Opinión
'Bullies' del 'show business'
Por Israel Merino
Reportero y columnista en Cultura, Política, Nacional y Opinión.
Recuerdo que, de pequeño, un día me fui a dormir y mi padre vino a arroparme y, tras sentarse a mi ladito, me dijo que fuese en la vida lo que quisiera ser, pero que intentara ser siempre el mejor. Como no tendría más de ocho años y todavía no entendía que los momentos tiernos son frágiles y pueden tornarse absurdos con facilidad, empecé a hacerle preguntas estúpidas:
– ¿Y si quiero ser ladrón?
– Pues sé el mejor ladrón – me respondía.
– ¿Y si quiero ser pistolero?
– Pues sé el mejor pistolero.
– ¿Y si quiero ser tonto?
– Pues sé el más tonto de todos.
Algunos, lo hemos visto estos días, recibieron la misma charlita de pequeños, sin embargo, se tomaron lo de ser lo más de lo que sea con demasiada literalidad: los más absurdos, los más ridículos, los más menos graciosos.
Desde que se aprobara la ley trans, estamos contemplando un show ridículo, como escrito por un guionista enfarlopado que, cuando se contempla ante el espejo (snif, sonidos nasales), se cree un genio.
No hablo de la ley trans como tal, obvio, pues los derechos de las minorías son derechos humanos y hay que tener la frente de un guacamayo para no verlo. De lo que hablo, por supuesto, es de esa horda de youtubers, influencers y vedetes del ridículo de tercera que, en un ejercicio de onanismo intelectual –onanismo anorgásmico, ja–, están subiendo vídeos en los que se los ve, risas absurdas mediante, yendo al registro a cambiarse de sexo.
Podría decir muchas cosas sobre este tema; podría decir, por ejemplo, que hay que tener una cantidad de tiempo libre desbordante para hacer semejante estupidez; podría decir también, por qué no, que hay que tener una autoestima despampanantemente chiquitita como para hacer un ridículo de tal calibre solo para conseguir un poquito de caso; incluso podría decir, si nos ponemos serios, que hay que tener menos talento que un martillo de goma para pretender vivir del showbiz haciendo el notas de una forma tan pasmosa. Podrían decir muchas cosas, tío.
Este grupúsculo, entre los que se cuentan héroes del ridículo vicioso como Roma Gallardo, han creado una especie de submundo de humor de preescolar, todo bañado por Lo Políticamente Incorrecto™, en el que se compite para ver quién hace la paletada más grande.
Todas estas tonterías, como grabarse cambiándose de sexo solo para ridiculizar y criminalizar al colectivo trans, son subidas después a las redes sociales para que su ejército de candidatos a la idolatría ridícula los refuerce positivamente con expresiones como "estás basado" o "eres mi padre".
Hemos llegado al punto -podéis llamarme woke, comesojas o lo que os salga del tubo de escape (run, run; coches)- en el que ser gracioso en estos círculos es ser el bully más grande de todo el colegio de curas.
Con esa excusa de romper lo políticamente correcto –concepto que, perdonen mis respetables que sea tan tonto, todavía no consigo comprender–, estos sujetos, que se parten el culo ridiculizando a personas a las que hace muy poco apalizaban de forma sistemática, buscan montar el mayor pollo posible solo para que sus feligreses les rían con las orejas. Y para conseguir también, claro, unos minutitos de televisión, que las llantas del BMW (run, run; coches) no se pagan solas.
Además, es muy gracioso que, tras montar una de las suyas, estos tíos se cabreen y se dediquen a subir vídeos a YouTube en los que lloran poque, ay, maldita cultura de la cancelación, ya no se puede decir nada.
Disculpe usted, señor basadísimo, que la gente se cabree por su bullying sistemático de matón con poco chope en el maletero.
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