Opinión
España quema su lana
Por David Bollero
Periodista
La falta de I+D en España ha hecho que nuestro país también pierda el tren de la lana. Han quedado muy atrás los siglos XVI-XVIII, cuando éramos una superpotencia en estas fibras naturales cuyas cualidades la hacen ideal para protegerse del frío en invierno, mucho más sostenible, por ejemplo, que el algodón.
Tal y como explicaba a principios de año el experto leonés Manuel Rodríguez Pascual durante el II Foro de la Lana, organizado por la Fundación Sierra Pampley, el tren se nos escapó en la segunda mitad del siglo XX. Mientras países como Australia, Nueva Zelanda, Argentina o Uruguay apostaron por mejorar la calidad de sus lanas y de sus estructuras de comercialización, España se estancó.
Así las cosas y a pesar de las cifras de negocio que publica el ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación –de enero a agosto de este año, 31,77 millones de euros en exportaciones- la lana se gestiona en muchas provincias como un mero residuo. Lo cierto es que buena parte de las explotaciones ovinas ven en la lana más un problema que una oportunidad. Su almacenaje no hace más que hacer perder al ganadero que ve cómo tiene que destinarle un espacio y, además, a medida que pasa el tiempo pierde peso y con ello, valor.
Las cuentas son claras: De una oveja se pueden obtener entre 2 y 2,5 kilogramos de lana, que en el mercado textil se paga en torno a 30 céntimos el kilo –a los ganaderos ya les cuesta recordar cuando se pagaba un euro por kilo-. Así pues, una oveja produce unos 75 céntimos de lana, pero el coste de un esquilador por oveja ronda los 1,15 euros. Así las cosas, vender la lana de una oveja puede llegar a suponer pérdidas para un ganadero de 40 céntimos por animal.
A ello se suma un problema adicional: su valor de mercado es tan bajo, que incluso las empresas que sí hacen uso de la lana, no están dispuestas a recorrer cientos de kilómetros por las pequeñas granjas y se centran en las grandes explotaciones únicamente. Ya no quieren esa lana ni regalada, por el tiempo y coste que supone su transporte.
En esta coyuntura y a pesar de algunas iniciativas, como la valenciana Esquellana que ha apostado por la recuperación de la ganadería extensiva y por la lana como tejido 100% natural, sin fibras ni tintes artificiales ni sintéticos, muchas veces los ganaderos optan, sencillamente, por quemar la lana, dado que genera también problemas medioambientales. No en vano, uno de sus principales compuestos es la queratina, esto es, un polímero natural rico en carbono de muy difícil y lenta biodegradabilidad (gran dificultad para ser asimilado por los microorganismos).
Precisamente la queratina de la lana ha jugado un papel fundamental en investigaciones como la de la Universidad de Navarra, que mediante residuos de lana de oveja y plumas de pollos trata de producir bioplástico degradable. Y es que esa parece ser una buena salida para una lana, como la española, a la que le cuesta competir en calidad.
En este sentido, nuestra lana mira más allá del mercado textil, virando a otras aplicaciones van desde el compostaje, a la producción de soporte para tepes de césped (la Escuela Universitaria de Ingeniería Técnica Agrícola y su proyecto Lanatural es una prueba de ello), aislamientos térmicos o, incluso, en sectores como la limpieza (rollos para estaciones de lavado de coches) o el embalaje.
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