Opinión
Eliminacionismo en Gaza
Investigador científico, Incipit-CSIC
Actualizado a
El ataque israelí contra la franja de Gaza ha vuelto a poner el foco sobre la cuestión del genocidio. Se trata de uno de esos términos que, por uso excesivo, acaban por perder tanto valor heurístico como capacidad movilizadora. Por eso resulta necesario buscar descriptores que nos permitan entender lo que sucede de forma más precisa y desapasionada. Eliminacionismo es uno de ellos.
Lo acuñó Daniel Goldhagen, historiador estadounidense hijo de superviviente del Holocausto, para referirse a formas de violencia política sistémica contra determinados grupos que incluyen el genocidio, pero no se limitan a él. Podemos definir el eliminacionismo como el despliegue de estrategias para neutralizar a una comunidad (étnica, cultural, religiosa, política) a la que se considera enemiga o bien su capacidad de infligir daño, sea este real o supuesto.
Al contrario que el genocidio, el eliminacionismo no consiste en el exterminio total o casi total de un determinado grupo, aunque los efectos prácticos a veces sean similares. Según Goldhagen, para neutralizar a la comunidad enemiga, los programas eliminacionistas pueden recurrir a cinco estrategias distintas, aunque no necesariamente a todas ellas: 1) la transformación cultural, que incluye el borrado de una determinada identidad cultural o la conversión forzosa; 2) la represión, que comprende formas de violencia cotidiana y la segregación racial, social y cultural; 3) la expulsión (mediante deportaciones o forzando la huida del grupo enemigo); 4) la prevención de la reproducción (mediante la esterilización forzosa, el robo de niños o las violaciones masivas) y 5) el exterminio propiamente dicho.
El exterminio puede ser total y en tal caso hablamos de genocidio; parcial, cuando solo se elimina a un porcentaje de la población, o selectivo, cuando se aniquila a determinadas categorías clave dentro de la comunidad enemiga para neutralizar la identidad o la capacidad de acción del grupo –por ejemplo, el asesinato masivo de intelectuales, maestros, periodistas, políticos o sacerdotes, según el caso. Cuando Goldhagen habla de tácticas exterminadoras, se refiere a los asesinatos en masa, que define como la muerte de al menos un millar de personas. Es importante recalcar que para el historiador no es criterio de inclusión en el eliminacionismo “la intención explícita de eliminar, por no hablar de asesinar, a un grupo”. No se juzgan intenciones, sino resultados.
Volvamos ahora a Palestina. ¿Podemos hablar de eliminacionismo? A excepción de la prevención de la reproducción, lo cierto es que Israel ya ha puesto en marcha todas las estrategias eliminacionistas que define Goldhagen, algunas desde hace tiempo y con mayor o menor intensidad -y la prevención de la reproducción también, de hecho, con las mujeres judías de origen etíope.
Empecemos por la transformación cultural. Israel no ha tratado obviamente de convertir a los musulmanes al judaísmo, pero sí de eliminar las trazas de la historia y la cultura palestina en los territorios que ocupa. De hecho, como demostró la antropóloga Nadia Abu El Haj, la arqueología, aliada al nacionalismo y colonialismo israelíes, ha sido clave en ese borrado de identidad en el paisaje y la construcción de una historia depurada de palestinos.
Sobre la represión no cabe duda posible: Israel es, de facto, un estado segregacionista que margina y castiga a los palestinos de todas las formas inimaginables. Físicamente, a través del muro de nueve metros de alto que rodea Cisjordania, y jurídicamente: en este mismo territorio, los colonos israelíes están sometidos a la ley civil israelí, mientras que los palestinos lo están a la ley militar.
Por lo que respecta a la expulsión, solo en 1948 huyeron o fueron expulsados cerca de 700.000 palestinos. En 2019, el número de exiliados llegaba a 5,6 millones, lo que quiere decir que hay un millón más de palestinos viviendo fuera de sus fronteras que dentro. El ataque contra Gaza está provocando una nueva oleada de refugiados. Cada exilio en masa, además, supone un nuevo avance de la colonización israelí e imposibilita el retorno de los que se han ido. La expulsión se logra de diversas maneras. Una de ellas es hacer la vida de los palestinos invivible, a través de la segregación que he mencionado o destruyendo sus bases de subsistencia: arrasando cultivos y cegando pozos. Desde 1967, los soldados y colonos israelíes han destruido 800.000 olivos y cientos de miles de frutales en campos de Palestina. Es una forma de forzar la migración, pero también de destruir la memoria y la identidad cultural de un pueblo.
Y finalmente, el punto más controvertido: el exterminio. Israel no ha perseguido hasta la fecha una política abierta e intencionalmente genocida contra el pueblo palestino, sin embargo, sí ha cometido asesinatos en masa. Lo hizo en la guerra de 1947-1949 y lo está volviendo a hacer en el asalto a la franja de Gaza. En un mes, las fuerzas israelíes han matado a cerca de 10.000 personas. En el mejor de los casos lo ha hecho con una absoluta falta de respeto por la vida de los civiles, lo cual es, en sí mismo, susceptible de ser considerado crimen de guerra.
En conclusión: el Estado de Israel ha practicado ya cuatro de cinco estrategias eliminacionistas, mientras sus líderes utilizan abiertamente el lenguaje del genocidio y la limpieza étnica. A estas alturas, la cuestión no debería ser cómo llamamos a lo que están haciendo, sino cuándo lo paramos.
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