aumento de la temperatura del mar, donde acabamos de conocer que es superior al esperado según los informes del panel de expertos de Cambio Climático (IPCC), pone en jaque las estimaciones en la lucha contra el calentamiento global.
Esto, a su vez, está reduciendo la capacidad de absorción de CO2 por el mar, provoca migraciones de las especies marinas a aguas más frías e impide la renovación coralina, verdaderos filtradores del agua. Mención especial tendría el aumento de la energía transmitida a los fenómenos atmosféricos y que causa un incremento de los fenómenos extremos, así como anomalías en la dinámica oceánica y la renovación de las masas de agua.
La generación de zonas muertas por la anoxia del agua, que se han multiplicado por cuatro en los últimos 50 años debido al exceso de nutrientes provocado por las actividades humanas y al cambio climático, es otro de los indicadores de que estamos en una situación límite.
Pero la acción no solo puede referirse a las aguas marinas. La pérdida de superficie costera por erosión se estima en aproximadamente 28.000 km2, el doble de la superficie de la tierra ganada y se debe a factores antropogénicos como las construcciones e infraestructuras costeras, pero también, al excesivo uso de las aguas continentales y la generación de diques y presas.
Siete millones de personas viven de actividades relacionadas con el mar, lo cual es algo de lo que no podemos olvidarnos, claro está. Lo que no se puede hacer es un informe donde oportunidades y amenazas sean las mismas, teniendo una situación de emergencia ambiental que requiere de responsabilidad. Solo reduciendo impactos y generando nuevas áreas de empleo y uso sostenibles, podemos resolver la ecuación.
La frase “el futuro está en el mar” fue una de las razones por las que me animé a estudiar Ciencias del Mar. A día de hoy, lejos de ser nuestro futuro, su deterioro puede ser el final. En nuestras manos está decidir si es futuro o final.
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