Opinión
¿Y ahora qué hacemos con el rey?
Directora corporativa y de Relaciones institucionales.
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Parece mentira que en menos de 24 horas, la monarquía española haya pasado esta semana de la nada a ocupar los titulares de la prensa, de toda la prensa. ¿Para bien? Por supuesto que no: cada día que transcurre algunas nos convencemos más de que, lejos de darnos alguna alegría -salvo ocasionalmente en forma de memes-, la institución a la que corresponde la Jefatura del Estado no acaba de encontrar su sitio; y no lo hace desde que se le dio un asiento privilegiado en la Transición como símbolo de acuerdo y concordia entre todos los españoles, víctimas y verdugos, y aquello se demostró una estafa 40 años después. Que se demostrara tan tarde, no obstante, no significa que no se imaginara, supiera y tapara gracias a una armadura estatal muy bien construida en torno al jefe del Estado y rey (con permiso de la autopropaganda).
Los hechos: el martes supimos que el rey emérito tiene listas unas memorias de 500 páginas escritas en francés (dice que por él mismo), tituladas Reconciliación y con las que pretende contar a los españoles la historia propia que -asegura- le están robando, y no es broma: somos ustedes y yo quienes robamos a Juan Carlos de Borbón y no al revés, pese a los delitos consumados y (re)conocidos, aunque nunca juzgados. El emérito vive en un Estado offshore, carente de democracia y derechos humanos, donde los jeques custodian su fortuna, supongo que bajo pena de muerte si alguien osa desvelarla, aunque medios tan poco sospechosos de falta de rigor, como Forbes o The New York Times, ya la cifraran en torno a los 2.000 millones hace años, con gran cabreo de la Casa Real entonces. Allí, en Emiratos Árabes Unidos (EAU), Juan Carlos prepara también con mimo el traspaso de su herencia desconocida a sus hijas Elena y Cristina a través de una fundación registrada en Abu Dabi, capital de EAU. Todo ello, mientras se ríe de nosotros/as.
Al día siguiente de conocerse la salida de esta autobiografía en Francia, una revista holandesa publica unas fotos del emérito con Bárbara Rey, que fue amante de Juan Carlos durante años y su dinero nos costó a todos y todas en forma de chantajes o investigaciones de los servicios secretos españoles, entonces CESID. Con las imágenes, si alguien tenía cualquier duda sobre la relación Rey-Borbón, ésta queda completamente despejada; es imposible verlas, además, sin sentirse insultada, pese al tiempo que ha pasado y lo conocido de los hechos que allí se plasman. Este sujeto de las fotos, al que pagábamos un sueldo con nuestros impuestos y cobraba muchas comisiones, era el jefe del Estado no electo, aquél del que solo se decían cosas bonitas desde las instituciones y la prensa mientras nos tomaba el pelo con total impunidad.
Las fotos de Bárbara Rey con Juan Carlos de Borbón, sin embargo, solo vinieron a anticipar la amargura real (sic) de Felipe VI, al que imaginamos lleno de orgullo y satisfacción con las cosas de su padre, sea la autobiografía en francés, sean las explícitas fotos de los cuernos que coronan a Sofía, su madre y reina emérita. La que será presidenta de México en sustitución de Andrés Manuel López Obrador, Claudia Sheinbaum, ha negado la invitación al rey a su toma de posesión el 1 de octubre por ignorar la carta que el primero le envió al jefe del Estado español en marzo de 2019 instándole a pedir perdón por la conquista de América y los abusos cometidos entonces. La presidenta electa hizo pública la no-invitación en una carta, el Gobierno español le contestó que si no iba Felipe VI, no habría representación institucional alguna del Ejecutivo y el presidente Sánchez añadió desde Nueva York, donde acude a la Semana de Alto Nivel de la ONU, que el desplante al rey le parecía "inaceptable e inexplicable", además de producirle "tristeza".
México es un país soberano y España, también. Ambos tienen la razón institucional de sus respectivas decisiones y desde sus correspondientes perspectivas, en absoluto equiparables. El rey es el jefe del Estado a todos los efectos, nos guste o no -y a mí no me gusta nada-, arguye el Gobierno, y es quien representa a España en las tomas de posesión de sus homólogos, en este caso, la presidenta de los Estados Unidos Mexicanos, que no tienen rey (por suerte para ellos). Podemos decir que Felipe VI -hasta que Claudia Sheinbaum tome posesión el 1 de octubre- y Andrés Manuel López Obrador son homólogos y lo mínimo que podía haber hecho el rey después de cinco años, cuando el mexicano le escribió instándole a pedir perdón por la colonización española en su país, era darle una respuesta, en un gesto de cortesía y diplomacia entre dos países "hermanos", que se dice siempre desde España con mucho oropel y poca sustancia, por lo que se ve. "Es que el rey no es un político, no puede contestar", argumentarán los del Ejecutivo, cayendo en la trampa de la inutilidad de la figura regia y los problemas que, tarde o temprano, acaba trayendo la ausencia de democracia ... Pero no aprendemos, nos lo recuerden desde el México de Obrador, a quien Felipe VI no contesta, o la Venezuela de Chávez, a quien Juan Carlos I mandó callar.
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