Opinión
Las capas del odio que casi mata a Kirchner
Por Vanesa Martín
Recién estamos volviendo al trabajo y a retomar la rutina después de las ansiadas vacaciones. Septiembre es un comienzo de año, nuevos propósitos, ganas renovadas, buen clima, reencuentros. Tras el vacío informativo del mes de agosto, llega septiembre con su locura diaria y, entre todo este revuelo, hay una información que me ha impactado especialmente.
Hace unas semanas nos despertábamos con la noticia de que Fernando André Sabag Montiel, de 35 años, disparaba su arma a pocos centímetros del rostro de la Vicepresidenta de Argentina, Cristina Fernandez. Por suerte, la pistola falló y la bala no llegó a salir del arma quedando en un intento de magnicidio. Cristina es un personaje político que genera tanto amor como odio en su país. Pero no me interesa la persona en cuestión sino lo que precede un acto violento de estas características. Que provoca que una persona se mezcle entre la gente con un arma en el bolsillo y apunte a la cabeza de la vicepresidenta de un país.
Debemos diseccionar este acto como si fuera el tronco de un viejo árbol. Usando uno de esos aparatos que extraen una larga pieza que llega hasta el núcleo y permite medir la edad del árbol por todos esos anillos concéntricos que se han ido superponiendo capa a capa sobre ese roble centenario. Este acto está formado también de muchas capas unas sobre otras. Es el resultado de la degradación del lenguaje político y del discurso público. La dejadez, el ninguneo, el "no importa lo que se diga", ni quién lo diga ni dónde lo diga. No importa si justifica y banaliza la violencia cultural y estructural. Esa violencia que ya explicaba Johan Galtung. La que sienta las bases de la violencia directa. ESTA violencia, ni más ni menos.
Por eso no es inofensivo cuando, como cuenta en su columna semanal la escritora argentina Tamara Tenembaum, un tipo cercano al atacante, sale en numerosos medios argentinos, lamentándose de que su amigo no hubiera cumplido su cometido y logrando con ello una bajada de impuestos. Esos soportes están aprovechando el tirón mediático y para ello, cediendo su espacio al discurso de odio.
También están los que se jactaron de repetir hasta la saciedad en titulares y sobremesas la nacionalidad del sujeto que apretó el gatillo. Como si esta cuestión tuviera relevancia en el hecho en sí, lo hiciera evitable o explicara el porqué sucedió. Eso también es discurso de odio.
Nos queda la tarea de hundir un poco más las uñas en la tierra para encontrar la raíz del asunto. De donde viene la polarización, la ausencia de comunicación y escucha, la intolerancia, la existencia de un “nosotras” y unas “ellas” que no es más que una ficción. Un discurso creado para justificar la superioridad de unas personas frente a otras.
En diciembre de 2021 la Fundación porCausa publicó las Narrativas Migratorias del Amor. Parte del informe se centra en la búsqueda de los porqués en el ciclo del odio, ese que empieza por un grupo de personas que deciden unirse por el odio a un tercero. Cuando el tercero se agota buscan uno nuevo en un ciclo sin fin. La pregunta es ¿Qué hago yo para romper este ciclo?
“Nos mueve el amor y la memoria” decía la fotógrafa Lucía Prieto en su cuenta de Instagram tras el atentado y la manifestación en denuncia del acto violento contra la presidenta. Y yo creo que son dos cuestiones imprescindibles para iniciar el movimiento que necesitamos.
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