Opinión
Alvise, Juancar y la picaresca
Por Anibal Malvar
Periodista
Antes del fallecimiento de la cultura libresca, en España nos jactábamos de ser los inventores del género picaresco, y el anónimo Lazarillo y El Buscón de Quevedo eran obras de lectura o estudio obligatorios en los institutos. El pícaro, un indigente con mañas para combatir el hambre a base de hurtos e ingeniosos engaños, era una especie que despertaba cariño, piedad e incluso admiración entre aristócratas y clases populares, sin distingos sociales, morales ni religiosos. Aunque este amor nunca iba más allá de la cubierta del libro: en los caminos y en las calles, el pícaro de carne y hueso era perseguido, encarcelado y ejecutado sin piedad. Que el placer literario no ensombrezca el goce que produce ver a un menesteroso colgado de un árbol por robar una gallina, visión que, también sin distingos, a todos nos hace sentir más afortunados que el balanceante, y nos reconcilia con nuestra amarga existencia.
No recuerdo si en sus memorias o en alguna entrevista Charles Chaplin cita o no a los pícaros españoles como inspiradores de su Vagabundo (The Tramp), aquí conocido como Charlot, pero me suena que sí o que me lo he inventado muy bien. Charlot es un producto de la miseria que trajeron la I Guerra Mundial y la Gran Depresión Americana de 1929, un simpático buscavidas eternamente perseguido por la policía, a la que ridiculiza y patea en recurrentes escenas cómicas.
Cuenta Chaplin que la única discusión que tuvo con su medio hermano y también colaborador fue por esta causa. Sydney le advirtió de que eso de burlar y aporrear policías en sus películas le estaba empezando a traer problemas con ciertas oligarquías estadounidenses, que consideraban comunista su falta de respeto a la autoridad. La respuesta de Charles fue contundente: al pobre ya solo le queda la alegría de ver a otro pobre como Charlot patea el culo a los causantes de su pobreza, y por eso ríe a carcajadas cada vez que El Vagabundo da un porrazo a un guardián de sus opresores. Hoy, en esta España de la Ley Mordaza, Chaplin estaría cumpliendo condena por enaltecimiento del terrorismo junto al rapero Pablo Hasél (quien cantó que Juan Carlos I era un “borracho tirano” y un “capo mafioso”, opiniones por otra parte bastante fundamentadas que no me atrevo a refrendar aquí).
Ahora la picaresca está cambiando de bando, y nuestra sociedad contemporánea muestra más simpatías hacia el pícaro rico que por el pícaro pobre. De ahí el éxito popular de Santiago Abascal, Alvise Pérez, Rodrigo Rato, Juan Carlos I o Felipe VI, El Soso Preparao, que nos intenta convencer de que desconocía ser beneficiario de una cuenta black de 100 millones de dólares en Suiza alimentada con los latrocinios de su padre. Un despiste de 100 millones de dólares lo puede tener cualquiera.
Pero el gran pícaro de nuestra más rabiosa actualidad sin duda ha sido Alvise Pérez, que inició su carrera política como asesor de Ciudadanos, y embaucó a 800.000 pardillos para que votaran a Se Acabó La Fiesta en las últimas elecciones al Parlamento Europeo. Como cuando Lazarillo roba un queso, prometió a los electores sortear su sueldo de más de 10.000 euros mensuales como eurodiputado. Aun me estoy riendo. Ahora sabemos que le levantó 100.000€ en negro al también pícaro estafador en criptomonedas Álvaro Romillo (alias LuisCryptoSpain para sus timados), a cambio de favores como lobista desde su escaño en Bruselas.
Me da mucha ternura observar en redes sociales los comentarios desengañados de unos cuantos votantes de Alvise ante la evidencia de que solo es un (presunto, me duele el adjetivo) estafador, y no un regenerador de la democracia. Me admira que, sin haber cumplido ni tres meses en el escaño, sea el primer eurodiputado en batir el récord como sospechoso de corrupción (financiación ilegal) de todo el arco parlamentario continental. Seguimos siendo los reyes de la picaresca, pero yo, que soy un antiguo, prefería a los de antaño.
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