Opinión
El agotamiento de Sumar
Profesor de Ciencia Política en la UCM
-Actualizado a
Callarse no es una opción (lo que mal empieza, mal acaba)
Francesc Miralles ha hecho referencia recientemente al libro de Greene Las 48 leyes del poder para recordar las virtudes maquiavélicas del silencio. Recuerda que "en un mundo dominado por el ruido, la persona más interesante es la que calla, pues el silencio nos dota de misterio, que es el ingrediente clave de la seducción". Para concluir su sensato razonamiento recurre a la cuarta ley del libro de Greene: "Ten en cuenta que cuanto más digas, más vulnerable serás y menor control de la situación tendrás (…) Las personas poderosas impresionan e intimidan por su parquedad. Cuanto más hables, mayor será el riesgo de decir alguna tontería".
Lo más sensato para los intereses personales, en este fragor de la batalla en la izquierda, parece que es callarse. Aunque, si todos callamos ¿con qué legitimidad vamos luego a decir nada? Desaparecer de escena para querer volver luego inmaculado es un juego de trileros, y los problemas de la izquierda no se van a solventar con maneras de truhan. No es tiempo de estrategias personales, aunque al reducirse la tarta y crecer el hambre del nerviosismo es más fácil que quien opine reciba zarpazos de un lado y de otro.
Una de las maniobras de Sumar consiste en no hablar de sus diferencias políticas con Podemos. Lo hace porque opinar le haría perder seguidores. Prefiere dejar a una suerte de desprecio displicente el asunto, contando con que la opinión pública despachará sus apuestas escuchando lo que tengan que decir los medios de comunicación. Que por lo general se sitúan contra Podemos. Pero esa manera de hacer ha llegado solo hasta el congreso fallido de Sumar, con la rebelión aritmética de los supuestos 70.000 afiliados, donde más de 50.000 parece que eran los mismos con los que cuenta la formación morada. Yolanda Díaz, la apuesta para renovar el espacio a la izquierda del PSOE, ha recibido 6671 votos, menos que algunos candidatos de Podemos en sus primarias regionales. (Y no estaría de más preguntarse cuántos votos habría sacado Íñigo Errejón o Ernest Urtasun).
Defendí en las elecciones generales a Sumar porque Podemos decidió entrar en la coalición electoral. En la Ejecutiva donde se tomó esa decisión, planteé la opción de ir en solitario, pese a los riesgos, y, en cualquier caso, insistí en la necesidad de coherencia posterior, fuera la que fuese la decisión que tomáramos. No podíamos marear a los votantes. Apoyar a Sumar desde Podemos era de sentido común, aunque hubo gente que, al sentirlo una suerte de coacción, no lo hizo. Lo que me pareció un error. Los diputados que fuera a tener Podemos iban en las listas de Sumar. ¿O cómo se han logrado los cuatro diputados que ahora tiene? Luego, entendí que había que intentar ser la nave nodriza de Sumar, porque de lo contrario se le dejaba el espacio libre a los oportunistas. Desde la dimisión de Iglesias, que era la culminación de una manera de actuar mejorable en términos democráticos, he expresado con claridad mi malestar por el rumbo de un Podemos enfadado y poco amable con las críticas internas. He aprendido a defender el debate interno como garantía democrática y que eso de "lavar los trapos dentro" lo defienden únicamente los que tienen la llave de la lavandería. Y lo hago desde la certeza de que seré, si llegara el malhadado momento, el que "apague la luz al salir". Pero no nos engañemos. Pablo Iglesias dice en su libro Verdades a la cara (p.170) que fui el que "menos entendió" la forma en la que se gestó su salida y el nombramiento de Yolanda Díaz. Hacer política no es una tarea que deba guiarse por ninguna inclinación personal. Quizá la veteranía sirva para algo. Lo que mal empieza, siempre ocurre, mal acaba. Sumar es hoy un proyecto fracasado y le corresponde a Podemos, igual que a Izquierda Unida, hacer un buen diagnóstico del momento.
Las cartas están echadas
La reconfiguración del espacio de la izquierda en España es una realidad demasiado tiempo postergada. No estaría de más ver cómo se han desarrollado las cosas en la hermana Portugal. Allí, el espacio a la izquierda de los socialistas está devastado. El Partido Comunista, como en España, tiene un discurso clásico duro pero esta aliado a los verdes. La orientación política de este grupo europeo, marcada desde Alemania por die Grünen, estuvo ayer a favor del bombardeo de la OTAN a Yugoslavia y hoy está a favor de incrementar el envío de armas a Ucrania. Igualmente, critica el genocidio de Gaza pero muestra su total solidaridad con Israel y su gobierno y ha pactado en algunos Länder con la CDU, es decir, con el PP alemán. El Bloco de Esquerda es igualmente rehén de preferir muchas veces la ideología a la política, olvidando que en ese difícil equilibrio la izquierda radical se la juega.
En toda Europa el momento político es descabellado y la falta de claridad ideológica lleva a la confusión organizativa de la izquierda, acorralada por el fantasma del regreso del pasado autoritario. Pensemos que hay gente pobre tan desesperada o harta que vota a las derechas que llevan en sus programas -y es de las cosas que cumplen- desmantelar las ayudas sociales que permiten que esa gente humilde sobreviva. El país donde más evidentemente está pasando eso es en la Argentina de Milei. Pero en Andalucía, el gobierno del PP ha devuelto 119 millones de fondos europeos para escuelas infantiles con el único objetivo de proteger a la red de guarderías privadas. Igual que en Madrid, donde los impuestos que se perdonan a los rico o los euros que compran áticos y Maseratis con comisiones son el contrapunto de las listas de espera, el recorte en escuelas y guarderías o en vivienda social.
Resulta absurdo el empeño del PSOE de pactar con la derecha. Hay otra España aquí, aunque se silencie. Muchos medios repiten como un mantra que "esto se solventaba hablando el PSOE y el PP", como si regresando al bipartidismo el resultado no sería otra vez la corrupción y la ineficiencia o la Casa Real dando espectáculos poco edificantes. Cada vez se diferencia menos la voz de la derecha de la de la extrema derecha. El espacio de esa extrema derecha es rupturista en la esfera pública y atrae a frustrados y hartos. Los ultras pueden estar en las televisiones rompiendo las reglas del respeto y la convivencia con gritos, insultos y amenazas, igual que están en las redes sociales como pez en el agua. Debiera incorporarse a las Facultades de Comunicación una ley Losantos de la economía mediática que dice que igual que la moneda mala expulsa a la buena de los mercados, las formas agresivas y groseras expulsan del mercado a las maneras educadas y respetuosas. El moderado Feijóo no es nada diferente de la inmoderada Ayuso o el histrión Abascal, mientras los juegos de malabares de Pedro Sánchez dan la sensación de que acabará en la lona, mientras el espacio a su izquierda parece un espejo roto con reflejos minúsculos distorsionados donde solo se miran los fragmentos que se reflejan.
¿Cuántos Sumar hay?
El espacio de Sumar parece movido por lógicas diferentes, como si por un lado fuera el Ministerio de Trabajo (movido por profesores y alentado por los sindicalistas de CCOO); por otro una Yolanda Díaz que a veces parece levitar; por otro los Comunes -que acaban de dar la patada a Podemos-; y por otro Izquierda Unida (que parece haber perdido su sombra). Al tiempo que el resto de Sumar está en la perplejidad o intentando cubrir las inconsistencias con comparecencias de tertulianos en medios amables. Yolanda Díaz parece haber confundido lo que dicen los medios con la realidad. Ha pensado que la demonización de Podemos bastaba para que se convirtiera en el referente incuestionable del espacio. Los medios han vuelto a devorar a un liderazgo de la izquierda. Un error en el que caería también Podemos si creyera que el fracaso de Sumar le basta para recuperar los cinco millones que tuvo. Que Sumar haya fracasado no conjura los problemas que llevaron a la dirección de Podemos a entrar en Sumar. Podemos tiene pendiente su Asamblea y es muy probable que de ahí salga una parte importante de lo que venga en el futuro.
No hemos escuchado ni una sola vez explicar en qué está en desacuerdo ideológicamente Sumar de Podemos. Y eso es deshonesto. Tiene que explicar las diferencias en asuntos de vivienda, en propiedad y uso del suelo, en la guerra de Ucrania, en la superación del capitalismo, en la operación Chamartín, en la ley mordaza, en la relación con los jueces... (de paso: ¿por qué el calvario que ha sufrido Podemos con el poder judicial no ha afectado a nadie de Sumar? ¿Alguien tiene alguna hipótesis sólida?). Dejarlo todo a que en las redes o las tertulias insulten a Podemos y lo den por muerto, a lo único a lo que ha llevado es a su certificado de defunción firmado por la raquítica cantidad de 6671 personas.
El grupo catalán que controla Sumar se ata a sí mismo con los nudos marineros de sus dos hipótesis de partida: una, que Podemos está muerto (ergo, que nunca hay que hacer política como la hicieron ellos, porque conduce al camposanto); y dos, hay que parecerse al PSOE hasta lograr sustituirlo, porque es un proyecto en decadencia. Siendo verdad las heridas que tienen tanto el PSOE como Podemos, las hipótesis son equivocadas. Nadie que no sea del PSOE va a dirigir ese partido. Y nadie a la izquierda del PSOE va a dirigir ese espacio queriendo parecerse al partido socialista.
Esas hipótesis compartidas han construido una alianza en Sumar entre el grupo catalán (Urtasun, Vendrell) e Íñigo Errejón, donde, además de la portavocía, urden la táctica y la estrategia. Iniciativa per Catalunya-Los verts (ICV) fue la salida posibilista y defensora de la Transición que nació de la disolución del PSUC. Terminó probando fortuna con el grupo verde europeo impulsado por Die Grünen. De ahí que uno de los problemas de cara a las elecciones europeas que tiene Sumar es qué grupo van a engrosar los eurodiputados elegidos en la lista de Sumar. ICV, junto con Errejón -con un solo diputado en el Congreso, expulsado de cualquier influencia en Más Madrid y con los únicos apoyos de Yolanda Díaz y Ferreras- han intentado una suerte de operación Roca progresista, emulando aquella aventura del catalanismo centrista que se zanjó con estrepitoso fracaso. Se trataría ahora en hacer lo mismo desde una izquierda tranquila que permita un desembarco desde Cataluña en España con la intención de ocupar poder institucional. Eso está lleno de problemas, no siendo los menores que los Comunes siempre odiaron a ICV, que Errejón, aunque vea en esa alianza su último cartucho, no es catalán -aunque lo hable con soltura incluso fuera de la intimidad- y que Ada Colau no se entiende con Yolanda Díaz. Sin olvidar que los verdes están hoy en Europa más cerca de la socialdemocracia que de las formaciones a su izquierda. Entregarle la suerte de Sumar a Iniciativa per Catalunya y a Errejón ha colaborado de manera determinante en la voladura incontrolada de todo el espacio.
Al PCE es la segunda vez que un tacticismo miope le lleva a que el PSOE le coma el bocadillo. Ya le pasó en la Transición, cuando Carrillo pensó que si parecían más moderados que los socialistas les iban a agradecer los muertos, los presos, los torturados y los exiliados. Y no, la gente votó al PSOE porque siempre se prefiere al original que al disfrazado. Ahora, ha vuelto a hacer algo similar, creyendo que en Sumar iban a tener la centralidad que perdieron en Unidos Podemos y pagando por ello el precio de permitir que sea su portavoz Urtasun, vicepresidente de los verdes europeos, o Errejón, que se fue de Podemos diciendo que acercarse a los comunistas era contaminarse de sucio tizne de obrero paleto.
Empezar casi de nuevo para recuperar el impulso
Es verdad que igual que la gente no cambia de religión si no hay milagros o catástrofes, no cambia de partido si no hay razones para hacerlo. Algunos parecen estar esperando a la catástrofe. Y hay que ser cuidadosos, porque la tarea de demolición de la derecha hace que les vuelvan a votar. No nos engañemos pensando que cuanto peor, directamente mejor.
Desde la perspectiva de Podemos, hace falta entender las razones que puedan tener esos millones que antes votaban morado y ahora están enfadados, en diferentes grados, con la formación. En las redes, hay bots de la derecha alimentando el odio hacia todo el que no es "podemita puro". Saben que esos mensajes son letales para Podemos. No todos los que se han alejado o son críticos son "traidores", "ratas" ni vendidos al sistema. Tampoco basta decir que están envenenados por los medios de comunicación -sin duda, algunos cientos de miles habrá intoxicados por esos mensajes- sino que, muy al contrario, convendría escuchar por qué se alejaron. De la misma manera, los que han acompañado sinceramente a Sumar tienen que preguntarse si en verdad la fuerza liderada por Yolanda Díaz ha cumplido con la tarea que se le había encargado.
En otras palabras, si Sumar puede abandonar el pacifismo en nombre de argumentos geopolíticos compartidos con el PSOE y con el PP; si no hay que confrontar a las inmobiliarias que quieren volver a liberalizar el suelo, si no hay que alejarse de los fondos de inversión y regresar con los desahuciados y los defensores de la vivienda social; si no hay que pelear con el cuchillo entre los dientes para que los fondos europeos lleguen a empresas que salven empleos y no a amigos a los que devolver favores; si no hay que suturar las heridas del feminismo y apostar por el diálogo en vez de ahondar en la brecha o frivolizar con el asunto; si no hay que apostar por la sanidad pública y dejar de lanzar guiños amables a la sanidad privada; si no hay que defender los derechos de los inmigrantes aunque eso implique confrontar con el ministro Marlaska. Etcétera.
Las cartas ya están sobre la mesa. En las europeas todos los partidos de la izquierda van a saber cuáles son los apoyos que tiene cada cual (Izquierda Unida debe resolver qué hace si en Sumar no le entregan ningún puesto de salida en las listas europeas. El chaparrón que están sufriendo los militantes de un partido que nació del No a la OTAN no aguanta ni siquiera un pequeño aguacero. Y quizá sea el momento de que IU se atreva a saber cuántos votos tiene reales en toda España). A partir de ahí, habrá que volver a sentarse para hablar de proyectos, no de personas, que es lo que llevamos haciendo dos años. Porque si lo que impide que las diferentes sensibilidades de la izquierda se sienten en una mesa son determinadas personas, las que sobras son esas personas. Y a quienes no lo entiendan, habrá que enseñarles la puerta de salida.
La orfandad de la izquierda se solventa con ideas acompañadas de una épica de confrontación que no es compatible con convertir a la izquierda en un parque temático alcohólico ni con disfraces socialistas para ir a un baile sin música. Lo nuevo ha envejecido demasiado pronto y ha creado una resignación que solo sirve al PSOE o al fantasma de las derechas. Tiempo de, casi, recomenzar de nuevo.
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