a coruña
Actualizado:"La persona que aparece al lado de Malcolm X haciéndole la respiración boca a boca en el suelo en la sonada foto tomada cuando lo asesinaron durante un mitin en Nueva York –uno de los camaradas de Malcolm– era en realidad un agente infiltrado, Gene Roberts, que pertenecía como yo al servicio secreto de la Policía de Nueva York".
Anthony Bouza me hizo esta confidencia durante la larga conversación telefónica que mantuvimos en vísperas de que Barack Obama ganara las elecciones a la presidencia de los EUA. La voz de Tucho Bouza excedía entonces optimismo: "Estamos a una semana del milagro. Ya tuvimos candidatos negros que se asomaron a la carrera presidencial, como Jesse Jackson, pero nadie les daba la menor posibilidad. Esta vez, Obama romperá la baraja".
También mostraba preocupación por el frustrado intento de atentado contra Obama descubierto durante la campaña electoral. "La derecha radical conforma en Estados Unidos una minoría muy activa y extremadamente fanática y peligrosa". El ataque al Congreso en el 2021 visibilizó esta amenaza latente de la que Bouza advertía en el 2008.
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En aquella conversación hablamos del asesinato de Malcolm X, uno de los líderes históricos de la lucha por los derechos civiles de la comunidad afroamericana, acribillado a tiros cuando Bouza formaba parte del servicio secreto de la policía de Nueva York. El policía ferrolano admitía entonces que la investigación del asesinato de Malcolm había sido un fiasco y que debería reabrirse, para aclarar las lagunas sobre el alcance de una posible conspiración criminal contra el activista negro.
Ese era el objetivo que perseguía la serie documental de Netflix estrenada en el 2020 Who Killed Malcolm X?. "La gestión policial fue un fracaso de principio a fin. Detuvieron tres personas y ahí quedó todo. Faltó lo fundamental: no hubo una investigación seria sobre quién pudo planificar el asesinato de una de las principales figuras públicas en aquel momento. Yo lo haría de otra manera: investigaría quién o que está detrás de los detenidos. Pero no se hizo así".
"Yo acudía todos los sábados para escuchar a Malcolm como parte de mi trabajo; era un orador que impresionaba. Él sabía que yo estaba en el servicio secreto de la policía neoyorquina. '¿Qué tal, teniente Bouza?', me saludaba. Lo que quizás no sabía era que teníamos su teléfono intervenido. Entonces me parecía correcto, creía que protegíamos al país. Un agente del FBI acudía a diario a nuestro departamento para controlar esas escuchas. Y todo esto en la época de la dirección de Hoover. Un hombre horrible, que nos utilizaba a todos".
Gracias a la repercusión mediática del documental, el fiscal neoyorquino Cirus R. Vance reabrió el caso y en noviembre del 2021, tras pedir públicamente perdón por el "el grave error de las fuerzas de seguridad", solicitó la exoneración de dos de los tres condenados en el proceso: Muhammad Abdul Aziz (83 años, que pasó 20 años en la cárcel) y Khalil Islam (fallecido en 2009, tras pasar 22 años en prisión). Un primer paso hacia una revisión judicial más amplia que investigue las lagunas que denuncia Bouza, algo que parece un objetivo difícil de alcanzar.
«No hay duda de que en el asesinato estuvieron implicados miembros de la Nación del Islam, la organización radical negra de la que Malcolm X había sido dirigente y que decidió abandonar poco antes de su violenta muerte, pero hay significativos interrogantes sobre el papel que jugaron algunos poderes, interrogantes que nunca se quisieron investigar", afirma en el documental el escritor Jelani Cobb, miembro del staff de The New Yorker, en una alusión al FBI de Hoover.
Nacido en el 1928 en la localidad ferrolana de O Seixo, donde su padre malvivía paleando carbón, emigró con nueve años a los Estados Unidos. Anthony Bouza se convirtió en un legendario policía en Nueva York, donde en los 70 se le encomendaría la pacificación y limpieza del violento distrito del Bronx, que contaba no solo con las peores estadísticas de criminalidad del planeta, sino también con una absoluta corrupción policial.
Además de su papel como escolta de dos presidentes, Bouza fue responsable también de la seguridad de históricos estadistas extranjeros que visitaron Nueva York. "Yo estaba presente en el cuarto cuando Krushev se encontró con Sukarno. Y con Fidel Castro en el hotel Santa Teresa. Cuidé también a De Gaulle y a Tito, entre otros. El que más me impresionó fue Fidel Castro. Siempre mantuve una buena relación con él desde entonces. Al fin y al cabo, éramos gallegos. Cuando mi mujer viajó a Cuba, Fidel se encargó personalmente de organizar su visita. Fidel era fascinante. El Che Guevara, sin embargo, era un hombre muy reservado. Estuve cuatro días con él cuando visitó Nueva York y se notaba en su mirada que su interés estaba en otros mundos distantes".
Volví a conversar con Bouza unos años después, al hilo del 50º aniversario del asesinato de Kennedy, con quien tuvo una gran cercanía. El agente ferrolano era el responsable de su seguridad en Nueva York y Kennedy hacía su vida prácticamente en Manhattan. "El ambiente sofisticado de la Gran Manzana era uno de los lugares donde más y mejor se desarrollaba, al contrario que la mayoría de los presidentes. Cuando estaba de escolta con Kennedy, yo podía pasar hasta 16 o 17 horas seguidas con él. El caso es que solo lo vi una sola vez con su mujer. Jamás los volví a ver juntos. John era sin duda un mujeriego. Andaba por ahí hasta muy tarde y las visitas a su apartamento eran incesantes".
A pesar de su excepcional relación con JFK, Bouza no cultiva la mitomanía kennedyana que convirtió al presidente en un símbolo del cambio en los años 60. "Es cierto que ese mito está aún muy presente, pero no lo comparto. Creo que Kennedy era un hombre muy elegante, culto, con un soberbio estilo, rodeado siempre de deslumbrantes figuras de la literatura, el cine y la cultura en general. Como presidente, con todo, tengo de él una impresión menos buena. Fue quien nos envolvió en la guerra del Vietnam, se metió en el del ataque contra Cuba y en algunos turbios intentos de atentado contra Castro".
"Kennedy no hizo mucho en cuestiones fundamentales como los derechos civiles. El conflicto racial con la comunidad negra, por ejemplo. Esbozó ideas, pero en realidad fue Johnson quien las llevó a la práctica. Su hermano Robert era otra cosa, tenía ideas muy avanzadas. Pero John, a pesar de su imagen moderna, excitante y atractiva, que tenía a todo el mundo fascinado, fue desde mi punto de vista un fracaso como presidente. Para mí, Johnson fue mejor presidente que Kennedy. Era todo el contrario a él: más bien basto, sin ningún brillo. Pero sabía donde apretar y donde aflojar. Tenía un profundo conocimiento de las políticas reales de poder en América. Su problema fue no ser capaz de sacar al país de la guerra en Asia; estaba demasiado influenciado por Robert McNamara. Pero era más pragmático que Kennedy, que se sentía como un monarca adorado por el pueblo y pensaba que era más que suficiente para hacer su voluntad. Kennedy tenía una visión irreal".
En el lado más oscuro de Kennedy brota la sombra de una vieja relación del clan familiar con poderosos personajes de la mafia. Para muchos analistas, detrás de su inesperada llegada a la presidencia en 1960 está un pacto sellado entre el patriarca del clan, Joseph Kennedy, y Sam Momo Giancana, el histórico capo de Chicago, Illinois, un estado clave en esas elecciones.
"No parece haber muchas dudas sobre eso. Si hay un punto oscuro en las elecciones que encumbraron a Kennedy fue Illinois, donde Giancana nombraba alcaldes a su medida. Nunca se investigó de sobra esa conexión. Ahí hay una importante laguna. Hay que reconocer que o su hermano Robert fue un pionero de la lucha contra la mafia, y merece mucho crédito. Pero la mafia estaba profundamente enraizada en la política real estadounidense. Kennedy cometió un grave error. Compartía amante con Giancana. La muchacha era Judith Exner. El director del FBI, Edgar Hoover, sabiendo que Robert Kennedy intentaba destituirlo, fue a ver la John y le soltó que sabía lo de Exner. Ahí acabó toda posibilidad de apartar la Hoover del FBI. Fue un chantaje en toda regla".
El asesinato de Kennedy es una cuestión de la que Bouza rechaza hablar. "Publiqué una decena de libros, pero nunca quise escribir ese que todos los editores me solicitaban". Sin llegar a afirmar que una mano oscura –quizás la misma– había estado en aquellos años detrás de los asesinatos de John y Robert Kennedy, Martin Luther King e incluso Malcolm X, apunta que todos tienen algo en común: "Lo poco que se sabe de ellos. De este iceberg solo vemos lo que sobresale del agua: una octava parte de la verdad".
La independencia de Bouza nunca fue plato de gusto para el poder político. Cuando era comandante del Bronx permitió, a pesar de la negativa de sus jefes, que los cineastas Alan y Susan Raymond rodaran en el 1976 un pionero documental en las comisarías bajo su mando. El resultado fue The police tapes. Los Raymond, que ganaron un Oscar y varios Emmys, recordaban hace poco en una entrevista en The New Yorker cómo había nacido un proyecto tan audaz: "Las televisiones no se atrevían a entrar entonces en el sur del Bronx, grababan los incendios desde la carretera, como en una guerra. Fuimos a ver el comisionado político de la policía en Nueva York y nos dio con la puerta en las narices. Entonces alguien sugirió que habláramos con Anthony Bouza. Y asombrosamente, aceptó. Sin restricciones. Al rodar, quedamos sorprendidos por su elocuencia, hay pocos policías que citen a Aristóteles".
Steven Botchko se basaría en ese documental, cuatro años después, para escribir y producir Hill Street Blues, la serie que marcaría un antes y un después en la ficción televisiva estadounidense.
Los desencuentros políticos pusieron fin a la carrera policial de Anthony Bouza en Nueva York, que se mudaría a la ciudad de Minneapolis, Minnesota, donde ejerció de jefe de policía y donde se presentó como candidato a gobernador del estado en el 1994 (el primer español en optar la ese cargo en los Estados Unidos) en las elecciones primarias del Democratic Farmer Labor Party (aliado de los Demócratas a nivel federal).
Las encuestas le daban como favorito cuando tuvo la osadía de prometer –en un estado donde se pueden comprar armas de fuego desde los 16 años y sin comprobación de antecedentes–, que las iba a prohibir. "Y perdí, claro". A partir de entonces se convirtió en un referente del activismo contra los abusos policiales en los Estados Unidos. Y llegó a poner de rodillas el mismísimo FBI, al desmontar un caso en el que condenaron con pruebas falsas unos activistas de izquierda por supuesto terrorismo. Era su tardía y simbólica revancha contra un Hoover que le obligó a cargar con un sentimiento de culpa desde sus comienzos en el servicio secreto de la Policía de Nueva York.
Al novato Bouza se le había encomendado la investigación de un caso insólito: la desaparición en las calles de la ciudad de Jesús de Galíndez, representante del gobierno vasco en el exilio estadounidense, en el 1956. Galíndez había reunido pruebas de las atrocidades del dictador de la República Dominicana Rafael Trujillo durante su previa estancia en Santo Domingo. Un caso de la policía neoyorquina en el que lo FBI no dejaba de interferir. "Sí, yo llevé ese caso. Galíndez fue secuestrado, torturado y asesinado por orden de Trujillo, con participación del régimen franquista. Fue el primer desaparecido político del siglo XX. El primer responsable de que no se resolviera el caso fui yo. Ya estaba en el servicio secreto, pero aún era joven e inexperto. El principal obstáculo para conocer la verdad fue Hoover y yo entonces fui un juguete en sus manos", se desahogó durante nuestra primera conversación.
Desde que en noviembre de 2021 se conociera el inesperado giro en el caso del asesinato de Malcolm X, volví a llamar varias veces al número hizo de Bouza en Minneapolis (se declaraba alérgico al móvil). Pero no responde nadie. Deseo creer que este gallego excepcional que forma parte de la historia (decente) de los Estados Unidos sigue aún vivo, con cerca de 94 años. Y activo en su incesante afán de iluminar la oscuridad de la esfera policial en su país de adopción.
"Lo que siempre me preocupó en mi carrera policial no es una corrupción aislada, excepcional y criminal, propia de un film de serie negra, sino otra habitual e invisible con la que siempre tuve que lidiar. En este país hay una cultura policial profundamente enraizada que hace que un investigador convencido de la culpabilidad de un investigado no tenga reparos en burlar la legalidad para condenarle, llegando incluso a falsear las pruebas. Siempre intenté extirpar ese cáncer, pero tengo que admitir que nunca lo conseguí".
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